
Morir en una perrera es morir
entre muros fríos, sin unos ojos compasivos ni una pizca de ternura, que
alivien la angustia de enfrentarse a lo desconocido. Morir en una
perrera es morir dos veces, pues el golpe final se abate sobre el
abandono, el desamparo, el llanto. El rito siempre es el mismo: unos
pasos, el sonido de una llave, un breve paseo, a veces una caricia, una
aguja y un leve parpadeo que anticipa una oscuridad infinita. Las
estrellas se enfrían mientras el cuerpo se desmorona. La mirada se
desprende como un pájaro que se cae de una rama, abatido por una helada
furtiva. El corazón se apaga como una canción de cuna que gime sobre un
lecho vacío.
Morir en una perrera significa precipitarse en
el olvido. Nadie te recordará sobre la orilla tendido, bebiendo la brisa
que refrescaba tu garganta. Nadie te recordará ladrando detrás de una
cometa. Nadie recordará tu silueta ondulándose entre el aire y la
espuma. Nadie sabrá que las paredes del mediodía se encendían para ti y
que la lluvia caía para que los caminos se llenaran de charcos y tu
imagen pudiera romperse en mil pedazos. Nadie sabrá que el sol se
divertía contemplando cómo saltabas para morder el cielo y sentir el
frescor inaudito de las alturas. Nadie escuchará tus ladridos
impacientes, divertidos, atolondrados, espantados. Ya no asustarás a las
palomas, que caminan por los parques con torpeza de pingüinos. Ya no
temblarás de miedo, con el estrépito de los truenos. Ya no te refugiarás
entre unas piernas, sobrecogido por esos cohetes que parecen huir de la
infinita crueldad de los hombres. Te espera la noche, con sus aguas
oscuras. Te espera el viento, que jugará con tus cenizas. Te espera la
Luna, que abrirá sus entrañas para acoger tus huesos. La Luna es un gran
cementerio que sepulta a los infortunados. Los entierra con sigilo, con
respeto, con plegarias de sombra, con pasos lentos. Los entierra en una
eternidad silenciosa, que murmura nombres y evoca sueños. Los entierra
con esperanza, con ternura, pensando en deslumbrantes claridades que
anunciarán la resurrección de los que murieron aturdidos, humillados,
desarraigados, desolados.
La eternidad no vendrá para todos. La eternidad
está reservada para ti, que abriste los ojos y notaste una mano humana.
Primero, su blandura; después su dureza. No temas a la muerte. La muerte
nos llama a todos. No importa dejar de respirar. Importa saber que los
desventurados, los que mueren entre extraños, regresan cada primavera.
Tus lágrimas incrédulas regresarán convertidas en un río tumultuoso. Tus
aguas violentas despertarán a los que te abandonaron en una carretera,
celebrando tu desconcierto. Tus aguas son el clamor de los que
conocieron la sed, el hambre, la perplejidad, el miedo. Durante días,
avanzaste entre espinas, subiendo y bajando laderas, cobijándote entre
sombras y piedras, incapaz de comprender la aspereza de unos hombres que
te ahuyentaban con palos y piedras. Dormiste bajo un cielo enlutado,
con estrellas de piedra fría, preguntándote qué harías al siguiente día.
El sol te despertaba aterido, con telarañas en los ojos y el estómago
hundido. Los pájaros se asombraban al contemplar tu delgadez y tu
aflicción. Ya no te fiabas de los hombres. Eras un espectro, que
deambulaba entre campos de trigo. Sólo tenías dos años, pero sentías el
lastre de una pena antigua. Ya no tenías alma, sino una herida que se
ensanchaba cada día.
No podrías explicar cómo, pero regresaste a la
ciudad donde habías crecido, pensando que el rojo violento de la aurora
se habían inventado para ti. Al principio, no reconociste tu ciudad.
Nunca había visto esas casas, con paredes de cartón y tejados de
uralita. Nunca habías visto esas fogatas, rodeadas de niños con las
caras tiznadas. Les miraste a los ojos y descubriste la misma
incertidumbre, el mismo temor de haber nacido en un mundo que te cierra
las puertas. No te atreviste a mendigar pan, no te atreviste a suplicar
un poco de calor. La desgracia no siempre es amable. Seguiste caminando
por un arcén estruendoso, que temblaba bajo el peso de enormes camiones.
Ya conocías el asfalto, pero nunca habías experimentado su dureza en la
hora más alta del mediodía. Notaste que ibas dejando unas huellas
granates, un rastro que nadie seguiría, pues nadie te buscaba y a nadie
le preocupaba tu destino. Por fin vislumbraste los edificios, los
parques, las calles llenas de gente. Avanzaste entre la multitud, te
detuviste ante unos desconocidos, les miraste, te ignoraron, continuaste
tu camino hacia ninguna parte. Te tumbaste bajo un castaño y dejaste
que una leve brisa refrescara tus ojos enfebrecidos. Al poco rato,
aparecieron unos hombres. Se acercaron con un lazo, poco a poco, como si
temieran que les hicieras daño. Una cuerda se ciñó a tu cuello y te
obligó a levantarte.
Te trasladaron en un furgón, con otros perros en
el filo de la nada. La nada es morir sin que otros lamenten tu
ausencia. La nada es morir sin poder decir adiós porque nadie se ofreció
para estar a tu lado. Pasaste unos días en un suelo helado, con unas
rejas velando tu miedo, tu angustia, tu resignación a no ser y a no ser
recordado. La muerte llegó como una sombra que penetra silenciosamente
en una habitación y se tumba en el suelo, esperando que la noche borre
su presencia. La muerte se bebió tu alma y dejó tu cuerpo inerte, con
los parpados vencidos. Una bolsa negra fue tu mortaja y un vertedero tu
última morada. No eres más que eso para los hombres: un despojo, un
desperdicio, algo que fue y no mereció existir. ¡Qué horrible mentira!
Tú no eres esos restos que esperan ser incinerados con toneladas de
basura. Tú eres la luz que incendia la tierra, la dulzura que no se
extingue, la inocencia que nunca se malogra, el viento que nos desordena
el pelo y nos recuerda que hay un mañana. Un mañana donde tú nos
esperas, libre al fin de la miseria humana, corriendo por una orilla
infinita, que ofrece a tus pies doloridos su blandura de playa
embriagada de mar, brisa, sol, risa, espuma. Hasta entonces, volverás
cada primavera, como un río que regala abrazos y esperanza, feliz de
sembrar la dicha a su paso.
DdA, X/2.541
No hay comentarios:
Publicar un comentario