Viendo los abusos,
las injusticias, la corrupción generalizada y la desigualdad que han tomado
carta de naturaleza en España ¿a quién puede asombrar que los bolcheviques
reaccionaran en el año 1917 en Rusia neutralizando de un tajo la voluntad de
dominio de los dueños entonces de aquel país, y acabaran con las profundas
desigualdades de aquella sociedad que en ciertos aspectos reaparecen hoy en la
nuestra? Pero la desigualdad extrema propiamente dicha no fue el detonante. La
religión la explicaba, la justificaba y aun la exaltaba: los pobres salvaban
el alma por la resignación y los ricos la suya por la caridad. Los ricos, pues,
merecían su riqueza por su brillantez y los pobres merecían su pobreza por su
falta de ambición. La desigualdad, pues, se asumía casi normalmente. La
conciencia de desigualdad llega después, cuando las leyes y las constituciones
hablan de igualdad, se la brindan a la ciudadanía y la ciudadanía comprueba
que es una farsa institucional.
Se dirá que los
abusos, las injusticias, la corrupción y las desigualdades de entonces eran
atroces mientras que los de hoy día aquí y ahora no. Pero esa objeción es relativamente cierta y relativamente
válida, Fueron los abusos extremos mantenidos y acrecentados a lo largo del
tiempo lo que hicieron desembocar la historia en una atrocidad simbolizada por
la ley física de acción y reacción... Ahora
en España, después de haber conocido un desahogo, un bienestar y una libertad
llegados con el aluvión de millones de euros recibidos de Europa
(transformados luego en despilfarro y construcción) ha perdido todo aquello, y
eso es como privar de la vista a los videntes. Por eso la notoria desigualdad
entre unos y otros sectores de la sociedad se soporta mucho peor y se agrava
mucho más, vista la corrupción ya tan extendida entre la clase política, la
empresarial y la realeza.
El caso es que los
que tratan de justificar el statu quo de la desigualdad estructural en los
países del capitalismo se fundan en dos razones: una, que de la confrontación
de las fuerzas del mercado libre sale victorioso el más capaz, y otra, que de
la confrontación de fuerzas del mercado libre en que sale victorioso el más
capaz, resulta el máximo provecho para todos. Sobre este apotegma-falacia se
levanta el entramado del sistema de organización social llamado capitalismo y
ahora disfrazado de liberalismo, de liberalismo no político sino
económico.
Y digo que es una
falacia porque es falso que el mercado sea libre, y es falso que el que sale
airoso sea el más capaz... a menos que por más capaz consideremos a enormes
mayorías de deshonestos. El mercado de cada materia prima y de las manufacturas
más importantes está férreamente controlado por los supuestamente más capaces y
los monstruos societarios tras los que se esconden. Y los que son etiquetados
como más capaces son los que tienen menos escrúpulos, los más ambiciosos y los
más astutos, en absoluto los más inteligentes. De la combinación de ambición,
astucia y falta de escrúpulos surgen los jefes de las respectivas manadas que
controlan “ese” mercado en concreto. Los que a su vez y al mismo tiempo son
depredadores por antonomasia que dejan las piltrafas al resto de la población.
Esas son sus credenciales.
Por otro lado, en España hay tantas causas para la sublevación, denunciadas o no, que el asunto provoca náuseas. Sin embargo, hay una que no está suficientemente destacada pero que pone el marchamo a la confabulación del poder político, el económico y el religioso contra el bien común o interés general. Cual es, que mientras incluso los más hostiles al sistema pero dentro del sistema repudian las teocracias de otras culturas, en el nuestro nuestros mulahs no se subirán ahora al púlpito para decretar fatwuas, pero están donde conviene (descaradamente o en la sombra) para gobernar de manera vergonzosa en temas capitales, como el aborto, la eutanasia y la educación.
Por otro lado, en España hay tantas causas para la sublevación, denunciadas o no, que el asunto provoca náuseas. Sin embargo, hay una que no está suficientemente destacada pero que pone el marchamo a la confabulación del poder político, el económico y el religioso contra el bien común o interés general. Cual es, que mientras incluso los más hostiles al sistema pero dentro del sistema repudian las teocracias de otras culturas, en el nuestro nuestros mulahs no se subirán ahora al púlpito para decretar fatwuas, pero están donde conviene (descaradamente o en la sombra) para gobernar de manera vergonzosa en temas capitales, como el aborto, la eutanasia y la educación.
Por su parte, las
leyes que nos aseguran ponen límites a la competencia y al abuso mercantil, las
normas anti dumping y las leyes fiscales dirigidas en teoría a
redistribuir la riqueza contienen la letra pequeña precisa para que los
ambiciosos, los astutos y los sin escrúpulos las burlen. Los paraísos fiscales
del sistema son la prueba irrefutable del hacer que hacemos y en definitiva de
la farsa descomunal que son estas democracias: esperpentos que ni son
democracias ni la libertad que se vende en ella sirve para algo que no sea para
la protesta reprimida o para emigrar; limbos donde los que viven bien a su
amparo quieren ignorar que el desahogo y el bienestar de unos y la opulencia
repugnante de otros se elevan sobre el sudor, el sufrimiento y la privación de
muchísimos más, unos muy cercanos y otros en otros continentes.
En resumen, tanto los que figuran en la oposición política de país como los que lo mangonean actualmente, y toda la gran derecha que maneja Europa y buena parte del mundo ahondan la desigualdad y la han convertido en el motor y el principio inexcusable del pensamiento cada vez más perniciosamente único.
DdA, X/2.613
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