Ramón Lobo
Hay personas que apenas sonríen en público; deben pensar que la risa
es una muestra de debilidad. Entre los políticos internacionales que
menos sonríen destaca Benjamin Netanyahu, el primer
ministro de Israel. No parece simpático ni lo intenta; escenifica esa
antipatía publicitaria ante cada cámara, en cada oportunidad.
El presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, lo
calificó como el líder político “más hijo de puta” con quien había
tratado. Fue al final de su mandato de ocho años en la Casa Blanca. Clinton tenía experiencia.
Barack Obama no debe de tener mejor opinión, sobre todo después de que Bibi, como le llaman los suyos, se mostrara tan entusiasta con las opciones del republicano Mitt Romney. Ese apoyo fue un error diplomático.
Netanyahu también ha dejado de pronunciar la palabra paz, o la frase protocolaria de “proceso de paz”. Ya nadie recuerda la conferencia de Annapolis,
celebrada en EEUU a finales de noviembre de 2007, que algunos analistas
entusiastas calificaron como “el mayor avance de la historia en Oriente
Próximo”, una zona que no se caracteriza por los avances.
El principal compromiso de aquella reunión presidida por George W. Bush fue el mismo de otras anteriores: un Estado palestino,
en este caso en 2008. Ha llovido desde entonces. ¿Dónde está ese
Estado? ¿Dónde está el Cuarteto que lo debía impulsar? ¿Y Tony Blair, presunto portavoz?
Hablar de paz hoy parece una broma. No para el escritor A.B. Yehoshua, que pide en el diario Haaretz negociaciones directas con Hamás.
La respuesta de Netanyahu a la elevación de Palestina como Estado observador ante la ONU ha sido anunciar la construcción de 3.000 viviendas en Jerusalén Este, tierra ocupada según la legalidad internacional. Es un desafío en espera de respuesta.
Francia y Reino Unido, entre ottos, han levantado la voz: también España a través de su ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo. No es lo habitual en una Europa muda que mira a Israel desde la culpabilidad inconsciente de no haber evitado el Holocausto.
La UE no levanta la voz porque la UE parece incapaz de tener una voz
clara, potente, unida, respetable.Tampoco lo ha hecho en exceso el EEUU
de Obama, que votó en contra del Estado observador.
El presidente palestino, Mahmund Abbas (allá le llaman Abu Mazen) ha regresado a Ramala, donde fue recibido como un héroe. Tras varios días de operaciones de castigo israelíes
en la franja de Gaza, Hamás celebró el alto el fuego como una victoria.
Todas estas celebraciones, la de Netanyahu con sus bloques de hormigón y
la de los palestinos en la calle, son la representación de la
desigualdad de la partida.
Lejos queda la propuesta de la Conferencia de Madrid de 1991: paz por territorios. Netanyahu quiere ambos: paz y territorios. Lo ocurrido en Gaza no solo es el anticipo de la campaña electoral (habrá urnas el 22 de enero), es también un mensaje a Irán y al presidente egipcio Mohamed Morsi.
Israel tiene la fuerza y la voluntad de usarla contra sus enemigos. Lo ha demostrado desde 1948.
El problema de Netanyahu y otros líderes radicales israelíes es que sin
amigos en la zona están condenados a una militarización constante, sin
una debilidad.
DdA, IX/2.244
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