viernes, 17 de enero de 2014

CUANDO MUERE UN POETA (POR GELMAN EN ESTE CASO)

Félix Población

Aprovecho la ocasión que me brinda este hermoso poema de Silvia Delgado, que tan bien cabe aplicar al recientemente fallecido poeta argentino, para insertar estas declaraciones de la nieta de Juan Gelman, publicadas hoy en el diario Página/12 y que inicialmente aparecieron en el diario Reforma: "Mi abuelo ganó muchas batallas a pesar del dolor, y una de ellas fue encontrarme”, dijo Macarena Gelman el miércoles por la noche en México, donde despidió los restos de Juan Gelman, el abuelo que la buscó hasta dar con ella en Uruguay. “Yo no sabía de él hasta entonces. Cuando me enteré, fue de todo: lo conocí como abuelo, como escritor, como poeta, como periodista”, contó. También dijo que la última vez que habló con su abuelo fue el sábado. “Hasta diciembre, que estuve unos días con él, estaba preocupado por escribir”, a pesar de las recomendaciones de los médicos, contó Macarena. El director del suplemento cultural del diario Milenio, José Luis Martínez, había revelado que, antes de morir, Gelman terminó de escribir Amar a Mara, un “homenaje al amor que tenía por su mujer, Mara La Madrid”. Tengo un gran interés en leer ese último poema, que no es el que como último poema publicó el diario El País en su edición de ayer y que, según el cantautor Joaquín Sabina, le entregó el poeta en secreto. ¿Por qué en secreto? +@Página/12

Silvia Delgado 


Cuando muere un poeta no pasa nada, apenas ni nos damos cuenta,
ni la lluvia  queda quieta,
ni las estrellas se descuelgan,
ni los niños dejan de jugar a la rayuela.
Nada. No pasa nada.
Todos los días nos morimos.
Limosneros de pan y de ternura,
dejamos la vida como si tal cosa.
Como dejamos los poemas sobre mesas,
o en paredes o en plazas donde se amontonan
las huellas de los besos y de las quejas.
No pasa nada cuando nos morimos,
porque somos muchos muriéndonos clandestinos,
en lugares sombríos de humanidad,
porque somos tantos,
tantos los poetas que vamos muriéndonos
huérfanos, errantes, solitarios.
 Amados desde distancias remotas,
odiados por tener voz y estrofas,
aislados en un mundo  hostil que
nos lleva de cabeza.
Nada pasa, nada.
O sí pasa.
Ocurre que si muere un poeta
cerca del fuego y de las lágrimas,
cerca de la sequía  y de las guerras,
cerca de la memoria y de las picanas,
la muerte secuestra una garganta insomne.
Cundo muere un poeta  y muere gritando a la barbarie
calla la voz vigilante de quien quiso vivir

en pie, 
en paz, 
eternamente.

Viñeta de Kalvellido
DdA, X/2.597 

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