jueves, 21 de noviembre de 2013

A AZNAR LE CONFUNDIERON CON TEJERO EN LAS AZORES

 

José María Aznar no es un político, sino un comediante, con el ingenio y la creatividad de nuestros clásicos. Su talante renacentista (“me encanta inspirarme en el silencio, como Leonardo da Vinci”) compite con su candor infantil. Aficionado al western, no pudo contener su entusiasmo cuando conoció a George Bush y descubrió que podría jugar con él a indios y vaqueros. Bush le nombró ayudante del sheriff y ambos corrieron felices por los jardines de la Casa Blanca, intercambiando disparos con sus pistolas de agua.

En las Azores, la imaginación de los nuevos amigos se descontroló. Convencido de que un Presidente de los Estados Unidos debía transmitir una imagen de modernidad, Bush cambió el traje de cowboy por el de astronauta y usurpó la identidad de Buzz Lightyear. Demasiado antipático para ser Buddy, Aznar tuvo que conformarse con ser Robert Ford, el “sucio cobarde” que mató por la espalda a Jesse James.

Tony Blair aseguró que Aznar se parecía a un cazarrecompensas, pero admitió que su acento tejano era poco creíble. Aznar mejoró su inglés y fantaseó con ser un villano tan temible como Lee Van Cleef. Sin embargo, nadie le tomaba en serio. En las Azores, algunos le confundían con Tejero, preguntándole por qué había cambiado el tricornio por un sombrero de vaquero. Algo cabreado, Aznar comenzó a citar la famosa frase de José Antonio Primo de Rivera sobre “los puños y las pistolas”, pero ni siquiera lograba amedrentar a los niños. En esos minutos críticos, resolvió cambiar de registro y empezó desde “cero patatero”. Surgió así su faceta de comediante, con un amplio repertorio escénico que incluía pleonasmos (“Me gusta que la mujer sea mujer, mujer”), filigranas narcisistas (“Yo soy el milagro”, “Yo sólo confío en mí mismo”) e insólitas hazañas deportivas (“Puse los pies sobre la mesa y le dije a Bush: Yo hago diez kilómetros en cinco minutos y veinte segundos. Por primera vez, superamos a Estados Unidos en algo”).

Aznar nunca se queda sin ideas. Es un gran improvisador. Si tiene que enfrentarse a un pacifista, le suelta: “Usted echa de menos a Saddam Hussein”. Si el interlocutor es un historiador, le deja desarmado con su perspicacia: “Los problemas de España con Al Qaeda comienzan en el siglo VIII. Invadida por los moros, España rechazó convertirse en un pieza más del mundo islámico”. Si tiene que lidiar con las campañas de la Dirección General de Tráfico, se muestra desinhibido y audaz: “Es como esos letreros por las autopistas que dicen ‘No podemos conducir por ti’; ¿y quién te ha dicho a ti que quiero que conduzcas por mí? Déjeme que beba tranquilo”. Aznar es un comediante con dotes de mentalista. Por eso ha descubierto que “el ecologismo es el nuevo comunismo” y que el cambio climático sólo es una campaña de rojos y masones para hundir la economía de mercado. Su clarividencia es sobrenatural: “El presidente de Francia, como es normal, es francés, y yo soy español”. Su lealtad es conmovedora: “Siempre tendrás un bigote a tu lado” (dirigiéndose a George Bush) y su conocimiento de la anatomía humana asombroso: “Tengo una oreja frente a la otra”.

Felipe González nos dejó una frase que compite con las grandes ocurrencias de Julio César: “Aznar y Anguita son la misma mierda”. Aznar también pensó en la posteridad: “Váyase, señor González”. Ambos revelaron su talla de estadistas, dejando estupefactos a los españoles, increíblemente felices de haber sido gobernados por filósofos de la talla de Marco Aurelio. Aznar nunca se ha dejado intimidar por las crisis internacionales. Cuando un submarino nuclear británico atracó en Gibraltar para reparar una avería, habló con Tony Blair (“hoy nos toca inmersión”) y le manifestó su nostalgia por sus años de estudiante, cuando apaciguaba la aridez del García de Enterría (egregio manual de derecho administrativo) con la versión de Los Mustangs del Submarino Amarillo de The Beatles. Blair se mostró encantado por su pasión anglófila y prolongó la estancia del submarino un par de meses.

En sus años universitarios, Aznar ya hablaba catalán en sus reuniones con sus camaradas falangistas, pero aún no se inmiscuía en política, pues estaba muy ocupado estudiando: “Tenía 22 años y es lo que tocaba”. Su contacto con la política se limitaba a un vistazo apresurado de los informativos de RTVE y a incursiones informales en la revista del Frente de Estudiantes Sindicalistas, donde se definía como un “falangista independiente” harto de “escuchar los bonitos discursos del Movimiento”, tan alejados de la esencia del pensamiento de José Antonio.

Aznar soñó con ser Gary Cooper en Sólo ante el peligro, pero la historia le reservó el papel de Mr. Potato (Señor Patata para los que no sabemos inglés) en la trilogía de Toy Story. Su vocación de servicio exigió que su nombre no figurara en los créditos, pero el espectador intuitivo identificó de inmediato su bigote y no le pasó desapercibido su bombín, discreto homenaje al inefable (e inmundo) Fraga Iribarne. Aznar es un transformista que se adapta a cualquier contingencia. Siempre podremos añadirle los complementos que nos apetezca: otra nariz, otro sombrero, otro bigotito, un yugo y unas flechas.

Aznar es un español universal. Como Sánchez Drago, Jiménez Losantos, César Vidal o Lucía Etxebarría. Todos los grandes hombres nos dejan una imagen, que muestra su grandeza a las generaciones posteriores. Aznar será recordado por su puntería al encestar un bolígrafo en el escote de Marta Nebod. Ni el mismísimo Torbe –otro español ilustre- habría sido capaz de hacer algo tan abyecto. Sería tentador imaginar a Pérez Galdós añadiendo un nuevo capítulo a sus Episodios Nacionales para narrar el “hiperliderazgo” del presidente Aznar en los momentos estelares de la historia española (como el asalto de la Isla de Perejil), pero tendremos que conformarnos con el gesto minimalista dedicado a los estudiantes de la Universidad de Oviedo, después de increparle durante una conferencia sobre economía. Aznar, con la sabiduría que sólo proporciona la experiencia, se limitó a levantar el dedo corazón y sonreír. Es indudable que ha leído a Mark Twain y ha aprendido la lección: “Es mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido que abrirla y disipar la duda”. Desgraciadamente, tiene mala memoria y ya ha vuelto a las andadas.

DdA, X/2.546

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