viernes, 29 de noviembre de 2013

Y UN TAMBOR QUE PALPITE COMO UN CORAZÓN PARA VIVIR LA VIDA

 
Alicia Población

Si a mí me pareció ofensivo, peor le parecería al percusionista al que identificaron con "aquel que tocaba los palos" en un artículo de prensa.
Según dicen los instrumentos melódicos, es decir, el violín, la flauta, el cello o el clarinete, representan los sentimientos, las emociones, y los instrumentos armónicos, piano, guitarra, tienen que ver con la inteligencia abstracta. Parecen elementales, no solo en cualquier conjunto, en el que son imprescindibles la armonía y la melodía, sino en nuestra vida cotidiana, en la que necesariamenter debería haber un poco de cabeza y un puñado de sentimientos. Sin embargo nos falta algo, el tercer vértice de un triángulo que descubre un equilibro perfecto: el ritmo.
Los instrumentos rítmicos se han relacionado estrechamente con la motricidad, la vitalidad. Se nota inmediatamente cuando en una obra hay timbales, un güiro o unas claves porque le da otro color, otro timbre completamente diferente, no mejor ni peor, pero sí más vivo; si habláramos en colores hablaríamos de un alto grado de saturación al incluir percusión a una pieza.
En nuestra vida necesitamos apoyarnos en estos tres pilares fundamentales de la música, adoptarlos como propios. Necesitamos tener las ideas claras y ordenadas, cierta inteligencia abstracta, para saber lo que queremos; necesitamos reconocer un escalofrío de emoción, valorar una lágrima y disfrutar de una risa, para saber lo que sentimos; pero también necesitamos cantar a voces en la calle y correr y correr bajo la lluvia, dar golpes con el lápiz en la mesa de clase, seguir el ritmo de la música de un bar haciendo medias sentadillas y bailar sin mucho control en cualquier sitio donde los decibelios se pasen un poco de pueblo. Necesitamos hacerlo para saber qué es cansarse, para saber que da gusto cansarse, para poner empeño en las cosas que queremos, para saber que podemos saltar en los charcos y saber que podemos caernos, pero sobre todo para saber que lo que de verdad merece la pena es levantarse y seguir saltando al ritmo de la vida.
Todos debemos llevar una flauta que nos cante qué sentimos, y sentirlo de veras, un piano, que nos descubra la relación perfecta entre dos acordes, pero lo que no puede faltarnos es un pequeño tambor que palpite como un corazón, que nunca se canse y que nos de el impulso rítmico para vivir la vida.

DdA, X/2.554

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