Ana Cuevas
Puedo
intuir (es más, conozco muchos testimonios) las razones que empujan a
millones de seres humanos para abandonar su tierra, su familia, sus
tradiciones y costumbres y emprender la peligrosa aventura de la
emigración. En la mayoría de los casos, esa fuga la desencadena la
violencia. Una violencia estructural que mantiene a los pueblos en la
pobreza y la desesperanza a la par que son reprimidos con mano de
hierro. Escapan de las cuchilladas que les propina un sistema que no
atiende a criterios de justicia respecto a la redistribución de los
recursos planetarios. Aún peor, un sistema que sostiene conflictos
bélicos o apoya a crueles dictadores que desprecian los derechos
humanos. Todo para que la élite financiera siga manteniendo el control
de las fuentes de riqueza.
El desenlace de esta huida hacia adelante,
hacia el espejismo de la seguridad y el bienestar del primer mundo,
acaba en tragedia con demasiada frecuencia. Occidente quiere permanecer
blindada a la miseria que genera en otros países. Vamos a cagar a casa
del vecino pero no estamos dispuestos a que el vecino nos moleste
pidiéndonos un puñado de sal. Por eso levantamos vallas y nos permitimos
coronarlas con un entramado de cuchillas. Una malla "anti-trepas" que, a
mi corto entender, hace mucha más falta entre la caspa dominante. ¿Qué
será lo próximo? ¿Se abrirá la veda de los inmigrantes?
Y otra cuestión:
Ahora que nuestros hijos y hermanos huyen de las navajadas patrias del
paro y la precariedad, ¿entenderemos que allá donde vayan desgarren sus
blancas carnes con las cuchillas del desprecio y la explotación? Las
cuchillas, algunas veces tienen doble filo. No parece muy inteligente
amenazar al prójimo mientras empuñamos el reverso de la hoja con la
mano. No importa de qué color seamos o a qué nacionalidad pertenecemos,
la sangre que brota de los acuchillados a cualquier lado de las vallas
de la desvergüenza, siempre será roja. Tengan esto muy en cuenta.
DdA, X/2.529
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