Soy
corrupto porque, mientras que la pensión de millones de pensionistas es
miserable y apenas les permite sobrevivir, a ellos y a familiares a los
que amparan, consiento una pensión alta en un sistema corrupto que da
más valor al quehacer banal y maquinador en los despachos que al penoso
de la recogida de basura o de la mina.
Soy
corrupto, porque ante infinidad de abusos detectados en distintos
ámbitos de las relaciones contractuales con empresas pública,
semipúblicas o privadas (operadoras telefónicas, suministradoras de gas y
electricidad, gasolineras, grandes superficies, etc) me mantengo
impasible y no denuncio sus corruptelas e irregularidades crónicas.
Soy
corrupto porque no soy capaz de vencer esa indolencia, pues desconfío
absolutamente de la utilidad y eficacia de las denuncias que pudiera
promover, y temo consecuencias perniciosas para mí y mi tranquilidad.
Soy
corrupto, porque he votado a partidos políticos sabiendo como sabía que
nada iban a hacer para cambiar tantas cosas que exigen un cambio
severo.
Soy
corrupto porque les he seguido votando sabiendo que, estando incluido
el propósito en sus programas electorales y de gobierno, no iban a
denunciar el Concordato con el Vaticano a pesar de que éste es un país
laico; que no iban a plantear el referéndum monarquía-república; que no
iban a plantarse hasta no modificar la Ley Electoral que favorece
corruptamente el bipartidismo virtual.
Soy
corrupto, porque soy un espectador privilegiado de una serie de
injusticias proclamadas a diario en periódicos, radios y televisiones, y
cobardemente no voy a las barricadas para tomar de una puñetero vez los
Palacios de invierno y desalojar de ellos a ese ejército de corruptos
instalados en ayuntamientos, concejalías, Autonomías, Moncloa,
tribunales y distintos parlamentos controlados siempre por los mismos
truhanes, los mismos ladrones, los mismos pícaros y los mismos granujas
que trajinan históricamente los destinos de este país y de su
ciudadanía.
DdA, X/2.457
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