A fin de que no olvidemos de dónde venimos quienes tan a menudo nos averganzamos e idignamos con la penosa realidad que ofrece nuestro país día tras día, este Lazarillo no se puede resistir a insertar en su modesto DdA el artículo que sigue, publicado ayer en el diario Crónica de León, coincidiendo con la fecha en que los medios de información dedican sus portadas a la detención del empresario y expresidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresarias (CEOE), Gerardo Díaz Ferrán, que guardaba el botín de su rapiña en su domicilio, y a la estimación hecha pública por el Gobierno de la nación con referencia al monto recaudado tras la amnistía fiscal: 1.200 millones de euros, algo menos de la mitad de lo previsto, y muchisimo menos de lo que un estudio de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, dado a conocer no hace mucho, ha calculado que actualmente deben los grandes potentados al Estado: 80.000 millones de euros. Hace un par de años, el presidente de la Asociación de Subinspectores de
Tributos, José Robles, en el XV congreso anual de la Asociación
Profesional de Subinspectores de Tributos, manifestaba que el porcentaje
de fraude fiscal en España supone el el 23% del PIB, frente al 13% de la media de la Unión Europea;
o sea 10 puntos por encima de la media de la U.E. El artículo que sigue tiene mucho más sentido y fuerza con estos datos:
Toño Morala
En las entrañas de la tierra, donde siempre la oscuridad se posa sobre
las manos de la necesidad, donde siempre el mejor amigo es el grito del
compañero, la voz temblorosa del miedo. Allá en la mina donde el carbón
es el pan negro de todos los días. Donde las estrellas son tus hijos, y
el sol, un plato redondo caliente lleno de comida y una sonrisa de
postre. Allá en la mina, donde el agua y la humedad se hacen cómplices
junto a las partículas de sílice para arrebatar vidas silenciadas, donde
el grisú y los derrumbes se dan la mano para engañar a los hombres y
mujeres de la mina. Siempre ese trato exquisito entre la naturaleza y el
ser humano, ese respeto que hay que tener a lo que se arrebata a la
tierra sin pedirle permiso; esa necesidad del subsuelo para sobrevivir
la gran mayoría, y donde solo unos pocos son los elegidos para tan duro
trabajo. En ese tira y afloja hay que adelantarse a los presagios, hay
que adelantarse a los accidentes, hay que adelantarse al temido grisú y
en algunas ocasiones, al pájaro enjaulado, y a la vez, hay que luchar
para cambiar las cosas y las condiciones de trabajo. Así y todo, la mina
se llevó y lleva miles de vidas para la subsistencia de sociedades
ignorantes de este tipo de trabajos, y que disfrutan cómodamente en los
sofás y con la televisión y las luces encendidas sin acordarse de donde
viene la energía eléctrica, entre otras muchas utilidades que tiene el
carbón.
Pocos se acuerdan de las largas caminatas de hasta treinta kilómetros
todos los días; si hacía buen tiempo, en bicicleta; si nevaba, en
madreñas y cayéndose treinta veces antes de llegar al tajo. Pocos se
acuerdan de la miseria que se ganaba en las minas; si no tenías una
vaca, el gocho en el cubil, sembradas unas patatas, una pequeña huerta y
demás, se pasaba hambre y muchas necesidades. Al amanecer se levantaba
el minero, y si tenía vaca, lo primero que hacía era arrimar el hocico
al teto en la cuadra y desayunar algo templado,antes de poner en la
cesta de mimbre un chusco de pan de mezcla de harina de trigo, escanda, y
centeno, un trozo de tocino, alguna pieza de fruta del huerto de
temporada, y si el presupuesto daba… un cuartillo de vino para matar las
penas allá en la mina. Por tres pesetas se trabajaba; “si comprabas
zapatos no comías, si comías no comprabas zapatos…”. Entrabas de guaje
en la mina con catorce años, de pinche, y no salías hasta que la silicosis
te quemaba los pulmones, un costero te partía la espalda, un derrabe te
engullía al corazón negro de la tierra, te sepultaba en vida, o una
explosión de grisú firmaba la muerte casi segura. El miedo también es
negro. Y si sobrevives, luego por las noches, hay que levantarse y abrir
la ventana y buscar el aire a bocanadas para respirar.
Aquellos caballistas que trabajaban más de catorce horas diarias
en madreñas o con botas desarmadas, que tenían con los ayudantes mineros
que cargar los trenes y en las ramplas no había carbón, a esperar hasta
tres horas para completar las cargas… y los fogoneros y los maquinistas
de las locomotoras de vapor que ayudaban en todo lo que podían.
