sábado, 28 de diciembre de 2013

LA CLASE BAJA NO ES UN INSULTO (RESPUESTA A VICENÇ NAVARRO)

 Jaime Richart

 Lo que es un insulto a una gran porción de la sociedad, la trabajadora, son los abusos de los empresarios, la facilidad de estos para despedir y unos salarios tan bajos; en suma, que la clase trabajadora tenga unos niveles bajísimos de renta mientras la clase empresarial, la clase bancaria y la clase política -las clases "altas"- los tengan tan altos. Eso es insultar, no llamar "baja", por eso mismo, a la clase trabajadora. Lo mismo que no es un insulto decir de alguien que, en un edificio de diez plantas, vive en el piso bajo.
 
 Las clasificaciones sociológicas son descriptivas generalmente de una cualidad circunstancial o accidental, no esencial strictu sensu. Por eso no tomo demasiado en serio la queja de Viçenc Navarro formulada en su artículo "Por favor, no insulten a la clase trabajadora" cuando se la califica de "baja". Las connotaciones que en el lenguaje ordinario y aun cuasi científico tuvo el término "clase baja" en otros tiempos, han desaparecido por completo. Y con mayor motivo en este tiempo concreto de una crisis económica que arrastra consigo otras crisis concomitantes, la del propio lenguaje sometido a una agitación que lo desnaturaliza a niveles políticos, mediáticos y coloquiales, e incluso ésta de considerar eso como insulto. No voy yo a calificar de demagógica la idea de Viçenc Navarro, pero  dar por sobreentendido que cuando se habla de clase baja (por la renta) se la está insultando, es rebuscado y relega la importancia de la cuestión de fondo: la archisabida y enorme desigualdad entre la clase trabajadora y las otras.
 
 Hace unos meses me vi repentinamente asaltado por la desconfianza de un webmaster, que interpretó en un primer momento como insultante la palabra "raza" que yo ocasionalmente empleaba en mi artículo "Minorías funestas" al mezclar pueblos y “razas”. Hube de explicarle, para dejarle tranquilo, que en absoluto daba al concepto un sesgo discriminatorio antropológico, sociológico o social. No hay, en efecto, nada que acredite biológica, científica o genéticamente diferencias entre unas y otras razas, y podemos afirmar, con Juan Marín González, solvente antropólogo de La Sorbona de París que, en este sentido, sólo hay una raza: la humana. Lo que no significa que, para no herir sensibilidades a flor de piel, debamos prohibirnos el uso de la palabra "raza" en términos puramente descriptivos, que es como interpretan los bienpensantes  la locución “clase baja” aplicada a la clase trabajadora.
 
 Me da la impresión de que Viçenc no hila fino. En tiempos en que no había en absoluto movilidad social (paso de una clase a otra) el término "clase baja" era insultante porque las clases sociales eran estancas,  se parecían más a la "casta" indostánica que a cualquier otra cosa y la incomunicabilidad virtual entre las clases sociales asimismo clasificadas también para el estudio sociológico, estaba asegurada. Pero en los tiempos que corremos hablar de la clase trabajadora como "clase baja" tiene que ver con el nivel de renta y no con ningún otro factor. No se "pertenece" a la clase baja, se "está". Es más (aunque las condiciones salariales son cada vez más medievales) el IRPF es un "accidente". Pero también, mire usted por dónde, es un certificado de honestidad, de sensibilidad y quizá de mayor cultura real (no convencional), del que carecen por definición la inmensa mayoría de "señoritos" y "señoritas" miembros de las clases altas: trufados de altanería, de pretenciosidad y de incultura real, cuando no de marchamo de delincuente social aunque sólo sea por disfrutar de una situación económica boyante que no se compadece con los esfuerzos auténticos ni con los merecimientos que justifican el disfrute sino más bien con la falta de escrúpulos. Si una persona es honesta, con las leyes tributarias actuales difícilmente se enriquece mucho. Por eso, aun habiendo movilidad fluida, es más difícil que, honradamente, un trabajador pase a otro nivel de renta distinto al que tiene que un camello pase por el ojo de una aguja. Y ya sabemos cómo se hacen ricos los que no lo eran, y más ricos los que ya lo eran.
 
 En resumen y para terminar, hoy por hoy, no sólo no me consideraría insultado si alguien dijese de mí que pertenecía a la clase baja trabajadora, es que lo tendría a gala y sería para mí un orgullo. Por el contrario, si "perteneciese" a una clase "alta", sospechosa de estar hurtando o robando a la clase "baja" el derecho universal no ya al bienestar de que gozan ellas si no a una vida digna que ellas precisamente, con la complicidad del poder económico y político les cierran el paso, sentiría verg?enza en tiempos tan revueltos como los que vivimos.

DdA, X/2.581

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