Jaime Richart
Hace diez años que se
celebraron elecciones generales en España, y hace tres días se rememoró el
atentado en la estación de Atocha de su capital que causó 192 muertos y 1858
heridos. Pues bien, acerca de la
autoría del mismo hay dos teorías "oficiales" y mediáticas: una es
la de la llamada "conspiración",
que atribuye a ETA la autoría. La otra es la "yihadista" que
es la que atribuye la autoría a una célula terrorista musulmana. Ésta es la
dictaminada por la justicia.
La teoría de la
conspiración afirma que el propósito de los que perpetraron el atentado fue
influir en el resultado de las elecciones a favor del PSOE tres días después.
Los que se atienen a lo resuelto por la sentencia que excluye la teoría
conspiratoria, relacionan el atentado con la intención de la Yihad de
atemorizar a Europa sin tener en cuenta las políticas domésticas ni sus avatares.
El galimatías nos lleva a
una tercera teoría: la del "tiro por culata". Alguien del partido
del gobierno de entonces, para asegurarse el triunfo o la mayoría absoluta en
las elecciones, encarga a unos inmigrantes musulmanes, de los muchos que hay
lampando en el país, colocar mochilas con sus explosivos en los trenes de la
estación de Atocha los que las portaban -incluso podían ignorar el contenido
de las mismas- a cambio de un poco de dinero y muchas promesas. ¿El objetivo?
: decantar las elecciones a su favor. Por eso, sabiendo que él es autor intelectual
difunde inmediatamente a periódicos y legaciones que es ETA. El plan le sale
mal, pierde las elecciones, y el embrollo posterior, al haber por medio tanto
musulmán, es fácil "comprobar" por la justicia que el atentado es
yihadista. Ese alguien es la X como la X fue otro alguien en el asunto de los
GAL, una serie de asesinatos cometidos por sicarios alojados en las “cloacas
del Estado”. Téngase presente que los
gobernantes tienen una moral y unos escrúpulos diferentes y lejos de los que
tiene el común de los mortales. La "razón de Estado", que casi
siempre es "razón de partido" en asuntos interiores, todo lo
justifica.
El Derecho reconoce una
realidad formal y una realidad material. La realidad formal está en cada
sentencia. La realidad material a menudo es otra. Y en la inmensa mayoría de los
casos criminales escandalosos de la historia está fabricada por el propio
poder establecido con la suficiente minuciosidad como para que nadie sea capaz,
nunca, de aportar prueba alguna de que el inductor pertenece precisamente a la
cúpula del poder. La historia no es más que una sucesión de este tipo de
"verdades". Ese es el motivo por el que ni siquiera, décadas después
de haberse producido los hechos, las desclasificaciones de documentos
oficiales revelen algo sustancioso que permita conocer toda la
verdad.
Es normal que de esta
tercera teoría no se hable abiertamente y menos que se airee. No hay
posibilidad alguna de encontrar pruebas. Sencillamente no existen. Ni
materiales ni documentales. Véase qué sucede con las numerosas habidas en los
casos de corrupción que salpican a la cúpula del partido del gobierno que, sin
embargo, apenas están teniendo
consecuencias. Por eso no vale la pena insistir en algo imposible de demostrar.
Lo que no obsta que a menudo en la vida pública exista una verdad formal, una
verdad material oficial y una verdad oficiosa que, como ésta del "tiro por
la culata" rara vez no no es la verdadera.
DdA, X/2.647
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