martes, 4 de diciembre de 2012

MUJERES MINERAS, MADRES DEL SILENCIO


Las madres del silencio
Las mujeres protagonizaron muchas historias en la mina, por más que hayan estado en el olvido durante muchas décadas

Un grupo de mujeres mineras, las llamadas madres del silencio, preparadas con sus palas para comenzar la faena en las escombreras.
Toño Morala / León
En las entrañas de la tierra, donde siempre la oscuridad se posa sobre las manos de la necesidad, donde siempre el mejor amigo es el grito del compañero, la voz temblorosa del miedo. Allá en la mina donde el carbón es el pan negro de todos los días. Donde las estrellas son tus hijos, y el sol, un plato redondo caliente lleno de comida y una sonrisa de postre. Allá en la mina, donde el agua y la humedad se hacen cómplices junto a las partículas de sílice para arrebatar vidas silenciadas, donde el grisú y los derrumbes se dan la mano para engañar a los hombres y mujeres de la mina. Siempre ese trato exquisito entre la naturaleza y el ser humano, ese respeto que hay que tener a lo que se arrebata a la tierra sin pedirle permiso; esa necesidad del subsuelo para sobrevivir la gran mayoría, y donde solo unos pocos son los elegidos para tan duro trabajo. En ese tira y afloja hay queadelantarse a los presagios, hay que adelantarse a los accidentes, hay que adelantarse al temido grisú y en algunas ocasiones, al pájaro enjaulado, y a la vez, hay que luchar para cambiar las cosas y las condiciones de trabajo. Así y todo, la mina se llevó y lleva miles de vidas para la subsistencia de sociedades ignorantes de este tipo de trabajos, y que disfrutan cómodamente en los sofás y con la televisión y las luces encendidas sin acordarse de donde viene la energía eléctrica, entre otras muchas utilidades que tiene el carbón.
Pocos se acuerdan de las largas caminatas de hasta treinta kilómetros todos los días; si hacía buen tiempo, en bicicleta; si nevaba, en madreñas y cayéndose treinta veces antes de llegar al tajo. Pocos se acuerdan de la miseria que se ganaba en las minas; si no tenías una vaca, el gocho en el cubil, sembradas unas patatas, una pequeña huerta y demás, se pasaba hambre y muchas necesidades. Al amanecer se levantaba el minero, y si tenía vaca, lo primero que hacía era arrimar el hocico al teto en la cuadra y desayunar algo templado,antes de poner en la cesta de mimbre un chusco de pan de mezcla de harina de trigo, escanda, y centeno, un trozo de tocino, alguna pieza de fruta del huerto de temporada, y si el presupuesto daba… un cuartillo de vino para matar las penas allá en lamina. Por tres pesetas se trabajaba; “si comprabas zapatos no comías, si comías no comprabas zapatos…”. Entrabas de guaje en la mina con catorce años de pinche y no salías hasta que la silicosis te quemaba lospulmones, un costero te partía la espalda, un derrabe te engullía al corazón negro de la tierra, te sepultaba en vida, o una explosión de grisúfirmaba la muerte casi segura. El miedo también es negro. Y si sobrevives, luego por las noches, hay que levantarse y abrir la ventana y buscar el aire a bocanadas para respirar.
Aquellos caballistas que trabajaban más de catorce horas diarias enmadreñas o con botas desarmadas, que tenían con los ayudantes mineros que cargar los trenes y en las ramplas no había carbón, a esperar hasta tres horas para completar las cargas… y los fogonerosy los maquinistas de las locomotoras de vapor que ayudaban en todo lo que podían.
A parte de todo esto, también había que hacerse el tonto, o el listo con los vigilantes y capataces, con el amo de la mina cuandovenía a decir que… “hay que sacar más carbón”. El trato con los obreros era bastante duro; a veces los entibadores no teníantiempo de posteary andaban los pobres medio locos por las galerías, de ahí salieron muchos accidentes, pues los picadores arrancaban carbón mandados por los vigilantes sin mucha seguridad. De vez en cuando, un expediente sin sueldo y sin trabajo para dos meses, y así era la lección para que el resto se callara la boca. También hay que decir que algunos vigilantes y capataces eran muy buenas personas. Cabía la posibilidad de encontrarse en el bar el vigilante sancionador y el sancionado y tomar la pinta de vino juntos. Era lo que había. Hasta el 62 con las huelgas a hombros y estera para todo el mundo; fue terrible, pero todos unidos. Llegaban a la lampistería y a la salida, en un rincón, todos tiraban las lámparas de potasio, y nadie sabía quién había sido el último o el primero en tirarla. Ahícomenzó la lucha y otra forma más digna de trabajar en las minas.
Y qué me decís de las mujeres mineras, las madres del silencio, las que guardaban carbón en losbolsos y de vez en cuando quitaban carbón de los camiones para atizar las cocinas y las estufas de hierro fundido; las que siempre tenían unabola de anís en los bolsillos del mandil, y te sonaban los mocos en su regazo; las que amamantaban con leche de coraje y rabia y en muchasocasiones eran maltratadaspor maridos y compañeros; las que lavaban y cribaban el carbón en las minas paraque los ricos tuvieran menos humo y hollín en las casas, y que cobraban la mitad que los mineros. Qué podéis contarme de las carboneras viudas de carro y mula, de soledades de lágrimas compartidas con el hastío. Y ahí están en la memoria de los hijos criados a pan negro y necesidades; los abuelos de hoy, mineros que han visto con sus ojos y sus lágrimas el derrumbe de una forma de vida tan llena de injusticias. Mujeres como Olvido la minera, que estuvo picando ocho años en las minas de Fabero, entre 1962 y 1970 porque cuando su marido enfermó fue a pedirle al dueño de la mina que la dejara trabajar por él y el patrónle contestó que “si me sacas lo mismo, a mí qué me importa quién lo pique” (aunque, claro, con los papeles a nombre del marido, porque ella no podía figurar ni para cobrar ni para nada) y que “rompió aguas” a las doce de la mañana, picando, y a las tres de la tarde ya había parido su sexto hijo, que por poco lo pare entre el carbón... O aquel otro episodio donde un funcionario osó decir que las mujeres no servían para la mina, y casi lo tuvo que sacar laguardia civil escoltado… “Bocazas, le gritó una minera… nosotras tenemos más que ver en la mina que los hombres, a parte de trabajar en ella, os parimos, tenemos que enviar a nuestroshijos y maridos... y somos las que tenemos que llorarlos…”
Aquellas interminables jornadas que empezaban ordeñando la vaca, vistiendo a los guajes para ir a la escuela, de allí a las escombreras a escoger carbón, o tirar del ronzal de las mulas para sacar las vagonetas llenas de mineral; otras cargaban vagonetas a pala como cualquier ayudante minero… la merienda escasa y compartida, la casa de nuevo, la cuadra, la huerta y el marido que también quería su ración de cariño… mujeres mineras que en silencio llenaban la despensa con los primeros economatos ganados a fuerza de huelgas y hambre, y la cocina económica siempre tirando, amortiguada en los fríos inviernos, el agua caliente para el baño en el balde de zinc… y las trébedes, donde se apoyaban las penas encima de los cansados brazos… y se dormían entre sueños de vestidos de coloresy peinados a la francesa con tocados. Muchas de estas mujeres mineras, murieron reventadas y con silicosis de tercer grado; algunas de ellas les fueron reconocidas sus enfermedades como profesionales de la mina. Y ahora vienen los listillos de turno, y quieren cerrar y matar parte de la historia de la sobrevivencia humana en Comarcas llenas de vida… allá en la mina.

