Como siempre que nos aproximamos a la feria taurina de San Isidro, que por mayo se celebra en la capital de este reino en franca decadencia -pues francamente nos lo impusieron-, mi admirado Manuel Vicent hace público hoy en la edición dominical del diario El País uno de sus habituales artículos contra la tauromaquia y demás festejos patrios protegidos por la ley, que tienen como espectáculo el acoso y sufrimiento del animal. El de hoy quizá sea uno de los mejores artículos antitaurinos del escritor valenciano, con ser la mayoría de ellos excelentes, sobre todo para quienes compartimos similares ideas. Puede que en la destacable excelencia del que publica el citado periódico en el día de la fecha, haya tenido sus efectos sobre el autor el acumulado clima de indignación que va creciendo en esta piel de toro a medida que comprobamos la no menos galopante ineptitud del Gobierno para hacer frente a una situación calamitosa. La última frase resume la excelente columna de Vicent, a la que me he permitido añadirle una coma: Hecho un colador, el español
medio es arrastrado por una troika de mulillas al desolladero. Disfrútenlo:
"Una vez más con la primavera ha llegado a este solar el tormento y
sacrificio de reses bravas en diversas modalidades, corridas de feria,
capeas en plazas de carros, encierros, toros de fuego, ensogados,
alanceados, un agrio espectáculo de sangre que alcanza la máxima bajeza
moral con el toro de la Vega de Tordesillas al final del verano. Para
muchos españoles, no solo antitaurinos, resulta una afrenta que esta
elaborada crueldad con los animales, elevada a diversión colectiva, haya
sido declarada Bien de Interés Cultural, con las consabidas
subvenciones a cargo del dinero de todos. Si este país necesitaba una
nueva ignominia, aquí está. Antes la lidia de toros pertenecía al
Ministerio de la Gobernación por motivos de orden público; ahora en
plena decadencia ha pasado al Departamento de Cultura donde semejante
brutalidad se codea con la Biblioteca Nacional y el Museo del Prado.
Incluso puede haber algún ministro del ramo que considere que hay más
estética en un buen puyazo con sangre hasta la pezuña que en un verso de
Machado o de Juan Ramón. ¿Qué pasa con Goya y Picasso?, argumentan los
taurinos. Pues bien, Goya pintaba la lidia, junto con los aquelarres,
ajusticiados con garrote vil y desastres de la guerra, como expresión y
denuncia de una España tabernaria. Y por otra parte Picasso, al pintar
el Guernica, no creó sino una macabra corrida bombardeada, una
antitauromaquia, el toro, el caballo, el aquelarre, la guerra y la
muerte, todo un Goya patas arriba. Además de lidiar y dar muerte a un
toro, el verbo torear también significa burlarse de una persona o
mantenerla en una falsa esperanza mediante un engaño. El español se
halla ahora en el ruedo ejerciendo de res en una corrida en la que está
siendo toreado por los hombres de negro del Banco Mundial, a merced de
los puntilleros de la Comisión Europea, mientras los peones de brega
Guindos y Montoro se fuman un puro en el burladero. Así va la lidia.
Primero unos recortes con el capote grana y oro, después tres puyazos
para bajarte los humos con la amenaza del rescate; luego varios
muletazos de castigo con la prima de riesgo; y una vez humillado cinco
pinchazos, media estocada y un descabello. Hecho un colador el español
medio es arrastrado por una troika de mulillas al desolladero".
+@Entidades de La Coruña promueven una consulta sobre la financiación de las corridas de toros.
+@Entidades de La Coruña promueven una consulta sobre la financiación de las corridas de toros.
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Seguimos oyéndote, Constantino
DdA, X/2382
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