jueves, 3 de enero de 2013

SIN CAMBIO EN EL PSOE, LOS CIUDADANOS CAMBIARÁN AL PSOE POR OTRO PARTIDO

Antonio Piazuelo Plou

Seguro que 2012 no dejará agradables recuerdos para muchos españoles. Para los socialistas, sin ir más lejos, tal vez lo único digno de recordar en este año haya sido la celebración del trigésimo aniversario de la victoria electoral de Felipe González, allá por 1982, y ciertamente andan mal las cosas cuando se ha de recurrir a tan añejas alegrías para animar la pajarilla. Por lo demás, desde 2011 hasta la fecha, el PSOE y su partido hermano, el PSC, suman hasta seis derrotas por goleada en otros tantos procesos electorales, con el único y dudoso consuelo de haber mantenido el gobierno andaluz aunque, por primera vez en esa comunidad, el PSOE haya dejado de ser el partido más votado. 

En realidad, las tres derrotas sufridas en 2011 –autonómicas, municipales y generales- se daban por descontadas a la vista del deterioro sufrido por el gobierno de Rodríguez Zapatero a causa del agravamiento de la crisis económica y, de alguna forma, siempre cabía achacar el hundimiento a la erosión que sufren los partidos que gobiernan cuando en la economía pintan bastos (mal de muchos… ya se sabe). Y el espejismo se mantuvo cuando no llegó a consumarse la hecatombe anunciada por las encuestas en Andalucía; incluso algunos llegaron a pensar que bastaría con esperar a que la crisis se cebara con el ejecutivo de Mariano Rajoy para que el PSOE recuperase el poder, dando por hecho que el gobierno es aquí cosa de dos y que los relevos se producirían indefinidamente con toda naturalidad y sin necesidad de efectuar grandes cambios en los programas y en las personas. Una agradable ensoñación de la que debieran haberles despertado los resultados en Galicia, Euskadi y Cataluña, resultados que siguen confirmando las encuestas posteriores: el PP pierde apoyos a gran velocidad, como consecuencia de las políticas de austeridad que pagan con brutalidad las clases medias y los sectores más desfavorecidos, mientras los poderosos son objeto de toda clase de consideraciones… pero esos apoyos no hacen crecer la cosecha de votos del PSOE, que sigue menguando. 

El fenómeno no es nuevo ni único: en Grecia, el desgaste de la derecha en el poder no está siendo capitalizado por el PASOK, sino que todos los sondeos registran el adelantamiento que han sufrido los socialistas a manos de la coalición, que representa a la izquierda más radical. En Portugal las cosas no van mucho mejor para los socialistas en la oposición, y aquí, en España, el líder de Izquierda Unida cerraba hace unos días la Asamblea de su organización pidiendo a los suyos que piensen “a lo grande” y señalando que “es posible una alternativa diferente”. Es decir, y para que se entienda, apostando directamente por relevar al PSOE como oposición a la derecha gobernante. Y ante hechos tan inequívocos como éstos, la respuesta de la dirección socialista consiste, en palabras del catedrático Antonio Elorza (El País, 15-12-2012), “en una reacción hacia el encastillamiento, a evitar disensiones internas y a limitar en lo posible las pérdidas”. A lo que cabe añadir el silenciamiento de cualquier voz discrepante, en nombre de la sagrada unidad del partido, y el mantenimiento al frente de la organización de los dirigentes que han sufrido las últimas y numerosas derrotas. 

Las primarias que han de elegir un candidato se postergan hasta unos meses antes de las próximas elecciones y se mantiene un parsimonioso debate (bien poco transparente, todo hay que decirlo) sobre la oferta política que se presentará en ellas. Frente a esta timorata actitud, que parece resignada a ocupar el papel secundario de oposición durante una larga temporada, ha tenido que ser Felipe González quien señale el objetivo real: recuperar la vocación de mayoría, esa vocación de mayoría que le llevó, hace treinta años, a la mayor victoria electoral de la democracia y que supuso el principio de un cambio histórico en nuestra sociedad. ¿Y cómo se recupera la vocación de mayoría? Pues, en primer lugar, escuchando con atención lo que dicen los ciudadanos en la calle y en las plazas, enterándose de lo que necesitan y reclaman, y elaborando alternativas políticas que den respuesta a esas necesidades. Ése y no otro debería ser el programa electoral de un partido de izquierdas con voluntad de gobernar pero, incluso suponiendo que se encontraran esas nuevas propuestas, debemos tener claro que no pueden presentarlas y defenderlas quienes han sido repetidamente rechazados en las urnas. Que nadie se engañe: si se hiciera así, el resultado volvería a ser el mismo. 

La responsabilidad de dar un paso atrás y permitir que nuevas personas encarnen el nuevo mensaje político es ya inesquivable para los dirigentes actuales. Es preciso evitar que se fije en la sociedad la imagen de que “no nos importa perder mientras quienes ocupen los puestos que corresponden a la oposición seamos nosotros”. Una actitud que, desgraciadamente, se da en más de una ocasión y, de modo significativo, en algunas autonomías. Como ha ocurrido en otros momentos de la historia del PSOE, es preciso renovar el partido, en el fondo –proyectos políticos- y en las formas –nuevos dirigentes capaces de conectar con el electorado-. 

Y la renovación llegará, de eso pueden estar todos seguros, aunque puede llegar de tres maneras: La primera consiste en que los dirigentes actuales propicien el cambio y faciliten la llegada de una nueva generación al poder dentro del partido (incluso teniendo en cuenta que el primer problema de este país es el paro, y eso afecta también al PSOE). La segunda forma de llegar a la renovación es que sean los militantes los que promuevan el cambio desde las asambleas (solución difícil, la verdad sea dicha, dado el conocido principio asambleario según el cual, “ tú me votas y yo te coloco”). Y la tercera es la que, desgraciadamente, se producirá si no se opta antes por alguna de las dos anteriores: serán los ciudadanos quienes cambiarán y renovarán al PSOE… pero lo cambiarán por otro partido.

Es hora, por lo tanto, de abrir en serio el debate sobre la renovación y demostrar la voluntad real de hacerla, pero no al modo lampedusiano -si queremos que todo siga igual, necesitamos que todo cambie-, sino yendo al fondo de la cuestión. Si la oferta electoral del PSOE es de cambio y renovación y en Aragón la lideran J. Lamban, Belloc, Gimeno, o C. Pérez sería otro error y la pena la peor para un partido politico: la irrelevancia.

DdA, IX/2.265

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