Corrían los años ochenta y una ley restrictiva exponía a las mujeres a
sufrir penas de cárcel por practicarse un aborto. Por aquella época eran
muchas las que se acercaban a Mujeres Libertarias a solicitar ayuda
para interrumpir su embarazo. Mujeres de toda clase y condición a las
que se les tendía la mano sin preguntas ni discriminaciones. Recuerdo
nítidamente una joven pareja de clase adinerada que lucían un pin de
Fuerza Nueva en la solapa. No querían que sus ultracatólicas familias
conocieran el desliz y acudieron a solicitar auxilio a los que más
odiaban. Lo tuvieron. Supongo que acabarían sus carreras, ahora serán
gente de orden y corearán himnos pro-vida alabando a san Gallardón de
los no-natos.
Resulta fascinante la laxitud de conciencia que gastan
algunos. Como la diputada pepera, Beatriz Escudero, que sostiene que
abortar es cosa de gente inculta y proletaria. Y por si fuera poco,
apostilla la boutade soltando que, a los pro-abortistas, nos interesa
más la defensa del embrión de los cefalópodos que los fetos humanos. (Se
me ocurre un chiste malo que me autocensuro).
Otro supernumerario que
rezuma incienso, el ministro del Interior, ha hecho una inquietante, a
la par que incomprensible analogía, entre el aborto y ETA. No se explicó
más el buen hombre. Lo dejó ahí. A estas alturas ya no se cortan un
pelo de calificar a todo quisque de nazi o de terrorista, sin
explicaciones. Son así de chulos Con esta batería de chorradas, mi
inconsistente cabecita femenina anda echa un lío. Empiezo a imaginar
calamares gigantescos con la ikurriña grabada en los tentáculos.
Empuñando metralletas para obligar a abortar a las mujeres.
¿Alucinaciones? ¿Será que alguna sepia terrorista y pro-abortista me
introduce drogas en el cola-cao (igual que les debe pasar a Gallardón y
compañía)? Ha de ser un tripi chungo porque ya ven el efecto: un mal
viaje que nos lleva derechitos al pasado más funesto.
DdA, X/2380
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