Ana Cuevas
Una mujer asistía a la misa del Gallo sentada entre los
primeros bancos de la sobrecogedora catedral alemana. De repente, se
deshizo de su ropa para subir al altar y mostrar las palabras escritas
en su torso: Yo soy dios. La noticia corrió por los informativos
internacionales. Una oleada de indignación inundó las respetables
calaveras de la gente de orden. Yo la vi en el televisor de un bar de
barrio. Dos tipos grasientos, alopécicos y con aspecto de padecer de
flatulencias, comentaban a mi lado la jugada: Si por lo menos tuviera buenas "lolas".
La
opinión pública se movió entre el desprecio y el rechazo hacia el gesto
de la activista de Femen. Esta hipócrita sociedad del patriarcado, a la
que tan generosamente han contribuido las creencias religiosas, se
escandaliza más por ver dos tetas reivindicativas que por la opresión,
explotación y perdida de los derechos de todo el género femenino.
A las
mujeres, pese a suponer más de la mitad de la población, se nos sigue
tutelando en virtud de una presunta debilidad emocional e inferioridad
intelectual que nos hace más proclives al "pecado". Por eso cualquier
estado aconfesional como el nuestro (es decir, aconfesional como manda
la santa madre iglesia) se siente con derecho a legislar nuestros
ovarios e imponer maternidades no deseadas. Juegan a ser dioses. Someten
nuestros cuerpos a los dogmas machistas de sus misóginos cultos. Y si
nos rebelamos somos brujas. O delincuentes que pagarán por sus
blasfemias en un fría celda.
El cuerpo desnudo de la joven alemana es un
desafío. Un guante tirado a la cara de los fariseos. Yo soy dios.
No le falta razón. Hasta la fecha el cuerpo femenino es la única fuente
real, más allá de las fábulas o mitologías religiosas, capaz de crear
vida. Nosotras somos de carne y hueso. Unas diosas terrenales que están
hasta las mismísimas de tiranos sobrenaturales y acólitos meapilas.
Finalizo mencionando a las integrantes de Pussy Riot que han cumplido
dos años de cárcel por cometer una osadía similar. Ellas también
irrumpieron semi-desnudas en un templo cantando a ritmo punk: Virgen María, echa a Putin.
Pagaron por este horrible crimen pero no minaron su entereza. Las
chicas son guerreras. La semilla de la rebeldía está sembrada. Que a
nadie le extrañe que cualquier día un coro de íberas diosas cabreadas
tome el templo del Pilar en pelota picada para entonar una jota que
podría decir algo así: Virgencica del Pilar, echa a Mariano, Gallardón y Cospedal. Contenticas nos tienen.
DdA, X/2.581
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