Félix Población
Me llega la noticia del cierre del último y gran viejo café de Gijón: el Dindurra, 114 años de historia. Ayer -leo- se sirvieron sus últimos cafés, chocolates con churros y croquetas en un ambiente de tristeza y resignación. El histórico establecimiento gijonés abrió a las 7,30 y bajó la persiana a las 11 horas. Rafael Nosti, hijo de Margarita Huerta, cuya muerte el pasado lunes ha precipitado los acontecimientos, entregó las cartas de despido a la plantilla de 14 trabajadores, de la que él mismo formaba parte. «Quiero acabar ya con esto», aseguró con pesadumbre Nosti, reiterando su deseo de iniciar una nueva vida a los 51 años, desvinculada del café al que su madre y sus tíos dedicaron toda la suya.
Ubicado en el centro de la ciudad y anexo al viejo Teatro Jovellanos,
el
que la puerta giratoria de este antiguo establecimiento se cierre
definitivamente comporta un duro golpe para la memoria de los gijoneses. Es en
estos casos, cuando se arranca una de las más viejas páginas de la historia de
la ciudad, afincada en la cotidianidad y el ocio de varias generaciones como
lugar de tertulia y conversación, cuando también un Ayuntamiento, sensible con
lo que ese lugar representa para sus ciudadanos, debería evitar de algún modo la
pérdida de ese patrimonio.
Tanto por su valor arquitectónico,
popular, cultural, sentimental y, en suma, identificativo con la esencia e historia de
Gijón, no poder entrar más en las espaciosas dependencias de un local
habitualmente muy concurrido, va a suponer para muchos gijoneses una orfandad
espacial de recreo y esparcimiento social difícilmente asimilable. No creo que
haya un solo ciudadano en Gijón que en el día de la fecha no lamente lo que el
Ayuntamiento de la ciudad debería evitar a toda costa por respeto al vínculo
afectivo y de sólida raíz convivencial que el viejo café Dindurra representa para todos. La pérdida de un café identificado con esos valores también indica hasta qué punto esos valores están en regresión.
Es probable que el destino de ese gran local acabe en poder de una empresa multinacional que aniquile su atmósfera secular y atente contra la prestancia modernista de su interior, anotando un tanto más a favor de los escenarios comerciales en serie. Al igual que ocurriera con el viejo café San Miguel, de la plazuela del mismo nombre, cuando entremos en lo que fue el Dindurra nos sentiremos privados del acogimiento que todavía respirará en nuestra memoria, ajenos a un decorado que nuestra sensibilidad despreciará por anodino y funcionalmente enajenador. Sin memoria, somos menos y nos sentimos menos porque dejamos de ser lo que nos da soporte, arraigo, personalidad. Algo de eso le pasa hoy a Gijón con el cierre del viejo Dindurra.
DdA, X/2.546
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