Antonio Aramayona
Se acabó el dramático sinvivir de Beatriz, recogido durante
casi dos meses por los medios de comunicación. A la salvadoreña “Beatriz” le
han practicado una cesárea; el feto ha muerto al poco tiempo, pues con los
daños cerebrales que tenía era imposible que viviera; la madre, con patologías
renales graves y lupus, se va recuperando poco a poco en una UVI, y los
biempensantes del país ya tienen coartada para seguir manteniendo axiomas
morales de cartón piedra y jugando hipócritamente con las vidas ajenas.
Los habitantes de Catolilandia y adláteres siguen aferrados a sus
preguntas capciosas (“¿Esta usted a favor de la vida?”: si respondes
afirmativamente, estás dando la razón -velis
nolis- a sus tesis; si te desmarcas de sus planteamientos, te colocan de
inmediato en las filas de los que NO están a favor de la vida y SÍ están a
favor de ¡la muerte!). Sin embargo, esa pregunta capciosa, de tan
fundamentalista, no dice nada: vida es todo estado de la materia dotada de
estructuras moleculares específicas que permiten desarrollarse, adaptarse a un
ambiente, reproducirse y subsistir hasta su acabamiento, dando lugar a otros
organismos vivos de características específicas similares. Estar a favor de la
vida abarca a la bacteria, al geranio que hay en algún balcón, a la anémona de
mar, al perro que es sacado diariamente a pasear, a los niños que salen del
colegio o al bogavante que dentro de un mes alguien comerá con arroz en un
restaurante. Estar a favor de la vida es también tomarse una aspirina para
sentirse mejor o comprar papel reciclado para salvaguardar árboles y bosques.
Sin embargo, la pregunta capciosa tiene otras miras en Catolilandia. La
vida queda circunscrita en su pregunta a la vida humana, si bien eso tampoco es
totalmente verdadero: pasan de puntillas por que achicharren a un ser humano en
la silla eléctrica, o que mueran centenares de miles de seres humanos en una
guerra tan hipócritamente preventiva como mentirosa, o que mueran decenas de
miles de seres humanos de disentería, malnutrición o malaria, o que millones de
personas pierdan el empleo y la casa y la esperanza a manos de los amos del
dinero y de la guerra. Así, en una manifestación “pro vida” a los sones del
frufrú de las sotanas, ni una pancarta hay de “No a la guerra” o “Stop
Desahucios” o “Esto no es una crisis, es una estafa”.
En Catolilandia se han
especializado casi exclusivamente en aquellos casos en que una mujer decide
libre, responsable y dolorosamente interrumpir su embarazo. El aborto es en
Catolilandia como el diablo en el reino de los cielos, aunque algunas de sus
decorosas mujeres hayan viajado antaño a lugares donde se practicaba el aborto
para interrumpir un vergonzante embarazo e incluso por presión de sus propias y
pías familias. Ahora ya no viajan más: tienen las clínicas en su propia ciudad
y solo precisan ya de unas cuantas gotas de santa discreción.
Quieren tanto a los niños por nacer y recién nacidos que incluso
organizaron caritativas redes de robo de niños a fin de arrebatarlos a madres
poco afines a Catolilandia y depositarlos en los brazos de buenas familias
practicantes. Quieren tantísimo a los niños que muchas diócesis católicas de
Estados Unidos, Holanda, Alemania… se han quedado en la ruina de tanto pagar
indemnizaciones a las víctimas de abusos sexuales a manos de sus pastores y
guías espirituales. En Irlanda no fue este el caso, porque fue el Estado mismo
el que asumió el pago de todas esas indemnizaciones.
Subyace en la pregunta capciosa de Catolilandia un primer principio que
ya no dicen, pero permanece aún en el subconsciente de muchos: los humanos
tienen alma inmortal. Que tienen alma lo decía hace 2.400 años un tal
Aristóteles, al igual que la tienen los vegetales y el resto de los animales.
Los humanos, claro, tenemos alma humana, pero en Catolilandia añaden un nuevo
adjetivo: “inmortal”, amén de “espiritual”.
En su tiempo discutieron si los indios descubiertos por Colón tenían
alma, y tras muchas discusiones resolvieron que sí. Tuvieron que pasar varios
siglos para que admitieran que los negros africanos esclavizados tenían alma
humana (necesitaban mano de obra con trato similar a los animales de tiro de
sus fincas y haciendas). Finalmente, resolvieron que, aunque humanos, su piel
oscura se debía a la maldición de Caín, la maldición de Esaú o la maldición de
Ham, por lo que eran legítimos el racismo y la esclavitud, así como la
prohibición del matrimonio interracial (aunque no la violación sistemática de
mujeres negras). De hecho, hasta 1880, con Alfonso XII, no se abolió la
esclavitud en el reino de España.
Vida humana no es solo ni principalmente respirar, comer, orinar, defecar
o pestañear. La vida humana se despliega como tal en una compleja y maravillosa
estructura de relaciones, valores, aprendizajes, derechos, obligaciones,
actitudes y destrezas que convierten a un determinado individuo perteneciente a
la especie Homo Sapiens y cuya secuencia de ADN está contenida en 23 pares de
cromosomas en el núcleo de cada célula diploide en un ser humano, en persona,
en sujeto de los derechos y obligaciones contenidos en la Carta Universal de
los Derechos Humanos. Algunas mujeres se encuentran en algunos casos ante el
problema de cómo hacer efectiva esa vida humana para sí misma y para el ser del
que está embarazada. Ella decide, solo ella puede y debe decidir.
Claro que hay que estar a favor de la vida, especialmente de la vida
humana. De esa maravillosa y dura realidad total e inefable que es la verdadera
vida humana.
DdA, X/2.405
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