Ana Cuevas
Soy
feminista. Sin complejos ni paños calientes. A cara y a pecho
descubierto si hace falta. En un planeta donde una mujer puede ser
condenada a a una violación múltiple por adulterio como ha ocurrido en
la India, tienes que ser feminista si te queda un atisbo de conciencia.
Para mí, y para muchos hombres y mujeres, ser feminista es una posición
natural de elemental justicia. No se puede hablar de una sociedad
equilibrada, ni siquiera en occidente, cuando las desigualdades entre
los sexos aún son tan sangrantes. Cuando la autonomía y la libertad
reproductiva de las mujeres continúan en manos de ideologías
patriarcales inspiradas en religiones manifiestamente misóginas.
Soy
feminista. Ergo, según el obispo de Alcalá, soy una peligrosa radical
que contribuye a la deconstrucción de la persona (sea lo que diablos sea
eso). No encajo ni con calzador en el modelo de hembra sumisa, útero
sacralizado y cabeza hueca que promulgan gobierno e iglesia católica en
estos tenebrosos tiempos. A lo mejor, si levitara un poco como la santa
de Ávila o fuera la silente estatua de la virgen del Rocío, merecería el
respeto de estas autoridades. Creo que incluso han fichado a ambas para
engordar el gabinete de varios ministerios.
Pero como soy una pecadora
sin propósito de enmienda, solo me queda el consuelo de saber que
monseñor Reig Pla me tiene presente en sus plegarias. A las feministas, a
los homosexuales y a todo bicho viviente y degenerado que no se avenga a
la doctrina machista de la santa madre iglesia. Ora pro nobis Obispo.
Con líderes espirituales como tú y políticos como los que padecemos,
nos hace mucha falta. O mejor todavía, agradece a tu jefe la buena
educación laica que recibí en mi adolescencia. La última frontera que me impide decirte explícitamente por qué conducto te puedes meter los rezos. Monseñor, bonito.
DdA, X/2.606
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