Nadie podía imaginar cuando se
constituía la forma de Estado que reemplazaba a la dictadura, que la
corrupción empezaría muy pronto y alcanzaría las cotas que hoy conoce
todo el mundo; una corrupción que por si sola, junto al despilfarro
atroz de los responsables políticos, aparte alguna causa llegada de
fuera, ha provocado a su vez dramáticos niveles de pobreza en este país
al lado de niveles de riqueza de unos cuantos que no existían siquiera
en el oprobioso régimen dictatorial anterior.
Por
sí sola esta circunstancia plantea el agravio comparativo entre la
represión política que existía en aquel régimen y la libertad política y
económica causantes mediatos de una catastrófica situación para
millones de personas, junto a miles o centenares de miles de nuevos
ricos hechos a través del sistemático saqueo de las arcas públicas por
distintos métodos, todos ilícitos, pero principalmente por la
malversación, la prevaricación, la evasión fiscal, la falsedad, el
fraude, la estafa y en definitiva el engaño.
Pero
lo que sí cabía imaginar es que al no existir gesto alguno entre los
constituyentes, pero tampoco por otros a lo largo de las décadas
posteriores, que favoreciese la reconciliación entre vencedores y
vencidos en la no lejana guerra civil; que al seguir teniendo la Iglesia
católica un protagonismo inusitado pero no entre el pueblo llano, y
manteniéndose invariable la posición de las clases sociales y económicas
dominantes antes, de aquella contienda y después de ella, respecto a
las dominadas, la deriva de la política y de la justicia no iban a
modificarse apenas a lo largo del tiempo. Las pruebas son muchas, pero
descollantes ahora, están en el exhaustivo control a cargo de los
descendientes de los vencedores de aquella ignominiosa guerra civil, de
los parlamentos, de la economía y las finanzas, de la empresa, de la
mayoría de los medios y de las instituciones clave del poder judicial:
Consejo General del Poder Judicial, Tribunal Constitucional y Fiscalía
General del Estado.
En un país bien gobernado, la pobreza es algo que
avergüenza. En un país mal gobernado, la riqueza es algo que avergüenza,
decía Confucio. Pero en un país pésimamente gobernado, lo que sucede es
que la pobreza se achaca a la mala suerte y la riqueza se arroja todos
los días a la cara de los pobres.
El
caso es que los pueblos no tienen, como se oye tan a menudo a los que
pasan por espabilados y a los que pasan por intelectuales, los
gobernantes que se merecen. Como no se merecían franceses y rusos
aquellos sátrapas por la gracia de Dios, en el siglo XVIII los unos, y
el siglo XIX los otros. Lo que merecieron aquellos gobernantes y la
tuvieron, como estos, en espera de ella, es... la Revolución.
DdA, X/2.409
1 comentario:
En Badia del Vallès -aglomeración urbana entre Barcelona y Sabadell, donde se vive en situación de extrema pobreza colectiva- los suicidios en la vía del tren son del orden de uno a tres cada semana, silenciados por los medios. Entre los causas, no sólo los deshaucios, sino el hambgre y el paro. Sólo perciben algo los viajeros del tren. Pero lo saben de buena tinta las personas que acogen a quienes buscan ayuda o las que presiden después los funerales.
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