http://www.lacronicadeleon.es/2012/10/22/vivir/las-madres-del-silencio-164170.htm
  
A fin de que no olvidemos de dónde venimos quienes tan a menudo nos averganzamos e idignamos con la penosa realidad que ofrece nuestro país día tras día, este Lazarillo no se puede resistir a insertar en su modesto DdA el artículo que sigue, publicado ayer en el diario Crónica de León, coincidiendo con la fecha en que los medios de información dedican sus portadas a la detención del empresario y expresidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresarias (CEOE), Gerardo Díaz Ferrán, que guardaba el botín de su rapiña en su domicilio, y a la estimación hecha pública por el Gobierno de la nación con referencia al monto recaudado tras la amnistía fiscal: 1.200 millones de euros, algo menos de la mitad de lo previsto, y muchisimo menos de lo que un estudio de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, dado a conocer no hace mucho, ha calculado que actualmente deben los grandes potentados al Estado: 80.000 millones de euros. Hace un par de años, el presidente de la Asociación de Subinspectores de Tributos, José Robles, en el XV congreso anual de la Asociación Profesional de Subinspectores de Tributos, manifestaba que el porcentaje de fraude fiscal en España supone el el 23% del PIB, frente al 13% de la media de la Unión Europea; o sea 10 puntos por encima de la media de la U.E. El artículo que sigue tiene mucho más sentido y fuerza con estos datos:

