En el día de ayer, víspera del Día Internacional de No Más Violencia
contra la Mujer, El Roto publicó una viñeta titulada “Sumisión”, en la
que una mujer, de expresión muy alegre, se está cortando su propia mano y
parte del brazo con un enorme cuchillo. Es la primera vez que mi
adorado Andrés Rábago me ha decepcionado. Ha asumido la ideología que
desde todas las instituciones, y sus cómplices, están impartiendo los
medios de comunicación: es decir si las mujeres son víctimas de la
violencia machista es porque quieren. La amplia sonrisa de la
protagonista del dibujo nos dice que le gusta destrozarse a sí misma.
Todos los análisis, denuncias, consejos y críticas que estos días se
publican por parte de políticos, periodistas, psicólogos y otros
creadores de opinión –como ahora se llaman-, acerca de la masacre que se
abate sobre las mujeres, nos adoctrinan en la misma dirección: a las
mujeres les gusta sufrir. La Delegada del Gobierno sobre Violencia de
Género Blanca Hernández, Inmaculada Montalbán, Presidenta del
Observatorio del mismo tema, Miguel Lorente que fue Delegado de la cosa,
con un coro de expertos en psicología, abogacía y judicatura, nos
cantan la misma romanza: la dependencia afectiva de la víctima de su
maltratador lleva a que pocas sean las denuncias que se presentan por
maltrato cuando el número de maltratadas es escalofriante, y muchas son
las que no la ratifican. La Federación de Mujeres Progresistas incluso
hace hincapié en que únicamente el 8% de las víctimas de asesinato
habían presentado denuncia anteriormente. Pero no aclara por qué ese 8
por ciento acabaron muertas después de denunciar. Porque todos esos
doctrinarios, y aquí también hay unanimidad, aseguran que si se
denuncia, inmediatamente la víctima está protegida. Ergo, si no lo hacen es por masoquismo, cobardía y debilidad de espíritu.
Pero la asesinada el día antes de la viñeta de El Roto había
presentado doce denuncias, DOCE, contra el mismo tipo, y conseguido una
orden alejamiento contra él, en un pueblo, Torrelaguna, de cinco mil
habitantes. Cuando se ha interrogado a algunos vecinos, incluido el
alcalde, han confesado que tan dramático final estaba anunciado, ya que
el asesino durante mucho tiempo corría por el pueblo gritando que iba a
matar a su mujer.
Porque lo que nunca cuentan ni los articulistas ni los políticos ni
las observadoras de la violencia, es que el 55% de las denuncias que se
presentan en el juzgado se archivan sin más trámite. Que de las órdenes
de alejamiento o de protección solicitadas el año pasado, únicamente se
concedieron el 60%, sin que se sepa que les sucedió al 40% restante de
las ingenuas que se acercaron al juzgado a solicitar auxilio. Que del
45% de las denuncias que se tramitan hasta juicio se condena al agresor
en el 70% de los casos, por lo que las condenas únicamente alcanzan al
38% de los maltratadores. Pero la mayoría de esas sentencias se pactan
entre el fiscal y el abogado de oficio y nunca superan los dos años de
prisión, por lo que el beneficio penitenciario de no ingresar en la
cárcel se les aplica automáticamente.
En un estudio detallado de la Universidad de Barcelona sobre los
procesos penales por maltrato a la mujer en España se concluye que las
que denuncien no tienen más de un 9% de posibilidades de ver a su
verdugo privado de libertad.
Pero no existe voluntad política -como se dice ahora- para modificar
la vigente Ley de Violencia de Género, que tiene 600 asesinadas sobre su
recorrido legal. Los juristas se escandalizan ante la posibilidad de
modificar la carga de la prueba, agarrándose a la presunción de
inocencia del acusado, mientras a la víctima siempre se la presume
culpable, y la policía no tiene medios para proteger a todas las que
están amenazadas. Aunque el juez haya dictado orden de alejamiento.
En el mejor de los casos el juez puede darle una orden de protección a
la mujer, pero por supuesto lo que no le dará es de comer, ni a ella ni
a sus hijos. Los últimos porcentajes que nos ofrecen los organismos
oficiales sobre las ayudas económicas, la obtención de un empleo y la
accesión a una vivienda para las víctimas de maltrato son tan ridículos
como el 8%.
Las casas de acogida amontonan mujeres, a veces con sus niños
pequeños, durante meses, todos los que tarde el atareado juez en
averiguar si el psicólogo forense aprecia signos de falsedad en la
declaración de la denunciante; si el acusado apaleó a su compañera
sentimental, o no; si las palizas eran repetidas u ocasionales; si hay
pruebas de tal conducta delictiva por parte del maltratador o la
negativa de la mujer a ratificar la denuncia y la inhibición de
familiares, amigos y vecinos hace inviable la testifical. Mientras
tanto, la maltratada mal sobrevive compartiendo habitación con otra
desgraciada, lejos de su entorno familiar y amistoso, los niños pierden a
sus amigos, y ella tantas veces el empleo. Mientras tanto, el
maltratador vive tranquilamente en su propio domicilio, con todo su
ajuar doméstico, sigue acudiendo a su trabajo y a la tertulia de amigos
habitual, y hasta que se demuestre lo contrario –y muchas veces también
después- sigue siendo un hombre honorable. Pero el atronador coro de
políticos, consejeros, legisladores, psicólogos y periodistas que repite
que si las mujeres no denuncian no se las puede proteger, viene a decir
que son ellas, en definitiva, las culpables de su propia desgracia.
La próxima viñeta de El Roto, cuando trate de la esclavitud en los
campos de algodón de EEUU que dibuje a un negro golpeándose a sí mismo
con un látigo. Seguro que ese coro se indignaría.
DdA, X/2.550
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