El
presidente de gobierno español acaba de asentar en el Congreso el
primer principio del manual del gobernante práctico: el cinismo. Se
define el cinismo como "desverguenza en el mentir o en la defensa y
práctica de acciones o doctrinas vituperables". Y desde luego
desverguenza, mentira y doctrina vituperable -la neoliberal
privatizadora que arruina a los pueblos y los desampara-, ha sido lo que
en su discurso ha proclamado urbi et orbe este presidente.
Conocedor
el buen cínico de que la mejor defensa es un buen ataque, su estrategia
se basa en cuatro recursos concretos: el primero, atribuir al
adversario la práctica de la conspiración para desbancarle del poder
(justo lo que hace el cínico para reforzarse en el poder que detenta con
mayoría absoluta y la ayuda de las policías y en último término del
ejército); el segundo, exigir a los que le exigen responsabilidades
políticas la prudencia y la ética de las que carece el cínico; el
tercero, dar más importancia a recuperar la confianza de los mercados
aunque sea en falso, que a recuperar la confianza ya imposible de los
ciudadanos; y el cuarto, emplear el lenguaje como interesa al cínico en
cada momento: por ejemplo, descalificar por "delincuente" a quien le
acusa o compromete, y a continuación alegar presunción de inocencia para
ese mismo delincuente para justificar su estrecha relación con él
durante veinte años. La mayoría absoluta y el cinismo superlativo son la
perfecta aleación en el político que lleva el cinismo en los genes.
El
cinismo en política es el arma más eficaz, el más eficaz recurso en la
praxis política; la que logra los mejores réditos personales y
partidistas contra la sutil arma de la prudencia política. Tan eficaz,
como la mismísima voluntad de poder que se sirve de la fuerza bruta y
del tercer poder que reside en los magistrados y tribunales (que no en
los jueces) para descargarlo contra todo aquél que se propone cerrarle
el paso. La negación de las evidencias de acciones irregulares, ilegales
o en todo caso ilícitas cometidas por el propio presidente y el
conjunto de la cúpula del partido; evidencias que lo son porque los
soportes documentales están contrastados por los medios y clasificados
por los peritos forenses como auténticos... no tiene contestación. El
cínico hace enmudecer al noble, al sincero, al voluntarioso, al ingenuo y
al íntegro máxime cuando, además, el cínico, como el tirano, tiene la
última palabra.
Acabo de definir el fascismo institucional, disfrazado en la parodia de democracia que vive España.
DdA, X/2.451
2 comentarios:
Saco como conclusión de este excelente artículo que el cínico moderno/contemporáneo nada tiene que ver con el cínico de la Grecia clásica, azote de los bienpensantes, crítico hasta la raíz, exigente consigo mismo y con los demás hasta sus últimas consecuencias, buscador incansable de la verdad y la autenticidad.
Si Antístenes y Diógenes levantaran la cabeza...
Publicar un comentario