lunes, 20 de enero de 2014

EN LA MUERTE DEL MAESTRO ABBADO, QUE SE LLAMABA CLAUDIO



Con motivo de la muerte hoy en Bolonia de Claudio Abbado, uno de los grandes directores de orquesta de la segunda mital del siglo XX,  director durante algunos años de la Filarmónica de Berlín tras la reirada de Karajan y de los prestigiosos Teatros de La Scala de Milán o la Staatsope de Viena, recuperamos el artículo (El maestro Abbado se llama Claudio) publicado en este mismo DdA sobre su personalidad con motivo de su última actuación en Madrid. Abbado, que tenía 80 años de edad, fue nombrado senador vitalicio de Italia el pasado 30 de agosto y decidió destinar su sueldo a la Escuela de Música de la pequeña localidad de Fiesole (centro de Italia) para promocionar la música clásica, su pasión y su vida, que ahí queda entre quienes compatimos esa querencia.

Félix Población
 
Cuentan quienes asistieron a cualquiera de las dos representaciones de la ópera Fidelio en el Teatro Real de Madrid, que al maestro Abbado lo despidió el público con sendas ovaciones de entre quince y veinte minutos. Sin duda el prestigioso director se las merecía. A su ya de por sí sobresaliente y dilatada carrera se le unía el hecho de haberse recuperado de una grave enfermedad, cuyo riesgo hizo sonar a conmovedora despedida el impulso de su batuta con el Requiem de Verdi en la Pascua de Salzburgo hace seis años.

Todo parece indicar, con el retorno de don Claudio Abbado a la vida y a la vocación que tan excepcionalmente profesa y ejerce, que esa reincorporación se ha dado con el carácter revitalizador que comporta haber pasado por unas circunstancias personales tan adversas y cuando, como en el caso del reconocido director, se tienen tan afincados la idea y el sentimiento de la música como materia trascendental de cultura en la formación humana.

Contaba ayer Abbado, en la interesante entrevista que firmaba Ruiz Matilla en el diario El País, que la lucha con la muerte le hizo ser consciente de que le convenía cambiar de vida. En lugar de reincidir en la intensiva ejecutoria de óperas y conciertos por los teatros del mundo -que ha reducido al máximo-, optó el maestro por dedicar su valiosa aportación a dos proyectos formativos, la Joven Orquesta Mahler y la Joven Orquesta Mozart, con Madrid y Sevilla convertidas en las dos ciudades donde ambas harán residencias cada año, y que prolonga así el compromiso de formación de nuevos músicos adquirido por don Claudio en Lucerna.

Tal compromiso le viene al renombrado director de su colaboración con don José Antonio Abreu, el músico venezolano que ha llenado su país de escuelas y orquestas de música con las que viene promoviendo la emancipación social y cultural de miles de niños y jóvenes, en su mayor parte procedentes de familias muy humildes. Abbado admira la extraordinaria tarea de Abreu: Aquello es un oasis, un paraíso. Es único. Tenemos mucho que aprender de ellos, nos han dado una lección para la educación musical.
 
El director italiano conoció a don José Antonio en Cuba, durante una de sus visitas profesionales a la isla. Dice Abbado que su trabajo en Cuba y Venezuela es una cuestión cultural, que no tiene que ver con nada más. También cuenta don Claudio en la citada entrevista que cuando sustituyó a Karajan al frente de la Filarmónica de Berlín, entre 1989 y 2002, los músicos de la orquesta quedaron muy sorprendidos cuando les dijo: No me llamo maestro, me llamo Claudio.

Es lo propio de quien cita a Cannetti para glosar la importancia de la escucha como clave del aprendizaje musical: He encontrado a alguien que me ha escuchado y me he emocionado. De quien, cuando trabaja o estudia demasiado, se refugia entre sus flores para pensar en la música. De quien en los años sesenta iba con el pianista Maurizio Pollini dando conciertos por las fábricas y los barrios obreros. De quien, en suma, revitalizado por la experiencia de una enfermedad que a punto estuvo de apagar su aliento, busca ese aliento en la enseñanza para que la vida siga en la música y la música nos siga dando vida.

DdA, X/2.600

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