Durante el régimen franquista, el poeta Marcos Ana fue encarcelado,
torturado y condenado a muerte dos veces por su amor a la libertad y la
justicia social. En un documental, convertido ya en un lúcido y hermoso
anciano, narraba a la entrevistadora una conversación mantenida durante
su cautiverio con uno de sus captores. El carcelero le preguntó el por
qué. Cuál podía ser la razón que tan poderosamente le empujaba a jugarse
un largo encierro y hasta la propia vida. Marcos Ana le contestó: Yo lucho para que nadie pueda hacerte a tí lo que tú me estás haciendo a mí. Me
pareció una respuesta sublime. Una declaración de principios rotunda e
inapelable. Principios que se basan en el respeto, en la justicia y la
solidaridad entre los seres humanos.
Pero la magia de las palabras del
poeta se enturbió cuando leí las declaraciones del abogado de unos
cabezas rapadas acusados de haber dado una paliza a un mendigo que lo
mantuvo 500 días en coma. En su alegato empleó argumentos para
justificar la agresión que, a mí humilde entender, son por sí
constitutivos de delito. Llegó a decir que los mendigos no son personas
sino cánceres sociales. Parásitos de lo decente que infectan y afean las
aceras. Expresó nostalgia por ese oscuro periodo de nuestro pasado en
el que existía una ley de vagos y maleantes que limpiaba las calles de
la "escoria". Un nazi, hablando en plata, defendiendo la causa del odio
que abrazan sus camaradas. Con carrera universitaria y bien vestido.
Otra versión estética del gérmen ultraderechista que renace
peligrosamente en Europa.
La víctima de la brutal paliza ha perdido irreversiblemente el habla. Paradójicamente, el defensor de estas bestias neonazis puede expresar en voz alta su infame apología de la violencia fascista. Otra vez vuelven las palabras del poeta a mi cabeza. Yo lucho para que nadie pueda hacerte a tí lo que tú me estás haciendo a mí. Y siento una necesidad imperiosa de nivelar la balanza. De constituirme en grito puro para representar la voz de los que quieren mudos, invisibles, deshumanizados. Exigir a pulmón pleno que se barra la escoria sí, pero la de estos psicópatas que pregonan impunemente su ideología hitleriana.
No pienso callar hasta que estas bestias, incluido su despreciable leguleyo, acaben dando con los huesos en la cárcel. ¿En qué esperpéntica democracia estaremos viviendo si esto no ocurriera? Y que den gracias a san Gobbbels de que existan personas, como Marcos Ana, que antepongan los principios al instinto asesino que sus ideas nos provocan. Tienen suerte de que esos principios (los que mismos que tanto odian) nos impidan molerlos a palos como le hicieron ellos al desdichado mendigo. Mucha suerte, se lo juro.
DdA, IX/2332
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