Flamenco, toros, sangría, sol y paella. Ese ha sido el reclamo
turístico por antonomasia de la marca España. Ahora le está saliendo un
fuerte competidor en algunas ciudades españolas, incluida Zaragoza: las
procesiones de la Semana Santa. De hecho, la secretaria de Estado de
Turismo ha declarado recientemente la Semana Santa de Zaragoza como
Fiesta de Interés Turístico Internacional. Desde 2001, tal interés era
solo nacional, pero como el Gobierno dice que ya estamos en fase de
recuperación, las mejoras de todo tipo saltan a la vista: ahora,
internacional.
Quién les iba a decir a las cofradías
penitenciales de los siglos XIV y XV, ideadas y organizadas por las
órdenes mendicantes, que con los años iban a convertirse en objeto de
atracción turística internacional. La devoción popular hizo que la
imaginería religiosa aumentase en progresión geométrica y el pueblo
saliese en procesión de las iglesias a manifestar esa devoción. Y como
una imagen vale por mil palabras, el impacto visual del espectáculo se
fue haciendo más y más sangriento. La sangre de las imágenes y la sangre
de los flagelantes creció hasta el punto de suscitar duras críticas de
una mujer tan poco sospechosa de herejía o desapego religioso como Teresa de Ávila.
El pueblo, en gran parte analfabeto, no entendía el latín de las misas,
se apuntó al espectáculo y de algún modo se sintió identificado con el
espectáculo: una semana donde la oscuridad y las tinieblas envuelven los
relatos de la muerte de su dios encarnado por sus pecados: cuanto más
lúgubre, mejor.
El alma de España, dice Cioran,
encadenada voluntariamente al catolicismo, huyó del sol, de su calor y
su luz exuberantes. El pueblo estaba condenado a la felicidad descrita
por Albert Camus, pero cerró sus ojos a la luz cegadora del sol
mediterráneo y prefirió vivir de lo invisible en medio del resplandor.
"Ninguna flor, solo espinas; ninguna sonrisa, solo contriciones. Las
apariencias del mundo se transformaron en esencias de tormento y el
error, aroma de la futilidad, en pecado. Los encantos se degradaron
hasta revestir la forma de remordimientos. Todo se volvió moral", sigue
diciendo Cioran.
CAPIROTES de los antiguos condenados a
subir al cadalso para escarnio y humillación públicas ("eres un tonto de
capirote"), cadenas, cuerpos ensogados, azotes... La cruz y la sangre
encuentran su caldo de cultivo en la culpa, la expiación, el pecado, la
penitencia, el miedo al castigo eterno. Entre las oraciones y las
plegarias sinceras, el folclore y el morbo. Tambores, bombos y trompetas
recuerdan la venida del Juicio Final.
Mientras, alguien escribe
desde Madrid que "llama la atención que en un contexto de laicismo, de
cierta indiferencia religiosa, de un incipiente relativismo, las
cofradías cuenten con un gran número de miembros, ¡especialmente
jóvenes!, entre sus filas" y desde Jaca otra persona afirma que se trata
de "todo un espectáculo" al que se le añade "un impulso al turismo y a
la economía local". Sí, un buen cóctel que dura una semana entera, del
que también millones huyen por unos días para descansar en las playas o
en la montaña.
Las "cofradías" de nazarenos y penitentes no
dejan lugar a dudas si atendemos simplemente a los nombres que las
identifican, a las palabras que les otorgan identidad: sangre,
misericordia, entierro, dolor, flagelación, espinas, esclavas, siervos,
crucifixión, calvario, agonía, lágrimas, sepulcro, amargura, penas,
mortaja, sepultura, humillación, expiración, desconsuelo, angustias,
entierro, soledad... Aristóteles explica en su Poética que
el espectador experimenta la purificación del alma mediante la
experiencia de la compasión y del miedo encarnados en el héroe de la
tragedia. La catarsis psicoanalítica es la manifestación de un recuerdo o
una vivencia reprimidos que permite su posterior inserción en la
personalidad total del paciente. En la Semana Santa católica la
inmersión en la culpa, las distintas modalidades de tortura, el
ajusticiamiento y el dolor va indisolublemente acompañadas del folclore,
el rito, la devoción de unos pocos y la inusitada ruptura de la
monotonía cotidiana de otros muchos.
El interés turístico
internacional está servido. ¿Qué puede ver el turista en esa fiesta
además de morbo a raudales, de viscosa negrura alimentada por el miedo
ancestral? ¿Verá algún turista en esas procesiones y sus cofrades algo
más que un baño de sadomasoquismo público? Blas de Otero lo plasma en uno de sus más conocidos poemas gracias al buen cantar de Ana y de Víctor:
"España, camisa blanca de mi esperanza, reseca historia que nos abraza
por acercarse solo a mirarla. La negra pena nos amenaza, la pena deja
plomo en las alas. Quien puso el desasosiego en nuestras entrañas nos
hizo libres, pero sin alas, nos dejó el hambre y se llevó el pan".
Entretanto, las Fuerzas Armadas y la Guardia Civil, sus cadetes, la
histriónica Legión y su Cristo de la Buena Muerte, toda suerte de
cuerpos policiales, alcaldes, concejales y gobernantes, se unen
públicamente, en razón de sus cargos, a tamaña fiesta religiosa en una
España cada vez menos aconfesional. ¡Ave, Belloch!
DdA, X/2.674
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