Antonio Piazuelo Plou
Seguro que 2012 no dejará
agradables recuerdos para muchos españoles. Para los socialistas, sin ir más
lejos, tal vez lo único digno de recordar en este año haya sido la celebración
del trigésimo aniversario de la victoria electoral de Felipe González, allá por
1982, y ciertamente andan mal las cosas cuando se ha de recurrir a tan añejas
alegrías para animar la
pajarilla. Por lo demás, desde 2011 hasta la fecha, el PSOE y
su partido hermano, el PSC, suman hasta seis derrotas por goleada en otros
tantos procesos electorales, con el único y dudoso consuelo de haber mantenido
el gobierno andaluz aunque, por primera vez en esa comunidad, el PSOE haya
dejado de ser el partido más votado.
En realidad, las tres
derrotas sufridas en 2011 –autonómicas, municipales y generales- se daban por
descontadas a la vista del deterioro sufrido por el gobierno de Rodríguez
Zapatero a causa del agravamiento de la crisis económica y, de alguna forma,
siempre cabía achacar el hundimiento a la erosión que sufren los partidos que
gobiernan cuando en la economía pintan bastos (mal de muchos… ya se sabe). Y el
espejismo se mantuvo cuando no llegó a consumarse la hecatombe anunciada por
las encuestas en Andalucía; incluso algunos llegaron a pensar que bastaría con esperar
a que la crisis se cebara con el ejecutivo de Mariano Rajoy para que el PSOE
recuperase el poder, dando por hecho que el gobierno es aquí cosa de dos y que
los relevos se producirían indefinidamente con toda naturalidad y sin necesidad
de efectuar grandes cambios en los programas y en las personas.
Una agradable ensoñación
de la que debieran haberles despertado los resultados en Galicia, Euskadi y
Cataluña, resultados que siguen confirmando las encuestas posteriores: el PP
pierde apoyos a gran velocidad, como consecuencia de las políticas de
austeridad que pagan con brutalidad las clases medias y los sectores más
desfavorecidos, mientras los poderosos son objeto de toda clase de
consideraciones… pero esos apoyos no hacen crecer la cosecha de votos del PSOE,
que sigue menguando.
El fenómeno no es nuevo ni único: en Grecia, el desgaste
de la derecha en el poder no está siendo capitalizado por el PASOK, sino que
todos los sondeos registran el adelantamiento que han sufrido los socialistas a
manos de la coalición, que
representa a la izquierda más radical. En Portugal las cosas no van mucho mejor
para los socialistas en la oposición, y aquí, en España, el líder de Izquierda
Unida cerraba hace unos días la Asamblea de su organización pidiendo a los suyos
que piensen “a lo grande” y señalando que “es posible una alternativa
diferente”. Es decir, y para que se entienda, apostando directamente por
relevar al PSOE como oposición a la derecha gobernante.
Y ante hechos tan
inequívocos como éstos, la respuesta de la dirección socialista consiste, en
palabras del catedrático Antonio Elorza (El
País, 15-12-2012), “en una reacción hacia el encastillamiento, a evitar
disensiones internas y a limitar en lo posible las pérdidas”. A lo que cabe añadir
el silenciamiento de cualquier voz discrepante, en nombre de la sagrada unidad
del partido, y el mantenimiento al frente de la organización de los dirigentes
que han sufrido las últimas y numerosas derrotas.
Las primarias que han de
elegir un candidato se postergan hasta unos meses antes de las próximas
elecciones y se mantiene un parsimonioso debate (bien poco transparente, todo
hay que decirlo) sobre la oferta política que se presentará en ellas.
Frente a esta timorata
actitud, que parece resignada a ocupar el papel secundario de oposición durante
una larga temporada, ha tenido que ser Felipe González quien señale el objetivo
real: recuperar la vocación de mayoría, esa vocación de mayoría que le llevó,
hace treinta años, a la mayor victoria electoral de la democracia y que supuso
el principio de un cambio histórico en nuestra sociedad. ¿Y cómo se recupera la
vocación de mayoría? Pues, en primer lugar, escuchando con atención lo que
dicen los ciudadanos en la calle y en las plazas, enterándose de lo que necesitan
y reclaman, y elaborando alternativas políticas que den respuesta a esas
necesidades. Ése y no otro debería ser el programa electoral de un partido de
izquierdas con voluntad de gobernar pero, incluso suponiendo que se encontraran
esas nuevas propuestas, debemos tener claro que no pueden presentarlas y
defenderlas quienes han sido repetidamente rechazados en las urnas. Que nadie
se engañe: si se hiciera así, el resultado volvería a ser el mismo.
La responsabilidad de dar
un paso atrás y permitir que nuevas personas encarnen el nuevo mensaje político
es ya inesquivable para los dirigentes actuales. Es preciso evitar que se fije
en la sociedad la imagen de que “no nos
importa perder mientras quienes ocupen los puestos que corresponden a la oposición
seamos nosotros”. Una actitud que, desgraciadamente, se da en más de una
ocasión y, de modo significativo, en algunas autonomías.
Como ha ocurrido en otros
momentos de la historia del PSOE, es preciso renovar el partido, en el fondo
–proyectos políticos- y en las formas –nuevos dirigentes capaces de conectar
con el electorado-.
Y la renovación llegará, de eso pueden estar todos seguros,
aunque puede llegar de tres maneras:
La primera consiste en que
los dirigentes actuales propicien el cambio y faciliten la llegada de una nueva
generación al poder dentro del partido (incluso teniendo en cuenta que el
primer problema de este país es el paro, y eso afecta también al PSOE).
La segunda forma de llegar
a la renovación es que sean los militantes los que promuevan el cambio desde las
asambleas (solución difícil, la verdad sea dicha, dado el conocido principio
asambleario según el cual, “
tú me votas y
yo te coloco”).
Y la tercera es la que,
desgraciadamente, se producirá si no se opta antes por alguna de las dos
anteriores: serán los ciudadanos quienes cambiarán y renovarán al PSOE… pero lo
cambiarán por otro partido.
Es hora, por lo tanto, de
abrir en serio el debate sobre la renovación y demostrar la voluntad real de
hacerla, pero no al modo lampedusiano -si queremos que
todo siga igual, necesitamos que todo cambie-, sino yendo al fondo de la
cuestión. Si la oferta electoral del PSOE es de cambio y renovación y en Aragón la lideran J. Lamban, Belloc, Gimeno, o C. Pérez sería otro error y la pena la peor para un partido
politico: la irrelevancia.
DdA, IX/2.265
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