Nunca ha sido tan cierto por aquí eso de que la política es la guerra
por otros medios. En realidad, lo único que faltan en España son los
palos de los unos, para hacer frente a las porras de los otros, y cavar
unas trincheras.
Decir que esto es una democracia porque manda el pueblo, es un
sarcasmo gigantesco. El pueblo viene siendo instrumentalizado desde que
se puso en marcha el montaje compuesto por una ley, un tipo designado al
efecto por un dictador, y unos "padres" constituyentes que no fueron
elegidos por nadie. Montaje suscrito de prisa y corriendo por un pueblo
asustado, apuntado por los fusiles invisibles de un ejército más
franquista que su caudillo, sobre el que se cernía la amenaza de un
nuevo dictador si no daba su visto bueno del voto. Este es el punto de
partida…
Treinta y cinco años después, no es que todo siga igual, es que
todo ha ido, y va, de mal en peor. El pueblo ahora, el grueso del
pueblo, es un magma de las generaciones que no habiendo votado aquel
monstruo, ni haber tenido ocasión de elegir su destino político, se
encuentran prácticamente sin empleo y sin oficio ni beneficio. Es decir,
carecen de la más mínima independencia material. En la mayor parte de
los casos generaciones integradas por ciudadanos y ciudadanas
mantenidos, ellos y eventualmente su prole, por padres o abuelos, sin
ilusiones ni esperanza.
Y en semejantes condiciones, estas generaciones cercanas ya a la
madurez se encuentran con un espectáculo vergonzoso como ninguno otro en
el mundo. No habiendo en absoluto separación de poderes del Estado, en
el Poder Judicial ven al menos tres frentes: los jueces buenos, los
jueces sospechosos y los fiscales que dependen del poder ejecutivo y se
alinean con los sospechosos. Por otro lado, los partidos políticos que
se baten sin concesiones, todos contra todos, reclamando a esa agrietada
judicatura toda la razón que, o no han tenido o han perdido en absoluto
frente a la opinión pública y principalmente frente a ellas. Y, por
otra parte, ahí están los medios de información/desinformación
oficialistas, abocados a su desaparición, sin recursos ni financiación,
presionados por el desplazamiento de los lectores hacia el espectro de
las redes sociales.
Al menos, tres millones de ciudadanos son pobres de solemnidad, y
hemos perdido la cuenta de los engañados, los defraudados, los
estafados por el poder bancario… y de los que se han quedado sin hogar,
no por una catástrofe natural sino por la causada por los dueños del
dinero financiero y por el expolio y el derroche del dinero público a
cargo de políticos y empresarios forajidos. Hasta los sindicatos se ven
ahora envueltos en la orgía del saqueo.
Todos, en fin, culpándose unos a otros de este desastre. Y todos
teniendo razón. Pues todos, desde el tipo ése llamado monarca, pasando
por miembros de su familia, hasta ellos, políticos, banqueros y
empresarios, han participado por acción u omisión en este caótico
festival de dinero público saqueado. Dinero público, saqueado por
filibusteros de traje y corbata que están llevando a este país al
abismo, después de haberle traído al mayor descrédito frente al mundo. Y
todo, ante la atenta mirada de un gobierno, compuesto precisamente por
miembros que son justo los principales sospechosos de haber ejecutado
las peores fechorías en materia de expolio, en todos los territorios
donde han gobernado con mayoría absoluta.
¿Puede uno imaginarse mayor caos político, económico y social en
un país que sufrió una guerra civil hace apenas tres cuartos de siglo, y
que parece arrastrarse hacia otra aunque todavía no suene el toque de
queda?
DdA, IX/2345
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