
Mercedes Fuentes
En estos días
pasados tuve un intercambio de opiniones con una ex compañera de instituto en
el cual discrepamos por tener puntos de vista diferentes sobre un mismo tema.
Sin que venga a cuento mencionar el motivo de dicho intercambio de opiniones,
si quiero referirme al momento en el que mi ex compañera, para aclarar un punto
relativo a su persona dijo, literalmente: “…he sido exitosa profesionalmente”.
Dicha frase, debo admitir, me arrancó un par de parpadeos y una leve, muy leve
sonrisa.
Y es que eso de
ser exitoso o exitosa reconozco que, personalmente, para mi tiene infinidad de
matices. Desde muy pronto, y confieso que no tan pronto como hubiese deseado,
comencé a ver las trampas que escondía el reconocido por la mayoría de la gente
como “éxito”. Y es que el “éxito”, hoy como antaño, conlleva una trampa que es,
en más de una ocasión, insalvable, puesto que en muchas oportunidades, diría yo
demasiadas, provoca que en pos del “éxito” una persona pierda toda su vida.
Siempre he
comparado a los “exitosos” ejecutivos de nuestro tiempo con los caballeros
andantes de la Edad Media. Y ustedes se preguntarán qué relación tienen los
unos con los otros para que yo realice semejante paralelismo. Y debo decirles
que salvando las distancias de los siglos y las costumbres, considero que es
claro que nuestros actuales ejecutivos suelen estar tan engañados como en su
día lo fueron los caballeros andantes del Medioevo. Y en ello, si es
verdad, no hay mucho cambio. Me explico.
A los
profesionales de nuestro tiempo, ya sea través de los medios de
comunicación o de la literatura de consumo rápido, se les inunda de publicidad
sobre las prebendas que conlleva ser “exitoso”. Claro, hay que
especificar que pueden llegar a ser “exitosos” siempre y cuando cumplan a
cabalidad con su rol de profesionales de “éxito”. Y he aquí el dilema: ¿en qué
consiste dicho rol?
Antes de
explicarlo, voy a aclarar que esta función que cumplen nuestros medios de
comunicación se me antoja muy similar a la que cumplían los relatos de
los trovadores durante la Edad Media que hablaban del fino amor entre un
caballero y una dama. Dichos poemas solían encerrar en el nudo gordiano de su
trama la promesa de riquezas y el disfrute del amor con una bella y
encumbrada dama; claro, siempre y cuando el caballero cumpliese con el objetivo
de ser un “auténtico” caballero. Y de nuevo tenemos el dilema: ¿en qué
consistía ser un “auténtico” caballero?[1]
Un auténtico
caballero debía ser, antes que nada, un siervo fiel; su fidelidad sería
“recompensada” por su señor. Debía dedicar su empeño, además a una mujer,
que solía ser la esposa del señor, la dueña del castillo. A ella debía dedicar
su empeño y sus desvelos porque un buen caballero era hombre de un solo amor. Y
una mujer digna de ser amada y considerada una dama, debía exigir al hombre que
la cortejase que cumpliese con los preceptos del fino amor y de la
caballería.
La realidad,
cuando uno lee los libros de historia, es que los caballeros se pasaban toda su
vida en pos de la fama, la gloria, el honor y del amor de una dama, pero la
triste realidad es que en la persecución de este “sueño” se consumía su vida. Y
como bien recogen los que estudiaron las órdenes de la
caballería, entre ellos los medievalistas George Duby y su
discípulo Jean Flori, los que fueron recompensados por sus desvelos se
cuentan con los dedos de una mano y sobran[2].
La mayoría de
los caballeros llegaba a los cincuenta, si llegaban, en muy malas condiciones,
muchas de las veces mutilados de algún miembro y teniendo que retirarse solos,
pobres y sin familia a un convento para pasar los últimos años de su
vida.[3]El
que mejor reflejó este triste destino fue un soldado de la corte de Felipe II,
Miguel de Cervantes y Saavedra que sirvió al hermanastro del rey, Juan de
Austria, y que se convirtió, posiblemente gracias a la lectura de los poemas
caballerescos de Ludovico de Ariosto y Los Diálogos de amor de León
Hebreo[4],
en un convencido caballero andante[5].
Pero el caso es
que, regresando a nuestra época, durante mi ejercicio como periodista me
percaté que el rol de “exitoso” ejecutivo de una gran empresa de nuestro tiempo
camuflaba bajo sus promesas de bienestar y reconocimiento social una trampa
tremenda; conocí numerosos ejecutivos y ejecutivas, todos ellos profesionales
“exitosos” cuya vida personal se había quedado truncada en el empeño. Su
familia, y sus afectos, se habían quedado olvidados en el camino gracias a los
sacrificios que debían realizar en pos del éxito: trabajar hasta tarde,
incansablemente, sirviendo a la corporación y a la empresa, estando siempre
dispuesto a viajar en caso necesario…etcétera, etcétera…
Y con estos
etcéteras estos “exitosos” profesionales llegaban a una edad donde ya no eran
necesarios y pasaban a ser relegados a un segundo término. Regresaban a casa,
después de haber vivido una especie de viaje mediático, para enfrentarse con un
esposo o una esposa, si todavía estaba en casa esperando, que ya era un o una
desconocida, unos hijos que ya estaban independizados y que ya no necesitaban
del padre o la madre exitosa. Y entonces, el hombre o la mujer de “éxito” se
enfrentaba a su dura realidad: el fracaso de su proyecto personal, el único
duradero y el único que dependía de ellos mismos. Y el antiguo “éxito” pasaba a
ser un “éxito amargo” y la realidad pasaba a ser una “realidad de fracaso”. Por
ello, tengan mucho cuidado con el “éxito” porque el “éxito” según se mire es
tramposo, muy tramposo. Tras las promesas de "éxito" suelen estar los
intereses de otros, los señores feudales en la Edad Media y las corporaciones
en la Edad Moderna; ellos son los verdaderos exitosos, especialmente en
convencer a otros de que persigan el "éxito" que termina siendo su
"éxito".