Toño Morala

En las entrañas de la tierra, donde siempre la oscuridad se posa sobre las manos de la necesidad, donde siempre el mejor amigo es el grito del compañero, la voz temblorosa del miedo. Allá en la mina donde el carbón es el pan negro de todos los días. Donde las estrellas son tus hijos, y el sol, un plato redondo caliente lleno de comida y una sonrisa de postre. Allá en la mina, donde el agua y la humedad se hacen cómplices junto a las partículas de sílice para arrebatar vidas silenciadas, donde el grisú y los derrumbes se dan la mano para engañar a los hombres y mujeres de la mina. Siempre ese trato exquisito entre la naturaleza y el ser humano, ese respeto que hay que tener a lo que se arrebata a la tierra sin pedirle permiso; esa necesidad del subsuelo para sobrevivir la gran mayoría, y donde solo unos pocos son los elegidos para tan duro trabajo. En ese tira y afloja hay que adelantarse a los presagios, hay que adelantarse a los accidentes, hay que adelantarse al temido grisú y en algunas ocasiones, al pájaro enjaulado, y a la vez, hay que luchar para cambiar las cosas y las condiciones de trabajo. Así y todo, la mina se llevó y lleva miles de vidas para la subsistencia de sociedades ignorantes de este tipo de trabajos, y que disfrutan cómodamente en los sofás y con la televisión y las luces encendidas sin acordarse de donde viene la energía eléctrica, entre otras muchas utilidades que tiene el carbón.
Pocos se acuerdan de las largas caminatas de hasta treinta kilómetros todos los días; si hacía buen tiempo, en bicicleta; si nevaba, en madreñas y cayéndose treinta veces antes de llegar al tajo. Pocos se acuerdan de la miseria que se ganaba en las minas; si no tenías una vaca, el gocho en el cubil, sembradas unas patatas, una pequeña huerta y demás, se pasaba hambre y muchas necesidades. Al amanecer se levantaba el minero, y si tenía vaca, lo primero que hacía era arrimar el hocico al teto en la cuadra y desayunar algo templado,antes de poner en la cesta de mimbre un chusco de pan de mezcla de harina de trigo, escanda, y centeno, un trozo de tocino, alguna pieza de fruta del huerto de temporada, y si el presupuesto daba… un cuartillo de vino para matar las penas allá en la mina. Por tres pesetas se trabajaba; “si comprabas zapatos no comías, si comías no comprabas zapatos…”. Entrabas de guaje en la mina con catorce años, de pinche, y no salías hasta que la silicosis te quemaba los pulmones, un costero te partía la espalda, un derrabe te engullía al corazón negro de la tierra, te sepultaba en vida, o una explosión de grisú firmaba la muerte casi segura. El miedo también es negro. Y si sobrevives, luego por las noches, hay que levantarse y abrir la ventana y buscar el aire a bocanadas para respirar.
Aquellos caballistas que trabajaban más de catorce horas diarias en madreñas o con botas desarmadas, que tenían con los ayudantes mineros que cargar los trenes y en las ramplas no había carbón, a esperar hasta tres horas para completar las cargas… y los fogoneros y los maquinistas de las locomotoras de vapor que ayudaban en todo lo que podían.
Aparte de todo esto, también había que hacerse el tonto, o el listo con los vigilantes y capataces, con el amo de la mina cuando venía a decir que… “hay que sacar más carbón”. El trato con los obreros era bastante duro; a veces los entibadores no tenían tiempo de postear y andaban los pobres medio locos por las galerías, de ahí salieron muchos accidentes, pues los picadores arrancaban carbón mandados por los vigilantes sin mucha seguridad. De vez en cuando, un expediente sin sueldo y sin trabajo para dos meses, y así era la lección para que el resto se callara la boca. También hay que decir que algunos vigilantes y capataces eran muy buenas personas. Cabía la posibilidad de encontrarse en el bar el vigilante sancionador y el sancionado y tomar la pinta de vino juntos. Era lo que había. Hasta el 62 con las huelgas a hombros y estera para todo el mundo; fue terrible, pero todos unidos. Llegaban a la lampistería y a la salida, en un rincón, todos tiraban las lámparas de potasio, y nadie sabía quién había sido el último o el primero en tirarla. Ahícomenzó la lucha y otra forma más digna de trabajar en las minas.
