El arzobispo de Pamplona, Fernando Sebastián, nombrado cardenal
por el papa Francisco, cree que la homosexualidad es una deficiencia que se trata y se cura
Jaime Richart
¿De dónde se sacan estos
prelados tan rotundas afirmaciones desprovistas de todo rigor cuando
afirman que la homosexualidad es una deficiencia? Porque si se fundan en
pasajes evangélicos o bíblicos o en ocurrencias de santos, todo el
mundo sabe a estas alturas que en esos textos hay de todo y para todo, y
que sirven tanto para apoyar un principio como su contrario.
Cuando
se habla de normalidad, se parte de una referencia que es el número de
cantidad que sirve de modelo. Por el contrario, deficiencia es privación
congénita o mutilación posterior de un atributo presente en el ser
"normal" o completo, medida su completitud por el número mayor conocido
de "normales". De modo que o todos los seres son incompletos o todos son
completos. Si no fuese así, podríamos llegar a decir, por ejemplo, que
el macho padece de incomplentitud, de una deficiencia respecto a la
hembra habida cuenta la incapacidad o "deficiencia" del macho para
alumbrar seres a la vida.
Por
ello la aportación del semen a la fabricación de vida no es suficiente
como para arrogarse el macho el derecho a pronunciarse sobre el asunto, y
menos para coaccionar a la hembra a hacer o a no hacer lo que no quiera
hacer con "su" embrión. A fin de cuentas el semen es prácticamente
impersonal, puede ser de cualquiera, mientras que el vientre que aloja
al ser por venir sólo puede ser "ése". De aquí el aserto irrefutable
latino "mater certa est", la madre siempre es cierta, el padre no. De lo
que no hay es razón suficiente para negar que, como muchos pensamos,
todos somos ónticamente perfectos en nuestra precisa mismidad, y que los
defectos o deficiencias que se predican son sólo sociales, de
costumbres o doctrinarios.
Pues
en la naturaleza hay de todo. Sentenciar como normalidad o anormalidad
lo que existe, sólo puede explicarse por el número de los seres iguales y
el número de los seres desiguales a ellos. Y no hay datos fiables del
número de los homosexuales en cada sociedad y en el mundo. Cualquier
cuantificación o módulo de valoración está abocado a ser falso o cuanto
menos lo suficientemente impreciso como para no permitir
pronunciamientos que equivalgan a preferencias personales. Porque aun la
heterosexualidad muta a menudo en la naturaleza según condiciones y
coyunturas.
Otra cosa es
la perversión: lo que abandona su ser para convertirse en otro "ser" que
no es conforme a su "natural" naturaleza. Pues bien la perversión
abunda tanto o más que la supuesta anormalidad de los desiguales. Y en
este sentido, una suerte de perversión es, por ejemplo, el celibato. La
decisión de abstenerse de relación sexual por una idea previa
pretendidamente "superior", sublimada y sin revocación, es una
deficiencia mental. Celibato es consagrar la vida a una hipótesis: la de
la existencia de un dios antropomórfico, haciendo caso omiso de paso y
en último término de su consejo de que "no es bueno que el hombre esté
solo". Y más deficiencia todavía, si el sacrificio de la sexualidad
natural lo fuese a otra hipótesis: la de un dios que pueda ser
simplemente una ecuación aritmética o un principio dinámico o en reposo
pero en cualquier caso filosófico de la existencia toda de este mundo y
del universo.
DdA, X/2.601
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