viernes, 14 de diciembre de 2012

EL CAPITALISMO FINANCIERO CRETINIZA AL INDIVIDUO Y A LOS GOBERNANTES

 
Jaime Richart

Este, el capitalismo y especialmente el financiero, es un sistema sociopolítico en el que el dinero y el lucro creti­nizan al individuo y sobre todo a los gobernantes y ma­gos economistas que presumen de inteligencia. Hay una prueba incontestable. La casa se ha ido de­rrumbando casi con estrépito a lo largo de unos años. Sin embargo han sido incapaces de ver las grietas ni de oír los cruji­dos que acompañan a todo derumba­miento. Hasta que las arcas públicas no se han va­ciado por el latrocino y el despilfarro generalizado, no se han dado cuenta de que el país entero y sus territo­rios estaban en quiebra. Un sistema semejante debiera enterrarse, y a semejantes dirigentes expulsarles del país…Sin embargo, siguen erre que erre con el mismo marco y la misma instrumentación, poniendo parches que nada solucionan. Para sobornar su conciencia y aplacar nues­tra iracundia los políticos y los periodistas dicen que no todos los políticos, los sacerdotes, los economistas, los periodistas, los arquitectos, los gesto­res, los alcaldes, los concejales, los jueces, los nota­rios o los empresarios son iguales. Faltaría más. Si así fuese ¿no podría haber país más monstruoso?

No obstante, cuando se dice que este país es una gua­rida de ladrones y de sinvergüenzas es porque en cada profe­sión o empleo más o menos institucional hay su­ficientes malhechores para acabar contaminando al resto y a cada una de las actividades a que se dedican. La prevarica­ción al mutilar el Estatut catalán; los in­fames y sistemá­ticos saqueos de las arcas públicas; la burda o sofisti­cada ingeniería financiera para el lucro individual o grupal y la inmensa evasión fiscal; los indecentes  com­portamientos por acción o por omi­sión al callar lo que se sabe o se ve y no se denuncia; la rapiña generalizada; la falta de ética y honestidad del  monarca y sus familia­res; el mezquino y obsceno abuso de un presidente del tribunal supremo... y un largo etcétera que se nos atra­ganta sólo al intentar enumerarlo, hacen de este país se­guramente el pri­mero en corrupción masiva del mundo en compara­ción con la de otros donde se ve como nor­mal en el sátrapa del lugar. No puede uno imaginar países del sistema tan plaga­dos de ladrones, de cínicos y malvados. Este vasto y plural territorio está literalmente ocupado por frenéti­cos codi­ciosos de dinero y de poder.

Nos produce tanta indignación y tanta repulsión este estado de cosas, de las que se nos da noticia cada día, que no nos extrañan las reacciones más o menos  des­proporcionadas de las masas ni la represiòn sanguina­ria de las revoluciones, las sublevaciones y las insur­gencias que periódicamente tienen lugar en la historia. Cuando las leyes no condenan severamente las con­ductas delic­tivas de los jerifaltes, no se hace justicia porque la ordi­naria no las castiga aplicando atenuantes o eximentes arbitrarias o se hace cómplice archivando o sobreyendo, o el gobierno de turno indulta a tortura­dores porque es­tos pertenecen al sistema represor, una atmósfera enra­recida recorre el país de un extremo a otro.  ¿Quién con­fía ahora que de esa lluvia de millo­nes llegada de Eu­ropa, no irá a parar una buena parte de ella a los bolsi­llos de los banqueros jubilados pre­maturamente? Y es que las mayorías absolutas pueden ser tan peli­grosas como la tiranía. Cuando el poder descarga su peso sobre los más desfavorecidos relegando la asis­ten­cia social a la caridad y a la filantropía particulares, burla los derechos humanos y constitucionales e incu­rre en grave abuso de poder asimilándose al poder ti­ránico.

Quizá diga alguien, la ley o la justicia frecuentemente prevaricadora que mis alegatos hacen apología de la violencia. Como si sólo hubiera una clase de violen­cia. Como sí no fuese mucho más grave la violencia moral y la coacción de normas pensadas para favore­cer a los más acomodados, como sí esa clase de vio­lencia no terminase percutiendo la violencia material por la sim­ple ley fisica de acción y reacción.

Porque no sólo los abstractos "mercados" que no tie­nen rostro ni alma son los culpables. Sus gestores po­líticos, con nombre y apellidos, están llevando con sus recortes a la miseria a millones de ciudadanos. El Es­tado, los gobiernos y los alcaldes han traído la desgra­cia a través de la rapiña y expolio permitidos y propi­ciados. Ahora mismo, sin ir más lejos, no tienen em­pacho en consu­mir con el dinero público millones de kilowatios de luz en pueblos y ciudades a cuenta de fiestas de una tradi­ción prácticamente a extinguir: fiestas cuyos personajes his­tóricos o míticos jamás aprobarían, dadas las penosas condiciones en que se encuentra la cada día más nume­rosa nómina de ciuda­danos que sobreviven exclusiva­mente gracias a la fi­lantropía particular y no gracias a la justicia social.

No queremos bienaventurados en el siglo XXI que sólo podrán saciar su hambre y sed de justicia en la otra vida. Queremos justicia en ésta y que sacien su hambre y su sed en ésta. La historia o alegoria que dicen representar esos ya ridículos adornos y luces callejeros no hacen más que evocar a cada momento el primitivismo y la estupidez de jefes de tribus que recurren a abalorios y espejuelos que sólo usan ya poblados humanos que si­guen instalados en el paleolí­tico.


DdA, IX/2.252

No hay comentarios:

Publicar un comentario