viernes, 19 de julio de 2013

EL GOBIERNO DE LOS GOLFOS

 
Jaime Richart

Desde que en este país se instituyó una democracia a base de una constitución cuya simple y frecuente invocación mueve a risa dada la farsa, la lista de golfos e indeseables (hay infinitas palabras en castellano para denominar a los forajidos y los anti­sociales de este país) en los gobiernos central, autonómico y municipal, descubiertos y procesados, podría ocupar cientos de legajos. Y la lista de los no procesados y no descubiertos... aún, más legajos  todavía. Pero no sólo ellos, es que desde la polí­tica se han infiltrado otros especímenes en puestos estratégicos de instituciones semipúblicas, como las Cajas de Ahorro y otras empresas mixtas.

Es increíble el número de ladrones y derrochadores que se han dedicado y se dedican a prostituir la noble tarea de servir al pueblo y al bien común. Es cierto que hay diferencias cuantita­tivas y cualitativas entre los políticos de las distintas facciones y aún de las facciones mismas. Pero en conjunto, unos por ac­ción y otros por omisión al no desenmascarar a los indeseables que tienen cerca, todos los que se dedican a ejercer la política debieran pasar por una causa general que les inhabilite vitali­ciamente para la función aparte de los que deban ir a prisión. La Política, dada la tentación que suscita su desempeño y la idiosincrasia, el talante, las inclinaciones al abuso tan acentua­das en el poder históricamente considerado en este país y visto que ha cumplido su ciclo por estas latitudes, se ha convertido en un oficio mostrenco, como el del esclavistas, el del afilador, el del escibano o el del apagafarolas.

En todo caso, aparte de que la política tradicional tampoco esté indicada para países mediterráneos de similar rango a pesar de su historia, desde luego en  España está definitivamente con­traindicada. Ni todos los controles del mundo serán capaces de contener la ambición y la necedad de ansiosos e hipócritas afi­cionados metidos en política. Lo llevan en los genes. Es más, no es probable que podamos apartar siquiera a diez políticos justos. La política está plagada de culpables, de imputados y de sospechosos. Los políticos de vocación, honestos, en la socie­dad española están ausentes de la praxis, al igual que los mejo­res en su oficio. La envidia, la codicia y la ambición desmedi­das les movilizan. Sólo los pícaros y los golfos medran.

La única solución pasa por el intento de que la gestión de los intereses públicos la lleven a cabo técnicos en contabilidad obligados a rendir cuentas periódicas a comisiones paritarias elegidas en cada territorio y para todo el país, como se elige al presidente vocacional de una comunidad de vecinos. Para me­nesteres como éste basts sentido común y honradez. Lo dice Maquiavelo. Así, con la mencionada o fórmulas similares se rigen algunos municipios de la geografía. Y les va muy bien.

Todo lo que no sea eso o algo parecido, todo lo que sea confiar a los políticos la administración de la res publica, es como po­ner a zorros a cuidar del gallinero nacional.

DdA, X/2.439

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