Lazarillo
Unió Democràtica de Catalunya ha admitido que se financió ilegalmente a través de unas subvenciones destinadas a la formación de parados, subvenciones procedentes de la Unión Europea. (Las medidas de la administración ahondan en la pobreza infantil en Cataluña, leemos hoy en La Marea). El
denominado caso Pallerols se cerró ayer con un vergonzoso acuerdo entre la fiscalía y las defensas de los seis acusados, excargos del citado partido democristiano y de la Generalitat bajo la gobernación de Jordi Pujol.
El pacto implica una importante rebaja de las penas de prisión, pero
también supone un hito en la historia judicial española: por primera
vez, una formación política reconoce que se lucró de forma irregular con
fondos públicos. Los hechos se remontan a los distantes año noventa y, según la portavoz de UDC, Marta Llorens, no habrá dimisiones en la dirección de ese partido porque, a su peculiar entender, los beneficios que UDC recibió llegaron sin conocimiento de la cúpula directiva. Como es de recordar, Josep Antoni Duran i Lleida afirmó en el año 2000 que dimitiría de su cargo como secretario general del partido si se demostraba lo que acaba de ser demostrado. Vaya, pues, para él y para cuantos políticos desconocen los beneficios cobrados por sus partidos a costa de esas u otras malversaciones de fondos públicos, el artículo que sigue, dedicado asimismo a quienes han hecho y están haciendo de la política, en toda España, una actividad bajo sospecha y no lo que Aristóteles propugna en dos de sus libros, según desarrolla nuestro estimado colaborador:
Tanto en Ética a Nicómaco como en Política, Aristóteles deja diáfanamente claro que la política es el arte de posibilitar el pleno desarrollo de las capacidades de cada ciudadano y ciudadano, tanto en su dimensión personal como comunitaria.
Observador atento y de gran sentido común, Aristóteles gustaba siempre de
atenerse a los hechos verificables, constatando así que cada ser del cosmos,
animado e inanimado, y sobre todo los seres vivos, poseen por sí mismos unas
capacidades, características, tendencias y actividades propias y específicas,
que les diferencian del resto de los seres. Estos rasgos específicos de cada
ser que habita en la naturaleza son los que determinan que cada individuo y
cada especie sea como es y se comporte como se comporta.
Por ejemplo, la naturaleza del orangután (sus capacidades, características, tendencias y actividades) es bien distinta de la del mosquito, la del pino, la de una estrella enana roja o la del ser humano. Si nos fijamos en la forma de comportarse de cada uno, constatamos de inmediato que difieren entre sí, a tenor de su propia naturaleza: la margarita, el dromedario, la libélula, la magnolia. la estrella de mar o el ser humano son muy diferentes, al igual que su comportamiento, aspecto, su estructura fisiológica, sus formas de alimentación o reproducción, sus modalidades de comunicación, sus medios de adaptación al medio, etc.
Por ejemplo, la naturaleza del orangután (sus capacidades, características, tendencias y actividades) es bien distinta de la del mosquito, la del pino, la de una estrella enana roja o la del ser humano. Si nos fijamos en la forma de comportarse de cada uno, constatamos de inmediato que difieren entre sí, a tenor de su propia naturaleza: la margarita, el dromedario, la libélula, la magnolia. la estrella de mar o el ser humano son muy diferentes, al igual que su comportamiento, aspecto, su estructura fisiológica, sus formas de alimentación o reproducción, sus modalidades de comunicación, sus medios de adaptación al medio, etc.
Y sin embargo, a juicio de Aristóteles, a pesar de todas estas
peculiaridades y diferencias, todos los seres de la naturaleza coincidimos en
algo fundamental: estamos en el mundo para llegar a ser lo más plenamente
posible aquello que nos corresponde ser por naturaleza. Pues bien, Aristóteles
denomina a este objetivo fundamental de cada ser existente en la naturaleza con
un término que él mismo inventó al efecto: "telos". Cada ser,
cada especie tiene su propio "telos", es decir, surge en la
naturaleza para hacerse a sí mismo de la forma más excelente posible,
desarrollar cabalmente todas sus potencialidades.
Por consiguiente, el "deber" primordial de cada ser de la
naturaleza consiste en desplegar y culminar su "telos", es
decir, en hacerse plenamente a sí mismo, alcanzar el pleno desarrollo de su
ser. Por lo mismo, su mayor error consistiría en que se empeñase en desconocer,
ignorar o dar la espalda al pleno despliegue natural de su naturaleza, al propio"
"telos"': cada uno ha de tender a ser él mismo de la forma más
acabada posible.
