
Félix Población
Dijo ayer Pilar Manjón, en el excelente programa La Mañana (Cuatro TV), que nunca había tenido oportunidad de saludar a José María Aznar en un acto en memoria de las víctimas de la gran masacre del 11-M. Yo tampoco tengo constancia de que quien presidía el Gobierno de la nación en aquella infausta fecha se haya caracterizado por su presencia en ese tipo de actos a lo largo de la última década, más bien al contrario. Ni siquiera se tomó la molestia en los días siguientes a la tragedia de visitar el lugar donde tuvieron lugar los atentados. La señora Botella de Aznar, alcaldesa a dedo de Madrid, ha justificado la ausencia de su marido del funeral católico celebrado recientemente con una nueva falacia descarada y bochornosa, en línea con las que sostuvo el gobierno de su esposo hace diez años y el Partido Popular como oposición durante la primera legislatura de Rodríguez Zapatero. Dijo que no se trataba de un funeral de Estado, algo que como Manjón aclaró estaba especificado en las invitaciones cursadas a los expresidente del Gobierno. Al parecer, la ausencia de uno obligó a las ausencias de González y Zapatero. En septiembre de 2004, cuando se supo que Aznar iba a comparecer ante la comisión convocada en el Congreso de los Diputados para investigar aquellos terribles atentados terroristas, publiqué en este mismo DdA una muy respetuosa carta abierta al marido de Botella bajo el títular Aznar aún puede pedir perdón. Creo que la falta de esa palabra en sus labios, entonces y hasta ahora, es la razón auténtica de su última ausencia en el funeral de Estado y de las precedentes:
"He
dejado pasar unos días, antes de proponerme las líneas que siguen,
para comprobar que la frase pasó casi desapercibida entre los analistas
políticos que suelo consultar a diario. He llegado a pensar que su
elusión, al menos entre los más críticos, pudo deberse a un gesto de
delicadeza por no seguir hurgando en las debilidades del líder caído.
Pero como las hemerotecas han dejado constancia de ella, por más que nos
suene a pasado remoto, y la afirmación me parece muy grave, la recupero
en labios de su singular protagonista, don José María Aznar, ex
presidente del Gobierno de España: El PSOE es el partido del odio.
Mire
usted, don José María, mentar ese término y aplicarlo sin el más mínimo
reparo a sus adversarios políticos, democráticamente elegidos para la
gobernación de nuestro país, es de tal irresponsabilidad e insensatez
por su parte que he llegado a dudar de sus facultades intelectuales. Lo
que el diccionario de la Real Academia de la Lengua define como
antipatía y aversión hacia una cosa o persona cuyo mal se desea ha sido
el sentimiento que más dolor, sangre y atraso ha ocasionado a esta
nación cuyo bien, nos consta, usted debe desear tanto como cualquiera de
nuestros bienandantes conciudadanos. Tenga en cuenta que los efectos de
ese mal todavía perviven en la mentalidad de organizaciones terroristas
cuyo largo balance de atentados y de víctimas aún purga este país con
muy fresca memoria.
Tengo la sensación, estimado señor Aznar, de
que después de una primera legislatura en la que le sonrió la fortuna y
hasta el elogio de quienes desde los medios que equidistaban del poder y
la oposición valoraban su política económica, usted comenzó a perder
los papeles con la catástrofe del Prestige, la boda escurialense de su
hija, el trágico accidente del Yakolev y la aciaga instantánea de las
Azores. Permítame que le diga que en todas esas circunstancias creí
advertir en usted un comportamiento anómalo, similar -si me permite la
expresión- al de un guiñol pagado de sí mismo, y cuyo parecido con el
político que había decidido poner límite a su carrera en el poder
costaba relacionar. Su tránsito de incoherencias, desde la
arbitrariedad, la soberbia y la vanagloria, le llevó a elegir a dedo
para su sucesión, de entre sus compañeros de partido más idóneos, al más
fiel pero menos competente, don Mariano, y a culminar el itinerario de
desaciertos con el insólito desprestigio de la mentira y la manipulación
mediática tras la por tantos motivos inolvidable tragedia del 11-M.
Ahora,
cuando ya está usted más allá de la lid política -o creíamos que lo
estaba, aunque sus vasallos populares lo hayan repescado para una
presidencia honorífica-, y debería servirse de la distancia para
ponderar mejor sus criterios, tiene su osadía la fatua ocurrencia de
elegir entre todos los conceptos posibles el del odio para definir al
partido que gracias a la voz y el voto de la mayoría de ciudadanos nos
gobierna actualmente. ¿Podría desprenderse de ello que el señor Aznar
considera a todos o a una parte de esos casi once millones de españoles
proclives, allegados o incursos en tan nefasto e incivil reconcomio?
Por
mucho que sea su despecho, mucha su frustración o las sin duda ingratas
sensaciones que experimentó al salir de la Moncloa, no se deje
arrastrar por vocablos tan peligrosas, estimado señor ex presidente. El
cargo que ha ocupado como máximo representante del Gobierno de esta
nación le obliga a evitar un léxico cuyo recurso es más propio del
sombrío tiempo de las dos Españas que nos helaron el corazón, tan
descarnado por suerte de razón y sentido en nuestro actual contexto
histórico. Esos son útiles más propios de cantamañanas y calenturientos
predicadores mentalmente extraviados en la inquina delante de un
micrófono, aunque el altavoz sea el de una institución como nuestra
católica iglesia, obligada por fidelidad y credo a infundir entre sus
oyentes la buena nueva que insta a la concordia desde el siempre
respetable y admirable mensaje evangélico.
No creo que este
sencillo artículo, redactado con mis mejores intenciones, llegue hasta
sus altas instancias, don José María, pero si el azar o los caprichos de
la Red de Redes lo permitieran, escuche la sugerencia que me atrevo a
proponerle. Los señores diputados que nos representan en el Parlamento
han tenido al fin el acierto de decidir que usted comparezca ante la
Comisión del 11-M. Quizá sea la mejor oportunidad pública que se le
presente para reparar en lo posible la insensatez que guió sus últimos
compromisos, nacionales e internacionales, y muchas de sus
manifestaciones públicas en torno a los conflictos que amargaron su
segunda legislatura. Estoy convencido de que España valorará su actitud,
señor ex presidente, si en lugar de rastrear el odio en los
diccionarios de la vieja historia, asoma a sus labios una frase de
perdón".
DdA, X/2.646
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