Antonio Aramayona
Existe el riesgo de que las justas
reivindicaciones de una escuela pública, laica y de calidad, tan
agredida y zarandeada por los Gobiernos del PP en Aragón y España y por
el ministro Wert y la consejera Serrat, dejen en segundo término lo que realmente es la piedra angular de la educación: la escuela misma.
Llevo observando que la escuela pública está siendo asfixiada por la
visión miope y liliputiense que pretende reducirla a unos edificios
donde acuden niños, muchachos y jóvenes de extracción social media y
baja y donde se van formando con estricta uniformidad sus mentes, sus
miras y sus expectativas profesionales. Al aumentar ratios y reducir
presupuestos, becas y ayudas a las familias con menor capacidad
económica, la formación de directivos, élites y profesionales de orden
superior queda sujeta a una red de enseñanza de carácter concertado y
privado, en perjuicio del principio de la igualdad intrínseca y la
igualdad de oportunidades de todos y cada uno de los ciudadanos ante la
ley y ante su propio destino. Así las cosas, no hay que ahorrar tiempo y
esfuerzos para la defensa de lo público y la reivindicación del derecho
universal a la educación, recogido en el artículo 27 de la Constitución
de 1978, cuyo objeto es "el pleno desarrollo de la personalidad en el
respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y
libertades fundamentales".
Por ello mismo, observo que parece hablarse ahora menos de lo
sustantivo (escuela) al subrayarse otros aspectos adjetivos (laico,
público, universal-), imprescindibles, pero que en ningún caso deberían
llevar a segundo término la vida misma real de y en la escuela, sobre la
que menudean solo los "discursos de adultos" y donde no tienen ni voz
ni voto sus verdaderos protagonistas: el alumnado. Debería preocuparnos constatar que en buena parte de las aulas y las
horas lectivas reina el aburrimiento: el alumnado se aburre, no se ve
concernido en lo que se enseña y el lunes sigue siendo una mala noticia
para el alumnado (quizá también para una considerable parte del
profesorado), pues hay que volver a la escuela. Hace unos meses, se me
invitó a dar una charla sobre educación y propuse como tema "¿por qué
las clases suelen ser tan aburridas?", con gran regocijo por parte de la
gente joven de la asociación. El resultado fue que aquella invitación
sigue dormitando en el baúl de las invitaciones nonatas. El adulto tiene
miedo de que la gente joven diga que se aburre básicamente en la
escuela, a lo que solo saben contestar apelando al deber y al día de
mañana.
El alumnado va a la escuela ni interesado ni dispuesto a engullir
obedientemente lo que le vayan echando cada hora de las seis horas
lectivas diarias durante los diez meses de cada curso escolar. Por ello
mismo, la tarea primordial de la escuela debe ser encauzar y alimentar
la curiosidad y la vitalidad de un niño para que ingrese en la dinámica
del preguntarse y del descubrir posibles soluciones. Por ello mismo, la
escuela nunca debería ser una descomunal fábrica de respuestas
prefabricadas que cada alumno debe engullir de acuerdo con unos
programas, etapas y asignaturas, pues el primer axioma en el mundo
escolar debería ser que lo fundamental es el preguntarse mismo: sin
pregunta previa, la respuesta prefabricada carece de sentido. Es por eso
que olvidamos casi todo lo que hemos tenido que soltar en un examen y
apenas recordamos unas briznas de las toneladas de respuestas
prefabricadas que hemos aprendido en la escuela durante tantos años,
pues aprobar un examen o promocionar de curso no es propiamente
aprender. Pero al adulto no le interesa mirar sin filtros esta cuestión,
en la que es la escuela misma la que acaba estando cuestionada.
A medida que el niño crece, suele gustarle menos ir a la escuela, que
con los años queda asociada a un lugar de displacer y tedio (salvo los
amigos y los tiempos de recreo), en lugar de disfrute. Mientras aprender
no tienda a ser un proceso donde cada persona, de cualquier edad,
experimenta con agrado que el mundo se abre ante sí y cada persona va
formando y configurando su mundo y su personalidad, según su propio
ritmo y sus intereses, que no tienen por qué coincidir de pleno con los
del resto, la escuela seguirá siendo en parte un desatino: no atina en
modelar su identidad y sus auténticos objetivos. En el exitoso programa de Évole Salvados
quedó claro que la diferencia entre Finlandia y España no radica
propiamente en los resultados señalados en los Informes Pisa, sino
primordialmente en la voluntad efectiva de todo un país y una sociedad
para que sus generaciones jóvenes tengan una educación integral y de
calidad, basada en la inquietud por saber, el autoconocimiento, la
autonomía, la responsabilidad y el talante positivamente crítico ante la
vida y el mundo.
*Artículo publicado en El Periódico de Aragón
Nota de Lazarillo: La fotografía que ilustra el artículo de Aramayona en DdA corresponde a la portada del interesante libro de Cristina Escrivá sobre la enseñanza durante la segunda República, periodo caracterizado por una serie de cambios substanciales llevados a cabo gracias a la ingente labor desarrollada por el Ministerio de Instrucción
Pública para combatir los altos índices de analfabetismo que padecía el país. La Constitución de diciembre del año 1931 guió el plan
pedagógico desde las ciudades hasta los pueblos. Aprender en igualdad, hacer las cosas por uno mismo, dirigir la vida con consecuencia, incentivar la inquietud por el saber y ser
solidarios y respetuosos con la naturaleza, fueron algunas de las claves
de la cultura laicista republicana. La Guerra Civil no fue
impedimento para continuar con la obra emprendida, puesto que durante el conflicto armado se organizaron desde colonias escolares a institutos obreros. La Escuela iluminada incluye más de 50 imágenes, muchas de ellas inéditas, rescatadas de archivos estatales, y es una prueba irrefutable de que la enseñanza que hoy se postula fue posible cuando tan difícil era abrir un horizonte con esas expectativas, tras centurias de enseñanza oscuntantista y un alto índice de población sumida en la ignorancia.
DdA, IX/2.318
No hay comentarios:
Publicar un comentario