Jaime Poncela
En este país no se puede fumar en los bares ni hacer botellón en las
calles y no hablemos ya de otras sustancias de más potencia alucinógena.
Sin embargo, nadie se ocupa de controlar las letales dosis de realidad
que consumimos a diario. La realidad española es la droga más dura que
se puede administrar a cualquier criatura sin que haya autoridad pública
alguna que prevenga de su consumo y de las consecuencias que comporta.
La realidad española es una droga legal de alto octanaje que el jueves
se nos ofreció en forma de presidentes de equipos de fútbol pidiendo a
coro el indulto para uno de ellos, un tal del Nido (de víboras, al
parecer), que ha sido condenado a siete años de cárcel por delito
continuado de malversación. Casualmente y ese mismo día, uno de los que
pedía el indulto dimitió tras ser pillado a su vez con el carrito del
helado. Dimitió en catalán, que queda mejor. El efecto tóxico de la
conjura de estos necios sería llevadero de no ser porque la mayoría de
ellos presiden empresas que estarían quebradas, embargadas y cerradas en
cualquier otra dimensión de la realidad que es la que viven la mayor
parte de los empresarios españoles. Sin embargo, todos estos siguen
adelante mostrando un total desprecio por las leyes y esgrimiendo un
discurso que da vergüenza ajena, trufado de constantes simplezas acerca
de “los colores”, “sudar la camiseta”, “el proyecto deportivo” y otras
estupideces propias de quienes quieren vivir en una sociedad parecida a
un coto de caza y gobernada por ellos mismos, señoritos rijosos y
calaveras que, a cambio de darnos un poco de espectáculo los domingos
por la tarde, están dispensados de pagar impuestos y de ir a la cárcel.
Besan la mano a las señoras, manejan como nadie las intrigas en la
penumbra de los palcos, hacen negocios envueltos en sus banderas y se
protegen las espaldas, siguiendo las consignas que aprendimos viendo
“Uno de los nuestros” y “Los Soprano”. Deben millones a Hacienda y a la
Seguridad Social, mienten cuando firman los contratos, pero siguen
manejando miles de millones de un país arruinado y acaparando horas y
horas de actualidad, como si de ellos dependiera el futuro de Occidente.
Nadie mete mano a estos sinvergüenzas porque son quienes administran la
droga dura que, como pasa en todos los países tercermundistas, mantiene
a raya cualquier intento de motín.
DdA, X/2.605
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