sábado, 18 de mayo de 2013

LAS MUJERES REHENES DE LOS VENCEDORES

 Verónica Rocasé

Cuando era niña, inquieta y precoz, escuché una vez a mi abuela referirse a las “casas de citas”, sin comprender el contexto de esa frase. Al entrar en la adolescencia supe de qué se trataba. Supongo, que tanto mi “ela” como mi madre (ambas mujeres conservadoras) pretendían preservar mis oídos vírgenes, a la realidad de la prostitución.Ya de adulta he reflexionado mucho sobre este tema y me he preguntado si por necesidad estaría dispuesta a ofrecer mi cuerpo por un par de monedas. Por fortuna, mi familia y mi empeño, me brindaron las herramientas para ganarme la vida, primero como profesora y luego como enfermera. Creo que una cosa es prostituirse porque no existe más opción y algo muy distinto, es que a una la hagan esclava sexual.

Hace tres días leí las declaraciones del alcalde de Osaka, Toru Hashimoto, quien justificó como necesaria la implementación de “mujeres de confort”, para satisfacer sexualmente a los soldados japoneses, durante la conflagración con China y la Segunda Guerra Mundial. Estas mujeres chinas, coreanas, filipinas y vietnamitas entre otras, eran el botín de guerra del Imperio Nipón. Los historiadores estiman en 200 mil las víctimas de estos burdeles militares. Sólo recién en el año 1993, Japón pidió perdón por las vejaciones que infringió a la población femenina en los países conquistados. 
 
La historia de la humanidad se encuentra plagada de acontecimientos bélicos y de dominación del hombre por el hombre. En este contexto las mujeres son las que siempre han salido perdiendo. En el desarrollo de las contiendas, ellas deben hacer frente al mantenimiento de la familia y, al finalizar los combates, si se encuentran en el bando perdedor, son la presa fácil para cobrar venganza.

Los triunfadores recurren a la violación de las mujeres como una forma de demostrar su poder y de imponer su autoridad. También el ultraje constituye un elemento aniquilador de la autoestima del adversario, al enrostrárseles el que no es capaz de defender a las féminas de su tribu, de su pueblo, o de su nación. Someter a las mujeres a la esclavitud sexual, humillarlas frente a sus pares, despojarlas de toda dignidad, se transforma en un arma poderosa, paralizante para cualquier intento de rebelión. Del mismo modo es un recurso de tortura para conseguir confesiones, ya sea de la mujer en cuestión o del hombre que tiene un lazo afectivo o carnal con ella. 

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el Ejército Rojo se vengó con extrema crudeza en la piel de las alemanas y en las mujeres de los territorios leales a los nazis. Ni las niñas ni las ancianas fueron objeto de consideración. Así los soldados de Stalin lavaron la afrenta a sus madres, esposas y hermanas y cobraron la vida de sus millones de muertos. Sin embargo, la revancha también salpicó a las tropas coloniales francesas, como queda retratado en la película Dos mujeres, donde una madre italiana y su hija son violadas por los goumiers (soldados marroquíes). 

Bosnia-Herzegovina, Ruanda, Congo, Kosovo, son algunos ejemplos cercanos de la fragilidad de las mujeres en los conflictos armados. Ellas son las rehenes de los vencedores, quienes con sus lágrimas y con sus gritos acallados, saldan las deudas de guerras fratricidas, étnicas y religiosas. Ellas, merecen todo nuestro respeto y consideración. Requieren que sus trágicas experiencias y sus suplicios sean compensados con un reconocimiento moral y pecuniario. Ellas ameritan que la sociedad nunca más les dé la espalda.

Foto: Mujeres surcoreanas que fueron esclavas sexuales durante la segunda guerra mundial.

DdA, X/2388

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