Es
más difícil ver lo obvio de lo que imaginamos. Y mucho más cuando está oculto
entre la hojarasca de tanto escándalo consecutivo. Y si no lo vemos,
menos vemos el alcance de lo que vemos. Las generaciones contemporáneas
son, como el cornudo, las últimas en enterarse de lo que realmente sucede y de
lo que les espera. Por
eso pregunto ¿habéis advertido que de todo cuanto somos informados es sórdido,
criminógeno, canallesco; que lo que no es nada de esto carece de interés?
Estamos intoxicados hasta lo patológico. Pero ¿puede uno vivir ajeno a esta
ponzoña, contrayendo alguna suerte de cierta esquizofrenia, no encendiendo
jamás ni radio ni televisión ni ojear siquiera un periódico... y sin riesgo de
que la noticia de lo nauseabundo nos envenene el alma? Se puede, pero la
degeneración de la belleza y de la armonía (lo primero que se corrompe es lo
excelso) acaba pudiendo con todo. La hybris es más potente que el logos y la
areté...
¿Acaso
es, ya, noticia que los políticos y luego los gobernantes mientan y prometan lo
que no está en sus manos prometer porque lo que prometen ni siquiera depende
de ellos, siendo así que su naturaleza es esa, como la del escorpión es picar
con el aguijón? ¿Acaso podemos decir que es, ya, noticia la estafa, la
malversación, el cohecho, la prevaricación? ¿Lo es, ya, el crimen, la
violencia material o la violencia moral que hay en los recortes; en los
recortes salariales, en los recortes de la salud o en los recortes de los
derechos humanos que van dejando innumerables cadáveres anónimos por el
camino, como los que se cuentan después de una guerra abierta? No, la noticia deseable, la que no hiede, la que sería estimulante es la de
esa pareja que convive ininterrumpidamente más de cincuenta años, la de ese
pueblo o nación que ocupan los primeros puestos en el índice de felicidad, la
de ese programa o aplicación informáticos que funciona eficazmente desde hace
treinta años sin la actualización que los empeora.
El
bienestar está en la estabilidad ahora destruida, no en la incertidumbre
instituida, no en el desasosiego permanente que excita los nervios y el cerebro
a costa de una mala circulación sanguínea. Lo placentero, una vez cubiertas las
necesidades básicas, está en lo duradero, en la quietud prolongada, no en el
azar y en la incertidumbre a los que el poder económico auxiliado por el
político nos fuerza, no en el cambio constante, en el vértigo de una vida sin
rumbo, extenuada por las variaciones infinitas que acaban estragando y
hastiando hasta la enfermedad nerviosa y el tedio. Las presentes generaciones,
sobreexcitadas y sumidas en ansiedad, desconocen esos deleites y se los
pierden. Y quienes instintivamente los buscan encuentran tantos estorbos, que
acaban renunciando a ellos.
Y ¿qué hacen los medios? Los medios buscan lo mismo,
buscan denodadamente la noticia que produzca el impacto emocional para vender
ejemplares o ganar audiencia. Pero resulta que el impacto emocional es hijo de
lo imprevisible. Como en la literatura o el cine. Y cuando el impacto no se
produce porque lo noticiado es absolutamente predecible, la noticia aburre o
provoca náusea. España está plagada de corruptos. La noticia acerca de
corruptos y de cómo operan los corruptos; la noticia acerca de parejas matadas
por su pareja y acerca de cómo han sido muertas; la noticia acerca de clérigos
y no clérigos pederastas; la noticia sobre espionajes; la noticia acerca de
toda la podredumbre que destila la condición humana en un país como España, que
ya viene de haberse vuelto loco a cuenta de la burbuja inmobiliaria, atosiga
de tal manera que no invita a los que aún seguimos sanos de mente y alma más
que a ignorarlas. De hecho imagino que las tiradas de los rotativos deben ser
desalentadoras para sus dueños, y la publicidad que sostiene y sufraga todo
ese maremágnum, sin duda ya debe estar pensando en promocionarse con otras
técnicas porque lo que su publicita, cada vez invita más a no comprarse y dejar
al aparato sin sonido. A la avalancha de spots en la televisión que recuerdan
a la guía comercial radiofónica de los años cuarenta y cincuenta, no le auguro
porvenir. Ni siquiera a corto plazo.
Importa
poco lo que digan las estadísticas. Las estadísticas sólo sirven para
valoraciones y cálculos tan relativos como inmediatos. Como inmediato e
instantáneo hoy se desean la fortuna, el prestigio y el sexo. Pero lo cierto es
que la realidad oculta que recorre subterráneamente la oficial conduce, tras un
general empobrecimiento en sus capas más bajas y medias, a la descomposición
progresiva de la sociedad de este país. En definitiva, si no reaccionan a
tiempo los centros neurálgicos de un organismo vivo como lo es toda sociedad
aunque esté enfermo, su futuro puede ser aterrador aunque ocurra cuando yo ya
no viva. Y no sólo por motivos económicos, sino sobre todo por el reino de la
desconfianza y de la zozobra, y por el deterioro generalizado de la salud
nerviosa y la salud mental.
DdA, X/2.533
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