Pero ¿queda algún político,
algún banquero, diputado, alcalde, presidente de comunidad o concejal
de urbanismo no ya íntegro, que eso es mucho decir, sino simplemente
decente? El panorama de personajes públicos que llevan el timón de este país
como usurpadores del poder, es espantoso. Hay 300 políticos, la mayoría
del partido del gobierno, imputados como autores, cómplices o
encubridores de delitos de malversación, cohecho, fraude o evasión de
capitales. Y es incalculable el número de cuyo expolio... todavía no ha
salido a la luz su saqueo. Por otro lado están los banqueros y el que
fue presidente del FMI, en la cuerda floja de la Justicia para responder
de 71 millones de euros con jubilaciones e indemnizaciones super
millonarias de entidades quebradas. El propio rey, su hija y su yerno se
debaten para no ser merecedores de la cárcel, estricta o moral, a que
el pueblo ya han castigado pese a que sean nulas las posibilidades de
pisarla, o precisamente por eso.
DdA, IX/2340
Los jueces no dan abasto. Aunque las investigaciones hasta ahora duran
un lustro y eso se antoja dilaciones deliberadas... A diario entran en
el Decanato para el reparto, denuncias y querellas de todos contra
todos. Tan pronto uno se querella contra otro, como éste se querella
contra él, y otro u otros contra ambos. Hay un auténtico festival de
querellas, contraquerellas y denuncias, lo que pone en evidencia que si
todos tienen motivos para sustanciar el consiguiente proceso, todos son
unos rufianes. Por otro lado, el partido del gobierno toma represalias
directas o indirectas con embargos a los partidos que le acosan. En el
carrusel de querellados, hasta figuran medios de comunicación que
investigan y publican el escandaloso expolio de dinero público.
Este Estado, más que del bienestar de la desmesura y
de la orgía social propiciada por los ladrones, ventajistas y necios ha
sucedido, no es siquiera el Estado del malestar. Es el Estado y la
sociedad ruinosos. Todos recurren a la Justicia para que, como el día
del Juicio Final, separe a los injustos de los justos; para que distinga
a políticos, banqueros y fantoches de la realeza delincuentes, del
personal decente de esos mismos estamentos... si es que queda alguno que
verdaderamente lo sea.
Tras la dictadura, nunca pudimos imaginar nosotros
los mayores que, por la codicia de unos y la pusilanimidad de otros,
este país llegase tan lejos en desvergüenza institucional. Claro que, si hubiésemos reflexionado un poco sobre los pícaros de toda
laya que siempre han sido la marca de este país, no nos hubiésemos
atrevido a equipararnos más que con los países del tercer mundo. Pero no
con otros europeos donde los verdaderos demócratas aun capitalistas o
liberales, llevan mucho tiempo tratando de fraguar la conciencia social
extensiva, sin recurrir al derramamiento de sangre.
DdA, IX/2340
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