Los economistas son los sumos sacerdotes del sistema; papel que
comparten, por cierto, con los periodistas. Brotan como setas en tiempos
de crisis, y en tiempos bonancibles se dedican a la contabilidad.
Al mismo tiempo son
también augures, como los meteorólogos que hablan de las borrascas, pero
no pueden evitarlas, o como esos médicos que investigan pero carecen de
aptitud para curar. Los economistas hacen una disección de lo que está
sucediendo y de las medidas que deberían adoptarse ante un problema o
una crisis, pero nadie les hace caso… Si todo esto no fuese así, los
mejores economistas estarían contratados por los gobiernos de las
naciones, y los grandes problemas y crisis económicas no existirían
porque sabrían evitarlos o los solucionarían como el galeno trata la
gripe o el cirujano extirpa un tumor.
De modo que la vida económica, laboral y social, los tres planos de la
sociedad, sigue su curso pese a los economistas. Ellos se limitan a
contar lo que sucede y a apuntar medidas. Pero los remedios dependen a
su vez de unas leyes económicas que son difusas pese a todo, al estar
manipuladas por los dueños del dinero. En suma, los economistas son
expertos que hacen diagnosis y aconsejan, mientras las finanzas tienen
otros planes. Total, no sirven para nada, sólo para marearnos con su
verborrea y para asombrarnos de lo mucho que saben sin ninguna
utilidad.
DdA, X/2.595
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