Decía
María Salvo que lo decisivo de aquel 14 de abril de 1931, no fue ese
mar de banderas, voces, cantos y entusiasmo que inundó el mundo de los
adultos. El principio de la República fue, ese día, que maestros y
maestras retiraron el tabique de madera que separaba a los niños de las niñas en las aulas
y salieron todos juntos a la terraza de juegos por primera vez”. Lo
recuerda María Carmen Agulló en el documental Las maestras de la
República, galardonado con un Goya y que este viernes se ha estrenado en
las salas.
El trabajo dirigido por Pilar Pérez Solano hubiese sido adecuado en
cualquier momento por el valor que tiene de recuperación de nuestra
historia, de reflexión sobre la importancia de la educación, de rescatar modelos pedagógicos implantados en aquellos años, pero con la vista puesta en el estreno de la ley Wert, se convierte en imprescindible.
Tras tantos meses de debate estéril, tras la aprobación de una ley
sectaria, pobre y antigua, escuchar de pronto que “cuando hablamos de
las maestras republicanas, estamos haciendo referencia a aquellas que
hicieron suyo el ideal de la escuela republicana, trabajando por una educación pública, gratuita, laica y democrática
que defendía el ideal de la solidaridad humana” o que “en el proyecto
educativo de la Segunda República las maestras eran las encargadas de
educar en los valores de libertad, igualdad y solidaridad a los niños y niñas que estudiaban en las escuelas mixtas recién implantadas“, reconforta y frustra a partes iguales por el valor de lo hecho y la importancia de lo perdido.
La educación es, nunca mejor dicho, la gran asignatura pendiente de
un país que quiso entrar en la modernidad y en un proceso democrático
sin ponerse de acuerdo sobre un modelo educativo estable y sólido. La educación es el gran error de la izquierda
que en sus sucesivos gobiernos no supo apostar por una educación
pública de calidad, laica y democrática que formara en valores y que
tuviese la coeducación como punto de partida.
Ni apostar ni convencer a la ciudadanía sobre la importancia del
consenso en la mayor apuesta de futuro de una sociedad, en la llave que
individualmente abre todas las puertas y colectivamente neutraliza
violencias, populismo y desmanes. Una izquierda que quiso cambiar un país sin cambiar sus escuelas
y ahí está el resultado: valores que van y vienen, modelos educativos
de usar y tirar y un montón de leyes progresistas convertidas en papel
mojado o a punto de desaparecer (aborto, igualdad, ley integral contra
la violencia…)
Y también, la educación es el mayor error de la derecha, convertida
en un dinosaurio entre sus colegas europeos incapaces de entender esa
veneración por una jerarquía católica que no quieren ni en el Vaticano.
Una derecha que envejece cada año a fuerza de confundir el futuro con el
pasado y el bien común con cortijos veraniegos. Una derecha que está empobreciendo el alma del país hasta el punto de hacernos añorar el destello de futuro que apareció en aquel abril del 31.
LA MAREA
LA MAREA
DdA, X/2.649
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