José María Aznar no es un político, sino
un comediante, con el ingenio y la creatividad de nuestros clásicos. Su
talante renacentista (“me encanta inspirarme en el silencio, como
Leonardo da Vinci”) compite con su candor infantil. Aficionado al
western, no pudo contener su entusiasmo cuando conoció a George Bush y
descubrió que podría jugar con él a indios y vaqueros. Bush le nombró
ayudante del sheriff y ambos corrieron felices por los jardines de la
Casa Blanca, intercambiando disparos con sus pistolas de agua.
En las Azores, la imaginación de los
nuevos amigos se descontroló. Convencido de que un Presidente de los
Estados Unidos debía transmitir una imagen de modernidad, Bush cambió el
traje de cowboy por el de astronauta y usurpó la identidad de Buzz
Lightyear. Demasiado antipático para ser Buddy, Aznar tuvo que
conformarse con ser Robert Ford, el “sucio cobarde” que mató por la
espalda a Jesse James.
Tony Blair aseguró que Aznar se parecía a
un cazarrecompensas, pero admitió que su acento tejano era poco
creíble. Aznar mejoró su inglés y fantaseó con ser un villano tan
temible como Lee Van Cleef. Sin embargo, nadie le tomaba en serio. En
las Azores, algunos le confundían con Tejero, preguntándole por qué
había cambiado el tricornio por un sombrero de vaquero. Algo cabreado,
Aznar comenzó a citar la famosa frase de José Antonio Primo de Rivera
sobre “los puños y las pistolas”, pero ni siquiera lograba amedrentar a
los niños. En esos minutos críticos, resolvió cambiar de registro y
empezó desde “cero patatero”. Surgió así su faceta de comediante, con un
amplio repertorio escénico que incluía pleonasmos (“Me gusta que la
mujer sea mujer, mujer”), filigranas narcisistas (“Yo soy el milagro”,
“Yo sólo confío en mí mismo”) e insólitas hazañas deportivas (“Puse los
pies sobre la mesa y le dije a Bush: Yo hago diez kilómetros en cinco
minutos y veinte segundos. Por primera vez, superamos a Estados Unidos
en algo”).
Aznar nunca se queda sin ideas. Es un
gran improvisador. Si tiene que enfrentarse a un pacifista, le suelta:
“Usted echa de menos a Saddam Hussein”. Si el interlocutor es un
historiador, le deja desarmado con su perspicacia: “Los problemas de
España con Al Qaeda comienzan en el siglo VIII. Invadida por los moros,
España rechazó convertirse en un pieza más del mundo islámico”. Si tiene
que lidiar con las campañas de la Dirección General de Tráfico, se
muestra desinhibido y audaz: “Es como esos letreros por las autopistas
que dicen ‘No podemos conducir por ti’; ¿y quién te ha dicho a ti que
quiero que conduzcas por mí? Déjeme que beba tranquilo”. Aznar es un
comediante con dotes de mentalista. Por eso ha descubierto que “el
ecologismo es el nuevo comunismo” y que el cambio climático sólo es una
campaña de rojos y masones para hundir la economía de mercado. Su
clarividencia es sobrenatural: “El presidente de Francia, como es
normal, es francés, y yo soy español”. Su lealtad es conmovedora:
“Siempre tendrás un bigote a tu lado” (dirigiéndose a George Bush) y su
conocimiento de la anatomía humana asombroso: “Tengo una oreja frente a
la otra”.
Felipe González nos dejó una frase que
compite con las grandes ocurrencias de Julio César: “Aznar y Anguita son
la misma mierda”. Aznar también pensó en la posteridad: “Váyase, señor
González”. Ambos revelaron su talla de estadistas, dejando estupefactos a
los españoles, increíblemente felices de haber sido gobernados por
filósofos de la talla de Marco Aurelio. Aznar nunca se ha dejado
intimidar por las crisis internacionales. Cuando un submarino nuclear
británico atracó en Gibraltar para reparar una avería, habló con Tony
Blair (“hoy nos toca inmersión”) y le manifestó su nostalgia por sus
años de estudiante, cuando apaciguaba la aridez del García de Enterría
(egregio manual de derecho administrativo) con la versión de Los
Mustangs del Submarino Amarillo de The Beatles. Blair se mostró
encantado por su pasión anglófila y prolongó la estancia del submarino
un par de meses.
En sus años universitarios, Aznar ya
hablaba catalán en sus reuniones con sus camaradas falangistas, pero aún
no se inmiscuía en política, pues estaba muy ocupado estudiando: “Tenía
22 años y es lo que tocaba”. Su contacto con la política se limitaba a
un vistazo apresurado de los informativos de RTVE y a incursiones
informales en la revista del Frente de Estudiantes Sindicalistas, donde
se definía como un “falangista independiente” harto de “escuchar los
bonitos discursos del Movimiento”, tan alejados de la esencia del
pensamiento de José Antonio.
Aznar soñó con ser Gary Cooper en Sólo
ante el peligro, pero la historia le reservó el papel de Mr. Potato
(Señor Patata para los que no sabemos inglés) en la trilogía de Toy
Story. Su vocación de servicio exigió que su nombre no figurara en los
créditos, pero el espectador intuitivo identificó de inmediato su bigote
y no le pasó desapercibido su bombín, discreto homenaje al inefable (e
inmundo) Fraga Iribarne. Aznar es un transformista que se adapta a
cualquier contingencia. Siempre podremos añadirle los complementos que
nos apetezca: otra nariz, otro sombrero, otro bigotito, un yugo y unas
flechas.
Aznar es un español universal. Como
Sánchez Drago, Jiménez Losantos, César Vidal o Lucía Etxebarría. Todos
los grandes hombres nos dejan una imagen, que muestra su grandeza a las
generaciones posteriores. Aznar será recordado por su puntería al
encestar un bolígrafo en el escote de Marta Nebod. Ni el mismísimo Torbe
–otro español ilustre- habría sido capaz de hacer algo tan abyecto.
Sería tentador imaginar a Pérez Galdós añadiendo un nuevo capítulo a sus
Episodios Nacionales para narrar el “hiperliderazgo” del presidente
Aznar en los momentos estelares de la historia española (como el asalto
de la Isla de Perejil), pero tendremos que conformarnos con el gesto
minimalista dedicado a los estudiantes de la Universidad de
Oviedo, después de increparle durante una conferencia sobre economía.
Aznar, con la sabiduría que sólo proporciona la experiencia, se limitó a
levantar el dedo corazón y sonreír. Es indudable que ha leído a Mark
Twain y ha aprendido la lección: “Es mejor tener la boca cerrada y
parecer estúpido que abrirla y disipar la duda”. Desgraciadamente, tiene
mala memoria y ya ha vuelto a las andadas.
DdA, X/2.546
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