domingo, 20 de octubre de 2013

LA LIBERTAD DE FUMAR


Verónica Rocassé

Nadie es perfecto, así que bajo esa premisa los adictos de cualquier tipo, escudamos nuestras debilidades y buscamos formas de hacernos entender ante quienes no comparten nuestros gustos y/o adicciones.
No pretendo hacer una apología al tabaco, ni quiero incitar a fumar. El que se mete en esto sabe a lo que va y lo que le puede pasar, aunque considero necesario recalcar que debemos defender e informar a los niños y a los jóvenes de los peligros que conlleva fumar.
Me cuentan que mi bisabuela fumó hasta que se murió, siendo ya una octogenaria, y que ella misma se hacía sus cigarrillos. Dicen que llevaba consigo una bolsita con su tabaco y sus papelillos y que regañaba a cualquiera que le decía que eso no estaba bien visto en una mujer. Con toda certeza doña Mercedes era una fémina adelantada para su época.
Sin embargo, hoy corren otros tiempos en hábitos culturales y de consumo. Ahora las mujeres estamos a la par con los hombres y los cigarrillos son más adictivos que antaño porque contienen una mezcla impresionante de compuestos químicos que a la larga, nos llevarán al cementerio.
En mi trabajo la mitad de mis colegas fuma y por este motivo nos dieron una charla para que intentemos en grupo dejar de hacerlo. Así, nos apoyaremos -según nuestros jefes- y la seguridad social nos reembolsará el 73,33% de las cinco sesiones que conseguirán alejarnos del letal cigarrillo. Confieso que no me convencieron y, salvo otra colega y yo, todas las demás quedaron maravilladas con el proyecto y dispuestas a intentarlo.
La primera vez lo hice a los trece años, escondida en el cuarto de baño de mi abuela. Me pillaron y me llevé todo tipo de sermones. Reincidí a los quince años, por algunos meses y, al cumplir los dieciocho, inicié a cara descubierta este camino de humo. He tenido pausas, unas más largas que otras, por enfermedades, por el embarazo, por el bienestar de mi hijo y por mi entorno familiar o porque simplemente me ha dado la gana. No obstante, jamás he encendido un cigarrillo, sin preguntarle a quien está a mi lado, si esto le molesta.
Una frase dice que nuestra libertad termina donde empieza la del otro y en eso no hay dudas. Respeto al que no fuma y defiendo al fumador pasivo, empero creo que es posible conciliar los espacios públicos donde la libertad de cada uno no sea vulnerada.
Los fumadores nos hemos vuelto un fenotipo aparte. Parecemos los porteros de los restaurantes, de los bares, de las oficinas o los guardianes de las paradas del transporte público. En ningún lugar nos quieren si vamos fumando.
Los gobiernos pretenden endurecer aún más las legislaciones relativas al consumo de tabaco y hasta prohibirnos los cigarrillos virtuales, pero no dicen nada cuando encarecen los impuestos al tabaco, para llenar las arcas fiscales.
Me temo que no se avizoran mejores vientos para los que fumamos. Tarde o temprano dejaremos caer el último “pucho”, pero mientras tanto fumando espero que el humo del cigarrillo no me haga llorar.

DdA, X/2.516

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