lunes, 8 de abril de 2013

¿SEGUIRÁ EL JUEZ CASTRO LA SUERTE DEL JUEZ GARZÓN?

Jaime Richart

No cabe entender de otra manera el auto del fiscal que impugna el del juez Castro que imputa a su vez a la señora. Porque si el fiscal no ve los indicios de delito como autora, cómplice o encubridora de los tejemanejes de su marido, que ve el juez -causa de la imputación- y el país entero, mal vamos.
  
  Semejante discrepancia del fiscal no es trivial. Es tan escandalosamente sospechosa, como todo lo que envuelve a este otro turbio asunto en el que el propio monarca parece involucrado. La sombra de la prevaricación planea sobre el juez. Basta que la Audiencia de Baleares resuelva a favor de la tesis del fiscal, para que cualquiera personado en la causa, o quién sabe si el propio fiscal (aquí en todo hay excepcionalidad), puedan acusarle de prevaricador. Lo que, más o menos, sucedió con el juez Garzón. 
  
  Lo tiene tan fácil el poder institucional y fáctico, todo él ultraconservador, con una mayoría absoluta, por un lado, y la plutocracia al servicio de sí mismos y por supuesto del monarca que forma parte de él, por otro, que sería preferible que a la inviolabilidad e impunidad constitucional del señor de la Zarzuela se añadiesen las de los miembros de su familia.  Legíslese para que todos ellos puedan hacer cuanto se les antoje, añádase el derecho de pernada y demás barrabasadas medievales, y por lo menos sabremos a qué atenernos. Pero estas farsas, estas pantomimas que tienen la función de amagar y no dar, no encajan en los tiempos que vivimos. Eso de presentarnos un día y otro a ese señor como el salvador de un cuartelazo (un preparado a la carta justo para esto) para justificar todas sus aventuras y las de su parentela: desde el adulterio continuado, hasta el derecho de él y de toda la familia a hacer negocios como cualquier mercachifle de su reino, es demasiado para la inteligencia despierta de la ciudadanía de este tiempo.
  
  Estamos en otro milenio. El registro mental de la gente no es el de los súbditos de épocas en que el rey lo era por derecho divino. Y todas las triquiñuelas, leguleyas o en la sombra, para sortear la ley -que el propio señor de la Zarzuela dijo cínicamente que es igual para todos- en favor de todos ellos (ya veremos qué pasa cuando de la instrucción pase al procedimiento propiamente dicho en la Audiencia), no hacen más que enardecer más los ánimos de la ciudadanía.
  
  La única manera de legitimar lo ilegítimo de una monarquía prácticamente impuesta donde debiera haber una República, es no sólo abstenerse de recabar ese señor, descaradamente o en secreto, el privilegio. El único modo de deglutir el pueblo la pócima de una forma de Estado rematadamente anacrónica, es que el caballero coronado renuncie a la mayoría de los que le fueron otorgados en el año 1978. Otorgados, por cierto, por personas venidas del franquismo que se eligieron a sí mismas y cocinaron la constitución. Pues, si recordáis, el pueblo desde luego no fue quien les eligió... Por eso, el régimen que soportamos, incluida la monarquía, llega viciado desde su mismísimo nacimiento, y el juez Castro se perfila como otra víctima más de un sistema, todo él, absolutamente putrefacto. Claro que, pensándolo bien, todo esto no hace más que cavar más honda la fosa donde acabará enterrada la monarquía.

DdA, IX/2353

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