Doris Lessing ha muerto sólo seis años después de que le fuera
concedido el Premio Nobel de Literatura. Hubo de cumplir 88 para
alcanzar el siempre esquivo galardón. Desde que publicó El cuaderno dorado
en 1962 el feminismo internacional requería a la Academia Sueca para
que se le otorgara. Las obras que había publicado ya con anterioridad (Canta la hierba, Un casamiento convencional, Marta Quest,
entre otras) habían descubierto a una escritora de gran categoría en su
narrar y en el contenido de sus novelas. Con un estilo directo y culto,
con la delicadeza que se puede encontrar en las obras femeninas,
hallábamos, en el océano de hombres escritores laureados que contaban
principalmente relatos sobre hombres, niños, jóvenes y adultos, para
hombres, una literatura de ámbito universal, donde las mujeres y los
hombres estaban retratados con la precisión, la sinceridad y la
profundidad que no tenían los repetidos retratos masculinos.
Doris traía a la luz pública las ingenuas ilusiones, las ambiciones,
las desdichas y las decepciones de las mujeres, inmersas en un mundo de
represiones que, por supuesto, concernían a los hombres igualmente. Y su
realidad se situaba frente al universo triunfante o frustrante
masculino, un siglo después de Jane Austin, y lo describía con la
profundidad y el verismo que merecía el relato de la vida femenina
siempre escondida y desdeñada por la mayoría de los reputados grandes
autores. Y lo hacía desde la perspectiva directa de una de sus víctimas y
protagonista a la vez, que lo convertía en una historia universal,
puesto que desde la España de los años setenta y ochenta, cuando
empiezan a traducirse sus obras al castellano, nos sentíamos
absolutamente identificadas y concernidas por las experiencias narradas
por Marta Quest y sus otras protagonistas, a pesar de que éstas vivían
en el soleado remoto sur africano o en el húmedo, triste y lóbrego
Londres.
A la vez, y con el valor que se precisaba en aquellos años, se
declaraba comunista, y militando en las precarias organizaciones de ese
partido en Rhodesia intentaba contribuir a cambiar el infame sistema
racista del apartheid y de la explotación obrera que regía en el país.
Pero todavía en el año 1983, cuando publicó La buena vecina, y en el 85, con La buena terrorista, la Academia Sueca no consideraba oportuno admitirla en el elitista Parnaso de sus elegidos. Y ya había cumplido 66 años.
Cierto es que, mientras tanto, en 1988 se premió a Toni Morrison, y
con ella la denuncia de la esclavitud negra de Estados Unidos, y en 1991
a Nadine Gordimer, que enterraba definitivamente el apartheid en
Sudáfrica. Pero ninguna de las dos eran comunistas y aunque su defensa
de las mujeres es evidente en sus obras, Lessing seguía siendo el
símbolo por excelencia del feminismo. Por eso, el Nobel para Lessing no
llegaba, mientras su obra crecía.
El movimiento feminista siguió solicitando durante años el galardón
para ella y la reclamación se hizo internacional, hasta que finalizado
el siglo comprendimos que era demasiado comunista y demasiado feminista
para que los señores de la Academia sueca le permitieran la entrada en
su Olimpo.
Hasta que en 1994 nos dejó atónitas con su autobiografía Dentro de mí,
donde se arrepentía profundamente de sus veleidades políticas. Acababa
de descubrir que el comunismo era un sistema nefasto que únicamente
había llevado a la catástrofe a la humanidad y que había reunido tantas
víctimas que las de las guerras imperialistas y colonialistas, las de la
esclavitud, las de las dos guerras mundiales, las del fascismo, las del
nazismo y las del machismo, todas juntas, no eran dignas de
consideración al lado de las masacres estalinistas. Durante las muchas
páginas de esas memorias, las disculpas son tan repetitivas que la obra
pierde todo atractivo literario. Las que le siguieron incidieron en la
misma tesis insistentemente.
Y cuando todavía nos quedaba su profesión de fe feminista, un día
declaró que el feminismo no tenía sentido puesto que las mujeres no eran
tan diferentes a los hombres. Frase que repitió cuando la Academia
Sueca le concedió el premio por su “capacidad para transmitir la
épica de la experiencia femenina y narrar la división de la civilización
con escepticismo, pasión y fuerza visionaria”.
Ciertamente, durante cuarenta años había relatado la épica de la
experiencia femenina y narrado con escepticismo, pasión y fuerza
visionaria, pero en ese largo periplo de tiempo la Academia Sueca no se
lo tuvo en cuenta, a pesar de los quince premios internacionales que ya
había ganado. Para alcanzar el paraíso de los excelsos hacía falta un
acto de contrición público y repetido. Y nuestra querida y admirada
Doris Lessing –que había sido el referente de las causas marxistas,
anticolonialistas, antisegregacionistas y feministas–, lo hizo.
Nos quedarán cuarenta novelas y libros de cuentos que son un tesoro
para el sentimiento y una base de conocimiento de la historia de las
mujeres, y que valen mucho más que el Premio Nobel.
DdA, X/2.543
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