Jules
Paivio, arquitecto, profesor y último voluntario del batallón
canadiense
Mackenzie-Papineau, de las Brigadas Internacionales que combatieron en
la Guerra de España para defender la segunda República, falleció en su
país el
pasado 4
de septiembre a los 97 años. Con 94 había solicitado la nacionalidad
española prometida por Juan Negrín a los brigadistas en 1938 para cuando
terminara la guerra. La obtuvo el 25 de enero del año pasado, cuando el
cónsul general de España en Toronto le entregó su pasaporte.
Jules Paivo creció
al norte de Ontario, en el seno de una familia de padres finlandeses
emigrados a Canadá que creían en la justicia, la libertad y una sociedad
justa para todos. A sus 19 años, Jules Paivio –como el doctor Norman
Bethune, como otros más de un total de 1.500 canadienses– vino a España para
unirse a la lucha contra el fascismo junto a los Mac-Paps y el pueblo
español.
Llegó
pronto a nuestro país, a finales de 1936, lo que le permitió participar en
las batallas del Jarama y Brunete. Luego trabajó como topógrafo en la
base de Albacete hasta que, en marzo de 1938, se unió de nuevo al
batallón Mackenzie-Papineau. Fue el mes de las “retiradas”, es decir, de
la ofensiva franquista de Aragón. Jules era el jefe de una sección de
la 1ª compañía. El 1 de abril Paivio fue hecho prisionero por los
Flechas Azules italianos. Ese día fueron capturados 15 canadienses más y
el día anterior 100 británicos, entre ellos Frank Ryan y Bob Doyle.
Jules fue encerrado el 7 de Abril en el campo de concentración de San Pedro
de Cardeña, junto con otros 1.000 internacionalistas y varios miles más de
prisioneros vascos, cántabros y asturianos. Allí padecieron las sevicias
propias del aparato de terror nazi-fascista, con frecuentes visitas de
la Gestapo. Bajo la influencia de ésta, el psiquiatra Vallejo-Nájera
aprovechó la presencia de ese material humano para hacer estudios sobre
el “gen rojo”. Pretendía demostrar que el fanatismo marxista era una
perversión de la naturaleza, más propio de los seres con inferioridad
mental o tendencia a la psicopatía antisocial.
Paivio
pudo superar la prueba y en enero de 1939 volvió a su país. El regreso
no pudo ser más descorazonador. Como “premio” por haberse anticipado a
la lucha contra
el fascismo que ya alboreaba en Europa, el gobierno canadiense encargó
a la Policía Montada que vigilara a los
voluntarios de España, algo que según la Asociación de Amigos de las
Brigadas Internacionales (AABI) hizo hasta hace muy pocos años. Al día
de hoy, todavía
no se ha reconocido oficialmente en aquel país el papel de los
brigadistas internacionales de Canadá en la Guerra de España. El Museo
Nacional
de Canadá no los menciona. Tan solo el esfuerzo de los propios
veteranos, de sus
amigos y de alguna que otra autoridad -como la del Gobernador General
Adrienne Clarkson- permitió levantar algunos monumentos de homenaje y
recuerdo
como los existentes en Ottawa, Montreal, Victoria y otras localidades.
Es posible que lo mejor que se pudo decir en Canadá de estos luchadores a los que Miguel Hernández dotó de un alma sin fronteras, lo escribió el padre de Jules Paivo, el poeta fino-canadiense Aku Paivo, con estos versos pertenecientes al poema To my son in Spain, en el que alienta a destruir el fascismo, al que califica como envilecedor del pueblo:
Es posible que lo mejor que se pudo decir en Canadá de estos luchadores a los que Miguel Hernández dotó de un alma sin fronteras, lo escribió el padre de Jules Paivo, el poeta fino-canadiense Aku Paivo, con estos versos pertenecientes al poema To my son in Spain, en el que alienta a destruir el fascismo, al que califica como envilecedor del pueblo:
El tiempo pasa, y en la espera
llegan noticias
de que superas obstáculos, pero
has llegado a tu destino: España.
Más noticias.
Tallos de la muerte, pero has sobrevivido.
Oigo que
con tus bravos compañeros
estás con honor haciendo lo que se debe hacer.
*Artículo publicado hoy también en Público.es
DdA, X/2.485
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