Mario Escribano
Hace unos días podíamos leer en un artículo de La Marea arremetiendo
contra el formato de debate televisivo y los tertulianos de izquierda
que participan en ellos. El texto, que desprende izquierdismo -en el
sentido leninista-, se concentra básicamente en decir que: la televisión
es un medio de desinformación y, por lo tanto, la izquierda no debe
aparecer en sus programas; en su lugar, necesita sólo la calle, ya que
las urnas no valen para nada.
La televisión: un medio de desinformación al alcance de unos pocos
Que la televisión es un espectáculo dominado por lo audiovisual y la
superficialidad, no lo duda nadie. Que no es un medio de comunicación
cualquiera, sino el paradigma de la desinformación, también está
bastante claro. Esto se debe principalmente a dos causas: su estructura
como medio impide que pueda ser mucho más (como ya explicó Bourdieu en
los 90) y su estructura empresarial (sociedades anónimas propiedad de
multinacionales y grandes bancos). Los formatos televisivos dificultan
la posibilidad de obtener una información de calidad, pero a sus
propietarios tampoco les interesa fomentar el pensamiento crítico o la
ciudadanía activa.
El modelo de desinformación no sólo afecta a los programas
informativos, sino al conjunto de toda la programación. Entre ellos, por
supuesto, las famosas tertulias. Un buen ejemplo es la escasa
pluralidad ideológica en los debates de televisión; especialmente,
cuando participa alguien que aboga por una ruptura con el sistema actual
(como Julio Anguita o Pablo Iglesias), el plató se suele llenar de lo
más rancio del panorama mediático. En estos debates el nivel intelectual
o político está por los suelos, y cada vez se parecen más a los
programas de la llamada telebasura. No es sólo que no se fomente el
pensamiento crítico, es que se hegemoniza el pensamiento único, el
pensamiento cero.
Además, por si fuera poco con lo anterior, en la España actual, algo
más de un 70% de la audiencia es para los medios privados y el 30%
restante para los públicos, donde entra RTVE, las cadenas autonómicas y
las locales. Dentro de ese porcentaje de medios privados, cerca del 80%
están dirigidos por dos empresas de comunicación: Atresmedia y Mediaset.
El sistema capitalista imposibilita la existencia de una televisión con
influencia real y viabilidad si ésta no está dotada de, al menos: a)
una sólida estructura empresarial, con la fuerte inversión inicial
correspondiente; y, b) anunciantes dispuestos a pagar cantidades
considerables por publicitarse en el medio. Es decir, una alternativa al
sistema no puede tener, por definición, su propia televisión
–influyente- dentro del capitalismo.
Sólo quedan las televisiones de las grandes empresas de comunicación.
Y sí: el terreno es profundamente adverso para la izquierda o los
movimientos sociales.
¿Debe estar “la izquierda” en la televisión?
Antes de continuar, mencionemos algunos datos sobre la influencia de la televisión en España. Según el barómetro del CIS del pasado marzo el
71,4% de los españoles utiliza la televisión a diario para informarse.
Además, es el medio favorito para el 56,8% de la población, bastante
alejado de la radio o la prensa escrita. En otras palabras: casi tres de
cada cuatro personas utiliza la televisión para informarse en España y,
de ellos, este medio es el favorito para dos. No hace falta ser un
experto en comunicación mediática para saber que las opiniones del
grueso de la población se construyen entorno a lo que se ve y escucha.
Por muy hostil que nos sea esta es la realidad: la televisión influye de
modo determinante en la construcción de la opinión y en la formación de
mentalidad.
En el mencionado artículo, el autor defendía su posición argumentando que: “estos
debates no son ideológico-dialecticos, son meras discusiones que no
conducen a nada, confundiendo al telespectador enajenado”. Nada
nuevo bajo el sol. Pensar que Alberto Garzón o Diego Cañamero visitan
platós de televisión porque quieren convencer y sumar a su causa a Paco
Marhuenda, Isabel San Sebastián, Alfonso Rojo o similares, es una
tremenda ingenuidad. Pablo Iglesias, uno de los principales tertulianos
de la izquierda en los grandes medios de comunicación, lo explicaba claramente hace meses: “Yo
no voy a la televisión a enfrentarme teóricamente con nadie. Voy a
ganar, voy a ganar en un debate político en el que me importan una
mierda mis adversarios (…) A mí lo que me interesa es que, en última
instancia, eso deje un poso en la gente que nos está escuchando”.
La televisión, por tanto, no es sólo un espacio de influencia,
también puede convertirse en un espacio de conflicto político. Aunque lo
predominante en las tertulias sea el consenso entre las distintas
posturas dentro de un marco –no cuestionar el sistema-, a veces hay
pequeñas brechas en las que se puede colocar un discurso radical –de
raíz-. Por ello, mientras los discursos de izquierdas, radicales,
alternativos o antisistema no puedan tener un medio propio tan
influyente como lo es hoy la televisión, deben hacer lo posible para
llegar al máximo de receptores, sin que ello signifique moldear su
discurso, sino su presentación. En otras palabras: la izquierda debe
aprovechar las grietas del sistema mediático para influir en personas
que difícilmente podrían ser atraídas en otro espacio.
Que la izquierda acepte entrar en el espacio de la televisión no
implica que deje de usar otros espacios, o es que ¿acaso no se pueden
compaginar los platós con la calle y, a su vez, con las elecciones? El
conflicto de clase es un conflicto que afecta a todos los aspectos de
nuestro día a día y, por supuesto, también a los espacios comunes. ¿Por
qué tenemos que rechazar espacios que pueden ser muy útiles para llegar a
más gente? ¿Debemos abandonar la televisión para que el discurso
hegemónico siga legitimando el sistema capitalista? Algunos tenemos
claro que la calle es el principal espacio, pero tampoco queremos
negarnos a utilizar otros. Menos aún cuando pueden servirnos de ayuda y
no perdemos nada usándolos, es más, incluso perdemos no usándolos ya que
el discurso hegemónico no tendrá ninguna oposición en el medio más
influyente.
Concluyo con una cita de Lenin en su obra El izquierdismo: la enfermedad infantil en el comunismo que si bien habla de elecciones y clero, puede aplicarse también a los medios de comunicación:
“Vuestro deber consiste en no descender hasta el nivel de
las masas, hasta el nivel de los sectores atrasados de la clase. Esto es
indiscutible. Tenéis el deber de decirles la amarga verdad, de decirles
que sus prejuicios democrático-burgueses y parlamentarios son eso,
prejuicios, pero al mismo tiempo, debéis observar serenamente el estado
real de conciencia y de preparación de la clase entera (y no sólo de su
vanguardia comunista), de toda la masa trabajadora entera (y no sólo de
sus individuos avanzados). […] Mientras no tengáis fuerza
para disolver el parlamento burgués y cualquiera otra institución
reaccionaria, estáis obligados a trabajar en el interior de dichas
instituciones, precisamente porque hay todavía en ellas obreros
idiotizados por el clero y por la vida en los rincones más perdidos del
campo. De lo contrario, corréis el riesgo de convertiros en simples
charlatanes”.
DdA, X/2.607
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