Álvaro Castillo Granada
Compartir memorias es uno de los 
misterios más fascinantes de la existencia. No sólo el compartir la 
experiencia sino lo que conservamos de ella, lo que decidimos por alguna
 razón preservar y guardar. Nuestra versión de los acontecimientos. Y 
volverlas a contar acompañado por el otro protagonista crea un dibujo a 
cuatro manos que siempre se modifica pero que permanece en su esencia:
 como un pintor/es vamos agregando detalles, acomodando otros, borrando 
unos, resaltando aquellos, difuminando esos. Jamás traicionándolo, 
claro. Cada reencuentro de los protagonistas es nuevo porque descubre e 
ilumina con una nueva luz, desde otro ángulo, esa experiencia, esa 
memoria, que los une con lazos irrompibles: los del recuerdo. Pienso 
todo esto (y otras cosas) después de leerme de un tirón el nuevo libro 
de José Luis Díaz-Granados (Santa Marta, Julio 15 de 1946) Gabo en mi memoria
 (Ediciones B, Bogotá, Septiembre de 2013), recién salido de la imprenta
 y que me trajo ayer a la librería confiando que no sucediera lo que 
corresponde: que no estuviera en ella. Estaba (aunque me esperó unos 
minutos mientras terminaba de hacer una vuelta).
A José Luis me unen, fuera de un inmenso afecto, muchas cosas. Sobre todo cuatro: Pablo Neruda,
 la poesía, Cuba y Gabriel García Márquez. Sí, Gabito, como le dice él. 
García, como le digo yo. Es para mí inseparable su presencia de mi 
experiencia junto a él. Compartimos, fuera de largas, inmensas,  
interminables e infinitas conversaciones una memoria común que nos hace 
cómplices. Los dos fuimos protagonistas, testigos y observadores. 
Podemos contar la misma historia desde puntos de vista distintos sin 
traicionarnos ni contradecirnos jamás. Los dos preservamos esos 
recuerdos dentro de lo más querido de nuestras existencias.
Todo esto lo comprobé cuando cerré la 
página 155 de su libro. Como diría García: “Quedé helado”. Se acordaba 
de todo. Hasta de lo que yo no me acuerdo. He oído estas historias 
cientos de veces, con más o menos detalles, pero siempre fieles y 
exactas. Las mismas. Estos recuerdos nos permiten acercarnos a un 
Gabriel García Márquez  íntimo, entrañable, familiar, siempre dispuesto a
 escuchar y, lo que es fascinante, a preguntar.
José Luis ha sabido preservar en su 
memoria todos los encuentros que ha tenido con el que es su primo por 
todos los costados y un escritor que lo trató desde niño como a un 
adulto. Libro entrañable, juguetón, revelador. Es para mí, como 
lector/protagonista, un placer doble ver como algunos de esos momentos 
pasaron de ser cuentos que nos encantaba recordar el uno con el otro 
(junto a la presencia luminosa de Gladys, su compañera, y Carolina, su 
hija, como testigas y también protagonistas), mientras nos reíamos el 
uno del otro (como tanto nos gusta hacer), a convertirse en un libro 
hermoso, cariñoso, sobre aquel hombre que nos ha enseñado tantas cosas y
 nos ha dotado de un rostro a todos los habitantes de un continente. 
Gabito, para él, García, para mí. García Márquez, para todos.
Ahora tu memoria, José Luis, nos pertenece.
DdA, X/2.470
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