Antonio Aramayona
Corría septiembre del año 2002
cuando el presidente del Reino de España casó a su hija Ana con el ex
eurodiputado popular (Alejandro Agag, compendio sin igual del Principio de
Peter incluido entre las Leyes de Murphy y la secular tradición hispana de la
vida picaresca del buscavidas). Asistieron a la boda, entre otros, los Reyes de
España, los jefes de Gobierno de Italia, Reino Unido y Portugal, el Jefe del
Estado de El Salvador, banqueros, cantantes y artistas, todos los ministros y
ex ministros del PP (como botones dorados de muestra, Manuel Fraga, Javier Arenas, Rodrigo Rato, Mariano
Rajoy y Jaime Mayor Oreja), el cardenal arzobispo de Madrid, 400 periodistas nacionales
y extranjeros, varios miles de vitoreantes curiosos y muchos policías. A la
ceremonia (católica, apostólica y romana, of course), le sucedió una buena
fiesta en la finca de un amigo del Presidente con cena ofrecida por la empresa
del restaurador José Luis y multitud de rumbas que dieron un color inequívocamente
español a todo aquello.
José María Aznar, glorioso
presidente del Partido Popular desde 1990 y triunfal presidente del Gobierno de
España desde 1996 se sentía feliz, pues jamás podría haber soñado tan rendido
homenaje a su particular resolución del complejo de Edipo y Electra entre padre
e hija. Ni siquiera hoy, presidente mantenedor de las esencias hispanas desde
el preclaro think tank de FAES y asesor
externo de un bien tan preciado para la humanidad como es la energía en Endesa
para Latinoamérica, se siente tan feliz.
El clero, a veces tan iluminado directamente por el mismísimo Altísimo,
habló por boca del prior del monasterio de El Escorial al declarar que aquella
boda era "casi una cuestión de
Estado". Seguramente, el ex seleccionador nacional
de fútbol José Antonio Camacho y el cantante Julio Iglesias con Isabel Preysler,
invitados a la ceremonia, habrían asentido con fervor y devoción a aquellas
inspiradas palabras.
A su vez, rivalizaban en su gozoso esplendor
madre e hija: Ana con su vestido de novia confeccionado en "gazar natural
color blanco roto", y la actual alcaldesa de Madrid con otro vestido "de
gasa, en color ciclamen". La iluminación aún realzaba más su belleza,
y no era para menos, pues con fecha 21
de mayo de 2013 el diario El País publica que la trama Gürtel pagó 32.452 euros
por la iluminación (buena, sin lugar a dudas) de la boda, según
recoge la documentación incorporada al sumario del caso que se instruye en la
Audiencia nacional. Probablemente, Aznar
no se gastó un duro en aquella boda, porque él es un avezado pescador y el país
que gobernaba nunca deja de ser para desgracia de su ciudadanía un caudaloso y
sucio río revuelto.
A José María Aznar se le debió de
subir la gloria a la cabeza y quiso llevar a España a los espesos nimbos donde
él mismo creía yacer. La cosa culminó el 15 de marzo de 2003 en la isla de las
Azores, donde alcanzó un vibrante clímax que le duró horas y días enteros en
compañía de gente tan preclara como George W. Bush, Tony Blair y el anfitrión
Durao Barroso. Maceraron mentiras sin fin mientras alardeaban de récords
atléticos, mintieron a la humanidad y nos metieron en la guerra de Irak y su
petróleo. El precio tampoco lo pagaron
Aznar y los otros tres, sino decenas de miles de muertos y un país
irremediablemente en ruinas por muchos años.
Por aquella fechas, como informaron
BBC Mundo, La Ser y El País, la firma de abogados Piper Rudnick recibía del
Gobierno de José María Aznar, vía Ministerio de Asuntos Exteriores (=dinero
público), dos millones de dólares para lograr que condecoraran a Aznar con la Medalla de
Oro del Congreso de Estados Unidos. El PP justificó aquel dispendio del dinero
de todos como un homenaje a la imagen no solo de Aznar, sino de la
mismísima España.
Aznar, una vez más, no puso un solo céntimo de su
bolsillo en aquella tamaña erección (…) de semejante monumento a la fofa
vanidad y a sus perfectos pectorales de tableta de chocolate.
DdA, X/2392
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