Aparte de todo esto, también había que hacerse el tonto, o el listo con
los vigilantes y capataces, con el amo de la mina cuando venía a decir
que… “hay que sacar más carbón”. El trato con los obreros era bastante
duro; a veces los entibadores no tenían tiempo de postear y andaban los
pobres medio locos por las galerías, de ahí salieron muchos accidentes,
pues los picadores arrancaban carbón mandados por los vigilantes sin
mucha seguridad. De vez en cuando, un expediente sin sueldo y sin
trabajo para dos meses, y así era la lección para que el resto se
callara la boca. También hay que decir que algunos vigilantes y
capataces eran muy buenas personas. Cabía la posibilidad de encontrarse
en el bar el vigilante sancionador y el sancionado y tomar la pinta de
vino juntos. Era lo que había. Hasta el 62 con las huelgas a hombros y
estera para todo el mundo; fue terrible, pero todos unidos. Llegaban a
la lampistería y a la salida, en un rincón, todos tiraban las lámparas
de potasio, y nadie sabía quién había sido el último o el primero en
tirarla. Ahícomenzó la lucha y otra forma más digna de trabajar en las
minas.
Y qué me decís de las mujeres mineras, las madres del silencio, las que
guardaban carbón en los bolsos y de vez en cuando quitaban carbón de los
camiones para atizar las cocinas y las estufas de hierro fundido; las
que siempre tenían una bola de anís en los bolsillos del mandil, y te
sonaban los mocos en su regazo; las que amamantaban con leche de coraje y
rabia y en muchasocasiones eran maltratadaspor maridos y compañeros;
las que lavaban y cribaban el carbón en las minas para que los ricos
tuvieran menos humo y hollín en las casas, y que cobraban la mitad que
los mineros. Qué podéis contarme de las carboneras viudas de carro y
mula, de soledades de lágrimas compartidas con el hastío. Y ahí están en
la memoria de los hijos criados a pan negro y necesidades; los abuelos
de hoy, mineros que han visto con sus ojos y sus lágrimas el derrumbe de
una forma de vida tan llena de injusticias. Mujeres como Olvido la
minera, que estuvo picando ocho años en las minas de Fabero, entre 1962 y
1970 porque cuando su marido enfermó fue a pedirle al dueño de la mina
que la dejara trabajar por él y el patrónle contestó que “si me sacas lo
mismo, a mí qué me importa quién lo pique” (aunque, claro, con los
papeles a nombre del marido, porque ella no podía figurar ni para cobrar
ni para nada) y que “rompió aguas” a las doce de la mañana, picando, y a
las tres de la tarde ya había parido su sexto hijo, que por poco lo
pare entre el carbón... O aquel otro episodio donde un funcionario osó
decir que las mujeres no servían para la mina, y casi lo tuvo que sacar
la guardia civil escoltado… “Bocazas, le gritó una minera… nosotras
tenemos más que ver en la mina que los hombres, aparte de trabajar en
ella, os parimos, tenemos que enviar a nuestros hijos y maridos... y
somos las que tenemos que llorarlos…”
Aquellas interminables jornadas que empezaban ordeñando la vaca,
vistiendo a los guajes para ir a la escuela, de allí a las escombreras a
escoger carbón, o tirar del ronzal de las mulas para sacar las
vagonetas llenas de mineral; otras cargaban vagonetas a pala como
cualquier ayudante minero… la merienda escasa y compartida, la casa de
nuevo, la cuadra, la huerta y el marido que también quería su ración de
cariño… mujeres mineras que en silencio llenaban la despensa con los
primeros economatos ganados a fuerza de huelgas y hambre, y la cocina
económica siempre tirando, amortiguada en los fríos inviernos, el agua
caliente para el baño en el balde de zinc… y las trébedes, donde se
apoyaban las penas encima de los cansados brazos… y se dormían entre
sueños de vestidos de colores y peinados a la francesa con tocados.
Muchas de estas mujeres mineras, murieron reventadas y con silicosis de
tercer grado; algunas de ellas les fueron reconocidas sus enfermedades
como profesionales de la mina. Y ahora vienen los listillos de turno, y
quieren cerrar y matar parte de la historia de la sobrevivencia humana
en Comarcas llenas de vida… allá en la mina.
@Premio de microrrelatos mineros Manuel Nevado
@Los técnicos de Hacienda alertan del efecto pernicioso de la amnistía fiscal
@Premio de microrrelatos mineros Manuel Nevado
@Los técnicos de Hacienda alertan del efecto pernicioso de la amnistía fiscal
PUNTOS DE PÁGINA
He aquí una muestra más del periodismo en conserva,
celoso vigilante de la marca España, que atañe a los
intereses que sustentan ese tipo de periodismo.
celoso vigilante de la marca España, que atañe a los
intereses que sustentan ese tipo de periodismo.
DdA, IX/2.244
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