Los seres humanos estamos sujetos al mismo proceso de consecución del
propio "telos", es decir, a la necesidad de desarrollar
nuestras posibilidades naturales, si es que queremos alcanzar nuestra
realización plena como humanos y, por consiguiente, la felicidad. Cada etapa,
cada situación, cada decisión, cada instante es, pues, un paso, progresivo o
recesivo, hacia la construcción total y plena de uno mismo como ser humano.
Cada hombre y cada mujer debe esforzarse, pues, a lo largo de su vida por
llegar a ser una persona cabal, por llevar a plenitud sus aptitudes y capacidades,
de acuerdo con sus características individuales propias, por hacer realidad su "telos".
Ahora bien, Aristóteles no concibe el "telos” como algo
acabado, definitivamente hecho, sino como algo que forma parte de uno mismo: es
el propio ser el que está en proceso permanente de autorrealización. A este
proceso constante por ir alcanzando el "telos" lo denomina
Aristóteles "ergon". En otras palabras, nuestra razón de ser
es ante todo un proceso, una actividad, "ergon”. El "ergon”
es, pues, la actividad natural que cada ser ha de llevar progresivamente a
cabo a lo largo de su existencia a fin de desarrollar adecuadamente el "telos”,
el desarrollo pleno de su propio ser, como individuo cabal.
Más aún, el ser humano no sólo está siempre por acabar, por realizarse, y
en esto consiste radicalmente su esencia (tener que decidir día a día, instante
a instante, quién es y quién quiere ser), sino que -precisamente por ello- cada
uno debe descubrir cuál es su camino a recorrer, cuál es su horizonte a
perseguir, pues lejos de ser un ente abstracto (clónico en lo fundamental,
diferente sólo en lo accidental), es un individuo humano concreto, esta persona,
yo, tú... La vida humana es para cada individuo una empresa siempre por hacer
plenamente, un descubrimiento incesante, un navegar por aguas, a veces
quietas, a veces procelosas, escrutando el rumbo adecuado.
La vida debería ser, pues, según Aristóteles, ante todo un esfuerzo
inagotable por llevar a cabo del modo más pleno posible el "telos”,
el desarrollo de nuestro ser, la culminación de nuestras posibilidades. De
todas formas, somos seres que nos sentimos limitados e inacabados, por hacer.
Siempre aspiramos a más, siempre estamos en pos de nosotros mismos, de
nuestros proyectos e ideales. Parece que nunca podemos llegar al acabamiento
perfecto y definitivo de nosotros mismos.
Que todos los seres del mundo y de la naturaleza, según Aristóteles, tiendan
a su "excelencia", a su culminación perfecta, a la consecución de su "telos",
al grado sumo de sus capacidades naturales, a su plena madurez, no deja de
ser en cierto modo un ideal, y así lo reconoce el propio Aristóteles: alcanzar
el desarrollo completo y cabal es una "en-telequia", pues se
trata principalmente de una tendencia natural ineludible hacia el modelo ideal en
un ser naturalmente perfecto, que habría alcanzado el pleno y cabal desarrollo
de su ser y de su vida. Pero, claro está, esto es más bien una aspiración, un
ideal (de ahí la palabra "entelequia”).
De ahí una de las mayores paradojas de los seres
humanos: sabemos que nunca alcanzaremos plenamente el "telos"
(dejaríamos de ser quienes somos, víctimas de nuestro propio logro), pero en
ningún caso podemos tampoco renunciar a su consecución (quedaríamos sin
objetivo, apresados en un mundo caótico, sin horizonte ni contornos).
Por otro lado, nuestra naturaleza tiene una dimensión
social, de la que no podemos prescindir en cuanto humanos. Alguien que afirmase
que puede prescindir de la vida social y comunitaria (=política) sería una
bestia o un dios, pero en ningún caso un hombre. Solo contando con los demás,
dentro de un marco político-comunitario, podemos llegar a alcanzar nuestro
telos, el desarrollo pleno de nuestro ser.
La política consiste, pues, en la vía
socio-comunitaria en que los ciudadanos y las ciudadanas podemos llegar a ser
personas plenas y cabales. La política es “telos”: la tendencia
ineludible hacia el ideal del vivir y el convivir como humanos; la política es
también “ergon”: el constante y permanente esfuerzo por hacer posible
–cada vez más posible- ese desarrollo pleno y excelente de cada persona, a
nivel individual y comunitario. Para Aristóteles, la política es y deber ser
siempre el arte de ir haciendo posible e ir haciendo realidad el deber ético y
la necesidad natural de hacernos personas libres, iguales, con criterio propio,
solidarias, comprometidas y permanentemente inquietas dentro de una sociedad,
un país y un mundo justo, libre y noviolento. Un mundo que siempre es y deberá
ser posible, y cada vez más real.
DdA, IX/2.272
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