"Rajoy insiste en que la dación en pago general dañaría sin remedio el acceso futuro a crédito". (El Diario.es)
Verónica Rocasé
Mirar por la televisión las noticias del aumento de los
suicidios en España, a causa de los desahucios, no puede dejar
indiferente a alguien. Leer que la cesantía superó en febrero los cinco
millones de desempleados (26% de la población activa), me hace recordar
con amargura que durante la dictadura de Pinochet, Chile también
conoció una cifra similar, con más de 30% de cesantes. Entonces, era
habitual ver pasar por nuestras casas a gente preguntando: ¿tiene un pedacito de pan? o ¿tiene algo para comer? El hambre dolía en miles de hogares chilenos, hoy duele al otro lado del Atlántico.
Hace algunas semanas fui de vacaciones
a Alicante. El sol, la brisa marina, el cielo despejado, me calentaron
el alma. A eso le llamo “cargar las pilas”. Sin embargo, a las pocas
horas de encontrarme allí, la realidad comenzó a golpearme: desde el
balcón, el ruido metálico de los contenedores de basura, me sacó de mi
idílico descanso; ahí abajo, había una muchacha, dentro del recipiente
de reciclaje, pasándole los cartones a un hombre cuarentón. Pensé
tomarles una foto, pero el pudor ante la suerte del destino ajeno, me
hizo recular. Evoqué a los cartoneros chilenos que, en carretones o en
carritos de supermercado, despojaban la basura de las calles, para
transformarla en dinero.
Aún asombrada por lo que acababa de observar, salí a
caminar por las Ramblas. El álgido núcleo comercial de Alicante, me
deparaba otra sorpresa: ¡Qué no, mujer, que con esa ropa no te darán nada!,
alegaba una abuela en tono inquisitorio. La mujer cincuentona que pedía
limosna, vestía falda oscura y abrigo de paño rojo. Se notaba una
señora de buenos modales. Estaba un poco avergonzada. Le di un euro y le
deseé suerte, a lo que ella acotó: Me quedé sin trabajo, ya no tengo ayuda del estado y mi hija aún está estudiando. ¿Qué podía hacer señora? Que Dios la bendiga.
Mi caminata se ralentizó, me pesaba el dolor de esa madre
que se tragó su orgullo y salió a mendigar. ¿Sería yo capaz de hacer lo
mismo si estuviese en la misma situación? Donde quiera que mirase, el
atardecer reflejaba su rostro en ventanas exhibiendo letreros: “se
vende”, “se arrienda”, “liquidación por cierre”. Qué triste me parecía
esta España sumida en la crisis. Qué distinta de aquella de veranos de
risas y jarana.
El resto de los días me reservó el mismo panorama:
mendigos; quejas de la gente en el autobús y en el mercadillo; tiendas
vacías; largas filas de personas entrando a las oficinas de empleo (con
jóvenes y adultos con carpetas abultadas por los currículos y
documentos); y, finalmente, cientos de carteles y autoadhesivos contra
la corrupción, el robo de los bancos, el ALTO a los desahucios. Incluso,
me topé con una pequeña manifestación a favor de salvar un espacio
verde de la depredación urbanística.
Esta vez, muy a mi desgano, me sentía una turista más. En las
terrazas donde bebía un capuchino, hasta las palomas que picoteaban las
migajas en el suelo o se peleaban por un trozo de comida, me resultaban
menos entretenidas. La miseria horada los sentidos y la mentira de los
políticos cabrea, no sólo en España, sino en todo el mundo.
PUNTOS DE PÁGINA
DdA, IX/2331
1 comentario:
Espero como lector de Diario del Aire que esta colaboradora se abone a este blog para unirse a otros no menos interesantes. Gracias.
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