Y qué me decís de las mujeres mineras, las madres del silencio, las que guardaban carbón en los bolsos y de vez en cuando quitaban carbón de los camiones para atizar las cocinas y las estufas de hierro fundido; las que siempre tenían una bola de anís en los bolsillos del mandil, y te sonaban los mocos en su regazo; las que amamantaban con leche de coraje y rabia y en muchasocasiones eran maltratadaspor maridos y compañeros; las que lavaban y cribaban el carbón en las minas para que los ricos tuvieran menos humo y hollín en las casas, y que cobraban la mitad que los mineros. Qué podéis contarme de las carboneras viudas de carro y mula, de soledades de lágrimas compartidas con el hastío. Y ahí están en la memoria de los hijos criados a pan negro y necesidades; los abuelos de hoy, mineros que han visto con sus ojos y sus lágrimas el derrumbe de una forma de vida tan llena de injusticias. Mujeres como Olvido la minera, que estuvo picando ocho años en las minas de Fabero, entre 1962 y 1970 porque cuando su marido enfermó fue a pedirle al dueño de la mina que la dejara trabajar por él y el patrónle contestó que “si me sacas lo mismo, a mí qué me importa quién lo pique” (aunque, claro, con los papeles a nombre del marido, porque ella no podía figurar ni para cobrar ni para nada) y que “rompió aguas” a las doce de la mañana, picando, y a las tres de la tarde ya había parido su sexto hijo, que por poco lo pare entre el carbón... O aquel otro episodio donde un funcionario osó decir que las mujeres no servían para la mina, y casi lo tuvo que sacar la guardia civil escoltado… “Bocazas, le gritó una minera… nosotras tenemos más que ver en la mina que los hombres, aparte de trabajar en ella, os parimos, tenemos que enviar a nuestros hijos y maridos... y somos las que tenemos que llorarlos…”
Aquellas interminables jornadas que empezaban ordeñando la vaca, vistiendo a los guajes para ir a la escuela, de allí a las escombreras a escoger carbón, o tirar del ronzal de las mulas para sacar las vagonetas llenas de mineral; otras cargaban vagonetas a pala como cualquier ayudante minero… la merienda escasa y compartida, la casa de nuevo, la cuadra, la huerta y el marido que también quería su ración de cariño… mujeres mineras que en silencio llenaban la despensa con los primeros economatos ganados a fuerza de huelgas y hambre, y la cocina económica siempre tirando, amortiguada en los fríos inviernos, el agua caliente para el baño en el balde de zinc… y las trébedes, donde se apoyaban las penas encima de los cansados brazos… y se dormían entre sueños de vestidos de colores y peinados a la francesa con tocados. Muchas de estas mujeres mineras, murieron reventadas y con silicosis de tercer grado; algunas de ellas les fueron reconocidas sus enfermedades como profesionales de la mina. Y ahora vienen los listillos de turno, y quieren cerrar y matar parte de la historia de la sobrevivencia humana en Comarcas llenas de vida… allá en la mina.

@Premio de microrrelatos mineros Manuel Nevado
@Los técnicos de Hacienda alertan del efecto pernicioso de la amnistía fiscal

PUNTOS DE PÁGINA
Foto
He aquí una muestra más del periodismo en conserva,
celoso vigilante de la marca España, que atañe a los
intereses que sustentan ese tipo de periodismo.
DdA, IX/2.244

No hay comentarios:

Publicar un comentario