martes, 23 de julio de 2013

NI SENSIBILIDAD NI VOLUNTAD POLÍTICA PARA PRESERVAR EL PATRIMONIO DE ASTURIAS

Luis Arias

No contamos con la ácida lucidez de un Clarín que dé cuenta de las muchas sombras y pocas luces en las que nos desenvolvemos. No tenemos como asidero la belleza de página de un Pérez de Ayala hablando de nosotros mismos. La orfandad intelectual que sufrimos es desoladora, por mucho que algunos pretendan erigirse en paladines de la ética y estética de la vida pública, aunque nadie los parangonará nunca con Petronio. Y, aun así, con tantas y tantas carencias, lo cierto es que la historia se sigue revelando entre nosotros. Lo del Chao de San Martín y lo de Vigaña son claros ejemplos de ello. Y -¡oh casualidad!- los lugares que acabo de citar pertenecen a la Asturias occidental, es decir, a la geografía del abandono, acompañada frecuentemente de cacicadas. Geografía del abandono, digo, con tramos de la autovía de la Espina paralizados desde hace más de dos años, con joyas patrimoniales como los Monasterios de Cornellana y Obona amenazando ruina.
¿Cómo no preguntarnos, al hilo de las revelaciones históricas, qué Asturias se ha venido construyendo en los últimos años? Hubo dinero a espuertas para La Laboral y para el Niemeyer. Hubo dinero a espuertas para determinados eventos culturales en los que los que se gastó Dios sabe cuánto. Hubo dinero a espuertas para construir el Calatrava en Oviedo. Entendámonos: no seré yo quien entre nunca en debates maniqueos, menos aún en asuntos estéticos: un país no se puede limitar a conservar su patrimonio artístico y cultural, pues está obligado también a tener su reloj histórico en hora y apostar por la cultura más puntera.
Dicha esta obviedad, en modo alguno sería inadecuado plantear que aquí pudieron más los grandonismos y los amiguismos (por no citar otros «ismos» y no precisamente de vanguardia) que el afán por preservar nuestro patrimonio cultural.
¿Qué podrá dictaminar el futuro acerca de una época como ésta en la que faltó sensibilidad y voluntad política para preservar lo mejor de nuestro patrimonio artístico, desde el Prerrománico hasta los Monasterios antes citados? ¿Qué podrá dictaminar el futuro acerca de una época como ésta en la que hasta algunos edificios supuestamente más rompedores, como es el caso del Calatrava, presenten deficiencias técnicas tan escandalosas? ¿Qué podrá dictaminar el futuro acerca de una época como la nuestra en la que las autoridades culturales en el ámbito autonómico acusaron a «Pepe el Ferreiro» de falta de rigor en su gestión, al tiempo que parecían no estar enterados de placenteros viajes y otras lindezas de ciertos gestores culturales que contaron con todos los parabienes?
Y, fíjense ustedes, a pesar de todo, en esta tierra sigue habiendo revelaciones históricas verdaderamente extraordinarias, que dan cuenta de la importancia de nuestro pasado, se diría que al modo de aquellas «glorias comunes» que, junto a los remordimientos, eran lo esencial de una nación según Renan.
Y, fíjense ustedes, ante ello, uno tiende a pensar que la historia en Asturias no sólo se revela, sino que también se rebela, es decir, no se limita a seguir dando cuenta de lo que fuimos mostrándose con la ayuda de los investigadores, sino que además incita a la rebelión, a la indignación en contra de un tiempo marcado por el despilfarro que, sin embargo, no dispuso del dinero suficiente para conservar muchos de los tesoros de nuestro patrimonio.
¿Cómo no reparar en esa expresión tan perogrullesca como nada inocente que habla de «territorios históricos»? ¿Acaso Asturias no lo es? ¿Acaso no se está poniendo en evidencia la miseria de una vida pública que se muestra incapaz de legar a las generaciones venideras la mejor Asturias con la que se encontraron? ¿Alguien se pregunta por los costes - y no sólo en términos económicos- de los paisajes destruidos? ¿Alguien se pregunta por el alto riesgo medioambiental que supone la laxitud de las instituciones autonómicas asturianas ante ciertos proyectos de algunas multinacionales? ¿Alguien se pregunta sobre la incapacidad de una mal llamada clase política para evitar la despoblación y sacarle rendimiento a la riqueza del campo asturiano, cuya potencialidad está fuera de toda duda?
Sepan ustedes que en cada hallazgo histórico que se produce, la Mari Clío de los Episodios galdosianos montaría en cólera ante la inutilidad de una mal llamada clase dirigente que, salvo excepciones, sólo se dedica a parasitar, cuando no a dilapidar.
Y constatar esto merece como respuesta de algunos lo del chigre frente al Estado del Derecho. ¿Cómo se puede ignorar que el Estado de derecho, si existe, también está en los chigres y, sobre todo, que los chigres son una referencia fundamental de la intrahistoria en Asturias?

DdA, X/2.441

2 comentarios:

Ana dijo...

Creo que dices grandes verdades sobre lo que pasa en esta región, de como hemos permitido que se dilapidasen enormes sumas de dinero en proyectos absurdos, ignorando nuestra esencia. Y para aumentar la indignación, en este penoso momento nos ofrecen como remedio la explotación a cielo abierto, como el caso sangrante de Corcoesto, para acabar con lo que nos queda, la tierra, ese paraíso que se publicita y que lejos de protegerlo pretenden expoliarlo.
Estoy totalmente de acuerdo en que no hay sensibilidad ni voluntad de preservar nuestro patrimonio. Falta conciencia no sólo moral, sino también cultural y medioambiental.
La denuncia es la única salida, y tu artículo es un paso adelante, gracias por compartir tus razonamientos. Un saludo.

Ana dijo...

Una aclaración, en el comentario anterior pretendía aludir a dos ejemplos claros de expolio de la tierra, Salave y Corcoesto, pero por distracción sólo aparece el ejemplo gallego. En este tipo de proyectos el daño es irreparable, una tierra hermosa acaba convirtiéndose en un paraje tóxico y destrozado.

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