viernes, 8 de noviembre de 2013

INTOXICADOS HASTA LO PATOLÓGICO POR UNA INFORMACIÓN SÓRDIDA

Jaime Richart

Es más difícil ver lo obvio de lo que imaginamos. Y mucho más cuando está oculto entre la hojarasca de tanto escándalo consecutivo. Y si no lo vemos,  menos vemos el alcance de lo que vemos. Las generaciones contemporáneas son, como el cornudo, las últimas en enterarse de lo que realmente sucede y de lo que les espera. Por eso pregunto ¿habéis advertido que de todo cuanto somos informados es sórdido, criminógeno, canallesco; que lo que no es nada de esto carece de interés? Estamos intoxicados hasta lo patológico. Pero ¿puede uno vivir ajeno a esta ponzoña, con­trayendo alguna suerte de cierta esquizofrenia, no encendiendo jamás ni radio ni televisión ni ojear siquiera un periódico... y sin riesgo de que la noticia de lo nauseabundo nos envenene el alma? Se puede, pero la degeneración de la belleza y de la ar­monía (lo primero que se corrompe es lo excelso) acaba pu­diendo con todo. La hybris es más potente que el logos y la areté...

 ¿Acaso es, ya, noticia que los políticos y luego los gobernantes mientan y prometan lo que no está en sus manos prometer por­que lo que prometen ni siquiera depende de ellos, siendo así que su naturaleza es esa, como la del escorpión es picar con el aguijón? ¿Acaso podemos decir que es, ya, noticia la estafa, la malversación, el cohecho, la prevaricación? ¿Lo es, ya, el cri­men, la violencia material o la violencia moral que hay en los recortes; en los recortes salariales, en los recortes de la salud o en los recortes de los derechos humanos que van dejando in­numerables cadáveres anónimos por el camino, como los que se cuentan después de una guerra abierta? No, la noticia deseable, la que no hiede, la que  sería estimu­lante es la de esa pareja que convive ininterrumpidamente más de cincuenta años, la de ese pueblo o nación que ocupan los primeros puestos en el índice de felicidad, la de ese programa o aplicación informáticos que funciona eficazmente desde hace treinta años sin la actualización que los empeora.

 El bienestar está en la estabilidad ahora destruida, no en la incertidumbre instituida, no en el desasosiego permanente que excita los nervios y el cerebro a costa de una mala circulación sanguínea. Lo placentero, una vez cubiertas las necesidades básicas, está en lo duradero, en la quietud prolongada, no en el azar y en la incertidumbre a los que el poder económico auxi­liado por el político nos fuerza, no en el cambio constante, en el vértigo de una vida sin rumbo, extenuada por las variaciones infinitas que acaban estragando y hastiando hasta la enferme­dad nerviosa y el tedio. Las presentes generaciones, sobreexci­tadas y sumidas en ansiedad, desconocen esos deleites y se los pierden. Y quienes instintivamente los buscan encuentran tan­tos estorbos, que acaban renunciando a ellos.

 Y ¿qué hacen los medios? Los medios buscan lo mismo, bus­can denodadamente la noticia que produzca el impacto emo­cional para vender ejemplares o ganar audiencia. Pero resulta que el impacto emocional es hijo de lo imprevisible. Como en la literatura o el cine. Y cuando el impacto no se produce por­que lo noticiado es absolutamente predecible, la noticia aburre o provoca náusea. España está plagada de corruptos. La noticia acerca de corruptos y de cómo operan los corruptos; la noticia acerca de parejas matadas por su pareja y acerca de cómo han sido muertas; la noticia acerca de clérigos y no clérigos pede­rastas; la noticia sobre espionajes; la noticia acerca de toda la podredumbre que destila la condición humana en un país como España, que ya viene de haberse vuelto loco a cuenta de la bur­buja inmobiliaria, atosiga de tal manera que no invita a los que aún seguimos sanos de mente y alma más que a ignorarlas. De hecho imagino que las tiradas de los rotativos deben ser des­alentadoras para sus dueños, y la publicidad que sostiene y sufraga todo ese maremágnum, sin duda ya debe estar pen­sando en promocionarse con otras técnicas porque lo que su publicita, cada vez invita más a no comprarse y dejar al aparato sin so­nido. A la avalancha de spots en la televisión que recuer­dan a la guía comercial radiofónica de los años cuarenta y cin­cuenta, no le auguro porvenir.  Ni siquiera a corto plazo.  

 Importa poco lo que digan las estadísticas. Las estadísticas sólo sirven para valoraciones y cálculos tan relativos como inmediatos. Como inmediato e instantáneo hoy se desean la fortuna, el prestigio y el sexo. Pero lo cierto es que la realidad oculta que recorre subterráneamente la oficial conduce, tras un general empobrecimiento en sus capas más bajas y medias, a la descomposición progresiva de la sociedad de este país. En de­finitiva, si no reaccionan a tiempo los centros neurálgicos de un organismo vivo como lo es toda sociedad aunque esté enfermo, su futuro puede ser aterrador aunque ocurra cuando yo ya no viva. Y no sólo por motivos económicos, sino sobre todo por el reino de la desconfianza y de la zozobra, y por el deterioro ge­neralizado de la salud nerviosa y la salud mental.

 DdA, X/2.533

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