lunes, 25 de noviembre de 2013

EN LA MUERTE DE MANUEL GARCÍA VIÑÓ: LA TINTA DE UN ADIÓS

Lazarillo

Acaba de llegarle a este Lazarillo la noticia de que Manuel García Viño ha muerto. Me lo comunica su hijo y no puedo evitar un sentimiento intenso de tristeza intelectual, que de seguro se hubiera completado con un sincero sentimiento de pesar afectivo si hubiese tenido el privilegio de conocer a este apasionado estudioso y admirador de la Literatura. Lamentaré siempre no haber tenido la oportunidad de conocer a García Viñó porque de seguro tendría ahora algo más que la emoción intelectual de su ausencia. Manuel García Viñó era un maestro al que me habría gustado escuchar en vivo para que su fervor por el arte de la palabra hubiera hecho crecer el mío. Pero se nos ha ido y su Fiera Literaria, la publicación crítica que mantuvo durante muchos años contra la mala literatura, se nos queda huérfana de su aliento y de su pluma, tan magnífica, tan entera, tan digna y tan sabia. Para conocer la dimensión y el valor de su obra, me parece idónea la entrevista que mi otrora compañera de mesa Julia Sáenz-Angulo le hizo para revista Artes Hoy, donde explica así su filosofía ante el páramo cultural e intelectual de nuestro entorno: "Lo único que podemos hacer quienes no estamos conformes con la situación es practicar lo que el profesor Vidal Beneyto ha llamado "resistencia cultural", resistencia que él, por cierto, no practica, pues se encuentra metido en el sistema hasta las taleguillas. A mí me aterra pensar que esto vaya a seguir así y hasta degradándose más y más, indefinidamente. Pero el arreglo no puede venir desde dentro de la cultura. La resistencia, sí; pero no el remedio. El remedio tiene que salir de una revolución del espíritu, provocada por toda la sociedad. Y eso puede venir del hastío". En honor a su memoria y a la admiración de García Viñó por la buena literatura, a este Lazarillo le parece oportuno insertar este magnífico texto de Alejandro López Andrada:

"Siento, a veces, que soy la línea de un diario, la última letra escondida en una lágrima o el silbo que traza una piedra en el sigilo de una tarde sin viento. Duermo en una coma. Algunos me dicen que escribo demasiado, que repito palabras como árbol, ciervo, luz... Palabras, igual que mi alma, a la intemperie en las que defeca un eterno anochecer. Mi nombre es el frío de una patria abandonada. Pero yo no oscurezco, porque en mi silencio hay viñas, tres gatos que saben sostenerse en mi cansancio, un puñado de encinas viejas, pero amables, y una casa de campo donde nunca muere el sol. Cada vez que respiro, veo dos niños desahuciados y el sutil resplandor de una taza de café derramada en el hule de la inanición.

No tengo ningún motivo para abrir la humedad de un recuerdo y posarme en sus rodillas. Escribo, escribo y escribo sin cansarme. ¿Qué podía hacer si no con las sombras que se agolpan como niños con hambre en mitad del caserón que a
hora mismo es mi alma? ¿Quién, si no, daría salida a la amargura solemne de esas voces que en mi corazón son álamos segados por la hoz matutina de la decrepitud? Nadie privatizará mi soledad ni abrirá ningún banco encima de los versos que dejé acordonando huelgas de carbón.

Siento a veces que vivo dentro de un diario, que mi vida está escrita en las páginas de un lirio. Cuando esto me ocurre en mi pecho huele a tinta. Tomo sin prisa el sol de esos ancianos que no pueden comprar la luz de las ardillas. Ellos son parte mía, me construyen con su pena: pobre gente que pasa, y sufre, a diario, entre mis ruinas. A veces escribo epístolas de arena para que dejen su herida en mi costado y tomen la breve alegría que aún sostengo en la roja colina de mi soledad. En ella recibo a diario la saliva de quienes rasgan la paz del emigrante y vomitan penumbra en la herida de su ánimo. Siento a veces que soy la línea de un diario, una letra escondida, la tinta de un adiós".


DdA, X/2.550

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