Jaime Richart
Dice Aristóteles que los
gobiernos mueren por exageración de su principio. Y este gobierno no es
probable que sea una excepción. La situación del país es la de un Estado
fallido con un gobierno corrupto cuyo presidente miente cuando dice
rotundamente la verdad y dice la verdad cuando insinúa su derecho a
mentir.
Cuando hay una trayectoria antisocial en la vida de una persona marcada
por sus antecedentes policiacos o penales, es inútil defender su
reputación. La presunción de inocencia procesal queda relegada a un
segundo plano y se comprende que la opinión pública condene a esa
persona de antemano.
Pues bien, con mucho mayor motivo esta norma no escrita es aplicable al
partido del gobierno y al propio gobierno. Son demasiadas sospechas de
corrupción de distintas de alcaldes, presidentes de comunidad,
concejales de urbanismo y otros jerarcas del partido popular a lo largo
de 38 años. Porque aunque la justicia haya archivado denuncias de policía y brigada
anticorrupción y querellas interpuestas por particulares; aunque se
hayan paralizado numerosos procesos por la espúrea habilidad de sus
leguleyos; aunque su mayoría absoluta ha sido la tónica y eso ha
facilitado lo anterior y permitido toda clase de maquinaciones que han
traspasado las paredes, para el pueblo no hay presunción de inocencia de
su tesorero, de esta cúpula y de otras cúpulas. Invierte la presunción:
para el pueblo y para toda persona desideologizada o simplemente amante
de la verdad, la presunción, en el presente caso de los estadillos
contables de 20 años del tesorero y beneficiarios de la cúpula del Partido Popular publicados por un periódico y ratificados por
testimonios de otro, es que son culpables. Y si se hace problemático
demostrar su culpa, si no corrompen también a los jueces, más difícil les
será probar su inocencia.
Aun así, es probable que judicialmente salgan de nuevo airosos del
trance, bien dejando los jueces dormir la causa, bien dictando una
resolución tan estrafalaria como los discursos del partido a este
propósito. La única esperanza que nos queda es la sentencia de
Aristóteles sobre el motivo de la muerte de un gobierno, que no puede
ser en este caso otro que el estallido de la facción por la presión de
la podredumbre acumulada y la ambición de los conspiradores dentro del
propio partido.
DdA, IX/2.298
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