[1]
Cualquiera que revise los textos relativos a esta época se encontrará que
un caballero, debía ser un miembro de una regimiento militar a las órdenes
de un señor por obligación moral o por imposición de una promesa a su
dama. Debía estar dispuesto a viajar grandes distancias, ya sea
persiguiendo un objetivo concreto o no, aceptando o provocando desafíos,
resolviendo injusticias a las que Don Quijote llama entuertos y
protegiendo a los desfavorecidos (doncellas, viudas y huérfanos).
[2]
Uno de esos pocos caballeros que alcanzó hacerse rico y famoso fue Guillermo El
Mariscal, de origen normando como sus señores; sirvió a cuatro
reyes del Imperio Angevino: Enrique II de Inglaterra, Ricardo Corazón de León,
Juan Sin Tierra y Enrique III.
Guillermo el
Mariscal llegó a ser un caballero exitoso entre otras razones gracias a
su longevidad; en una época donde la mayoría de las personas no pasaban de los
cincuenta años, (de hecho su primer señor Enrique II muere a esa edad) él
recibe su reconocimiento del sucesor de su primer señor, Ricardo Corazón de
León cuando ya tenía medio siglo. Con este gesto el nuevo rey quería granjearse
la fidelidad de aquel que tan fielmente había servido a su padre.
Y a los
cincuenta años Guillermo el Mariscal recibió las tierras de una rica heredera
de quince años que el rey le dio en matrimonio, junto con el título de conde. Guillermo
el Mariscal apreció tanto las prendas que le dio Ricardo Corazón de León que se
hizo acompañar por su mujer a todas partes. Murió a los 82 años en su cama en
su compañía y rodeado de su numerosa prole. Pero su caso no se repitió.
[3]
La época de oro de estos caballeros fue durante lo que se conoce como el
imperio Angevino, etapa en la que los normandos dominaban Inglaterra, entre el
1150 y el 1200. Bien entrado el siglo XIII en las novelas de caballería se
lamenta que la época de los caballeros andantes haya quedado en el pasado
recordando el siglo anterior como un siglo de oro para la caballería.
[4]
Las reglas del amor cortés fueron codificadas por el muy influyente
trabajo de Andreas Capellanus (Andrés el Capellán) titulado De Amore, a
fines del siglo XII. Esta obra tiene una lista de reglas tales como
"El matrimonio no es una excusa real para no amar", "El
que no es celoso no puede amar", "Nadie puede estar obligado
por un doble amor" y "Cuando haces el amor público rara vez
perdura". El libro de León Hebreo recoge estas mismas ideas pero tres
siglos más tarde.
[5]
Y este caballero andante, manco, envejecido, regresó a su tierra después de
muchas vicisitudes y el premio que consiguió fue ser recaudador de impuestos,
oficio que no llevaban precisamente de muy buen grado. Se casó con una
heredera, pero añosa, y separado de ella, conviviendo con sus hermanas, que los
chismes de la gente señalaban como mujeres de mal vivir, y cuyo honor su
hermano, caballero andante hasta las últimas consecuencias, defendió terminando
por ello con los huesos en la cárcel.
Pero, sin
amargura, sin hiel, como más tarde diría la mujer del poeta gaditano
Rafael Alberti , María Teresa León, en su libro El soldado que nos enseñó a
hablar, Miguel de Cervantes escribió Don Quijote; con humor, y
burlándose, seguramente, de sus sueños de juventud. Envejecido, pobre, sin
reconocimiento, tuvo al final de su vida la dicha de ver como su historia
arrancaba carcajadas a todos los que la escuchaban del lector de turno. Su
gloria estaba destinada a ser póstuma y duradera, pero él autor del Quijote
nunca supo que sería así.
DdA, X/2.457
DIARIO DEL AIRE ES UN MEDIO RECOMENDADO POR INICIATIVA DEBATE
2 comentarios:
Lo que quizá debamos preguntarnos es qué es el éxito exactamente, el éxito en la vida. ¿Realmente es esa fama tan utópica y engañosa que nos hacen creer que es, o es poder ver crecer a tus hijos y desayunar leyendo un libro? Entramos en una cuestión complicada que nos lleva a plantearnos lo mismo de siempre: tiempo y dinero. Por mi parte he de decir que el tiempo no es oro, el tiempo es vida. Sé lo que para mí sería el éxito.
Parte del éxito, consiste en poder superar las zancadillas de la envidia ajena, el poder evitar venderse al precio que sea, y las ataduras propias que impidan salir de tanto marco de vergüenza. Si es éxito lo que esperamos y no elitismo a cualquier precio. Es un mito propio de la "mala educación" eso del éxito ?.
Dice el sabio que no hay éxito como el fracaso y que el fracaso no significa nada en absoluto. Los sabios viven en ocasiones demasiado solos.
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