Coria del Río (Sevilla)
"Llevo un cuarto de siglo enseñando en Institutos, inculcando la
democracia, creyendo en la función pública como herramienta seria al
servicio de la prosperidad y de la igualdad social. La mitad de ese
tiempo, como director orgulloso de su equipo, de su claustro. Nunca
antes había tenido la sensación de formar parte de una farsa."
Lo supe esta mañana. Alumna nuestra. Me informó el Vicedirector, un
hombre con aguda conciencia social. Echaba humo. Yo, muy en mi lugar,
sin dejar de entender su indignación, lo llamé a la prudencia. Me
escuchó, pero me dio fuerte. No niego que mi obligada y profesional
moderación me tiene todavía con un sabor amargo en la garganta.
Educación para la ciudadanía. Ética. Religión católica y otras.
Educación permanente en valores desde la transversalidad. La palabra al
servicio de la democracia, una formación más allá de la mera adquisición
de conocimientos. La insistencia, el ejemplo, la laboriosa tarea de
corregirlos sin descanso en la esperanza de que nuestra adolescencia
desemboque en una juventud de mujeres y hombres hechos y derechos. Y de
repente, como una puñalada a traición, como un tornado que tambalea todo
lo construido día a día y año tras año a base de rigor y de mimo, un
hecho de legal brutalidad que extiende su evidencia por aulas y pasillos
en unas pocas horas y amenaza la consistencia de todo cuanto había sido
laboriosamente plantado, regado, cultivado: desahucian a la familia de
una alumna de 2º de ESO. Miembros de la comunidad escolar. Compañeros.
*¿Desahucian, maestro? ¿Qué es eso?* Los echan de su casa. *¿Y puede
seguir ocurriendo?* Puede que sí. *Pero, ¿por qué?* Por dinero. *Por
dinero…entiendo…** pero, ¿y la policía?* Tiene que asegurar que se haga
el desahucio. *Por dinero… entiendo… ¿y el alcalde?* No puede hacer
nada. *Por dinero… entiendo…, ¿y los jueces?* Han tenido que ordenarlo.
*Por dinero… entiendo…, ¿y nuestros representantes, los diputados, el
gobierno, los que hacen las leyes? *Recomiendan que no se desahucie a la
gente humilde. Lo recomiendan. Eso es todo. *Pero, ¿y los profesores?*
¿Los profesores? ¿Qué podemos hacer los profesores…? *No, perdón,
maestro, quería decir… ¿qué pasa con lo que nos han enseñado los
profesores? Nos han mentido ustedes. Deberían habernos enseñado que el
principal valor no es el amor, ni la honradez, ni la libertad, ni el
saber escuchar, ni la solidaridad, ni ninguna de esos rollos que nos
vienen contando… Deberían habernos dicho desde el principio que el más
importante de los valores es el dinero. Si esa era la respuesta, la
clave por la que se mueve toda esta sociedad de la que ustedes son
funcionarios, ¿por qué nos han mentido desde el principio? ¿Por qué nos
lo han ocultado? ¿No será que en realidad pretenden convertirnos en
personas equivocadas y débiles, en presas fáciles? ¿Por qué nos han
engañado, señores maestros? No entiendo…*
Llevo un cuarto de siglo enseñando en Institutos, inculcando la
democracia, creyendo en la función pública como herramienta seria al
servicio de la prosperidad y de la igualdad social. La mitad de ese
tiempo, como director orgulloso de su equipo, de su claustro. Nunca
antes había tenido la sensación de formar parte de una farsa. Esta es la
única respuesta honrada que para ellos me queda. Lástima que quizás no
sea sino otro rollo que les suelto.
Y es que, ante ellos, a mí sólo me queda la palabra. No puedo
incitarlos a una lucha que nos corresponde a los adultos y tampoco
puedo, como profesor, responder con el silencio… ¡qué débil la palabra
frente a la lección implacable de este hecho real y verdadero, ante este
frío desahucio que ellos –todos ellos- contemplan con sus propios ojos!
Me queda, y ni siquiera sé si es algo, apremiar –también con
palabras- a esos por quienes ellos preguntaban: a los diputados, a los
jueces, a los múltiples gobiernos de esta España que aún luce la
denominación de democracia. ¿O se trata ya nada más que de una especie
de “denominación de origen”, de un recurso publicitario cara al mercado,
de una máscara obligada… *por dinero?*
Los miro, y me duelen. Son los niños de la crisis. Mírenlos conmigo,
señores legisladores, señores de los múltiples gobiernos. Que no sean
también los niños del desengaño. Ustedes, que sí pueden, respondan con
hechos a este hecho.
(Multipliquen por la red este mensaje. Tal vez llegue a alguien capaz que se atreva de verdad a mirar)
DdA, IX/2.247
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